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Crítica: «Intermezzo» en la Deutsche Oper Berlín

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Autor: Raúl Chamorro Mena
19 de junio de 2024

Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Intermezzo de Strauss en la Deutsche Oper Berlín

Intermezzo en Berlín

Ritmo cinematográfico y excelencia musical

Por Raúl Chamorro Mena
Berlín, 14-VI-2024, Deutsche-Oper. Intermezzo, Op. 72 (Richard Strauss). Philipp Jekal (Hofkapellmeister Robert Storch), Flurina Stucki (Christine, su mujer), Emil Pyhrr (Franz, su hijo), Thomas Blondelle (Barón Lummer), Ana Schoeck (Anna), Gerard Farreras (Notario), Nadine Secunde (mujer del notario), Clemens Bieber (Kapellmeister Stroh). Orquesta de la Deutsche Oper de Berlín. Dirección musical: Dominic Limburg. Dirección de escena: Tobias Kratzer.

   Después de una ópera como La mujer sin sombra, Richard Strauss vuelve sobre el asunto matrimonial y de la relación de pareja, pero de manera muy distinta, mucho más ligera y realista, alejándose de la enorme complejidad y carga simbólica de la referida ópera con libreto de Hugo von Hoffmansthal. Eso sí, el genial músico bávaro no encuentra libretista y elabora él mismo el texto de esta comedia burguesa con interludios sinfónicos tal y como denomina a su octava ópera, una comedia de enredos y equívocos que se basa en un incidente de su propia vida matrimonial. Una crisis provocada por un malentendido, la interceptación por parte de su esposa Pauline de una misiva amorosa aparentemente dirigida a él, le sirve al Maestro para realizar un retrato de su esposa, así como de su vida cotidiana, totalmente mediatizada por su trayectoria artística. El propio título de la ópera, Intermezzo, una pieza cómica que se ofrecía en los descansos de las óperas serias, delata la ligereza y dinamismo de esta obra, que se desarrolla de manera casi cinematográfica, como sucesión de escenas, alternada por nada menos que doce interludios en los que Richard Strauss destila todo su talento como orquestador. Estos pasajes orquestales son lo más interpretado de una ópera que nunca ha entrado en el repertorio habitual de los teatros. 

   Esa sucesión cinematográfica de episodios está magníficamente plasmada en la notable puesta en escena de Tobias Kratzer, autor de aquel Tannhäuser de Bayreuth que me pareció un dislate, pero que esta vez da en la diana con un montaje muy inteligente, bien pensado, que se desarrolla con dinamismo, creatividad, imaginación y buenas ideas. La más discutible de las mismas es que hace evidente y efectivo el adulterio de Christine con su admirador el barón Lummer, lo que en el libreto es, lógicamente, sólo un flirteo. Asimismo, en la escena de cama entre ambos, que en el texto es un vals, se desarrolla una hilarante conversación plena de dobles sentidos y que arrancó las risas del público. «A mi marido no le gusta bailar», pues el vals entre Christine y el Barón es tratado como un coito. Muy interesante y acertado, que en los interludios se muestra en proyección orquesta y director registrados en directo, con lo que se subraya su naturaleza de relación entre escenas y de distensión entre ellas, además de contrastar con la variedad de escenarios y el muy hábil uso del vídeo y los abundantes detalles que potencian la ligereza y comicidad de las situaciones. El montaje contiene también la evocación de diversas escenas de las óperas de Strauss con lo que se apuntala el carácter autobiográfico de la obra. En este ámbito destacar la muy divertida conversación entre Christine y el Barón, mientras van endosándose el vestuario de diversas obras straussianas o la descacharrante en que Christine se presenta ante el notario a pedir el divorcio cual Elektra con el hacha incluida en la mano. El pequeño Franz, hijo del matrimonio vive también por y para la música, adora a su padre, y se pasa el día entre partituras, ensayos al piano o viendo en TV conciertos de su idolatrado progenitor. Todo ello acentúa la soledad e insatisfacción de Christine, pues su esposo se debe a su arte y su público, pasa largas temporadas fuera de casa y su hijo le hace el mismo caso, es decir muy poquito, pues camina por la misma senda. El desangelado sofá de la casa, en el que se sienta en soledad, obra como símbolo de ese hastío y aburrimiento de Christine. 

   La orquesta de la Deutsche-Oper sonó magníficamente bajo la dirección de Dominic Limburg, mejor que la de la Staatskapelle Berlín el día anterior en la Khovanschina. Refinamiento tímbrico, brillo, paleta de colores, limpias texturas, transparencia, equilibrio y empaste presidieron una labor que, por un lado, resaltó, sin pesantez alguna, la brillantez de la orquestación Straussiana con unos interludios espléndidos y por otro, confluyó con la puesta en escena en el desarrollo ágil y fluido de la trama.

   El reparto resultó adecuado tanto en lo vocal como en lo interpretativo, y puso de manifiesto un gran trabajo previo de preparación y ensayos. Philip Jekal es un barítono lírico de timbre claro, bien emitido y canto sólidamente musical, que realizó una apreciable caracterización del Maestro Storch, alter ego de Richard Strauss, imbuido de su fama y centrado en la música y su carrera, olvidándose de su esposa, pues ella debe compartir su marido con el público y numerosos admiradores que concita. Este papel, Christine, trasunto de Pauline de Ahna, la mujer del compositor, fue afrontado por Flurina Stucki, una soprano lírica con cierto cuerpo, pero técnica sin afianzar, que se tradujo en viajes al agudo muy problemáticos. Stucki  firmó una entregada y comprometida labor interpretativa, si bien le faltó algo de fascino y sensualidad en escena, lo que sin duda desplegó la eximia Lotte Lehmann en el estreno de la ópera el día 4 de noviembre de 1924. Sólo discreto en lo vocal, el tenor Thomas Blondelle compuso, sin embargo, una espléndida creación escénica –divertido, irónico- del Barón Lummer, caracterizado en este montaje, no sólo como un geta buscafortunas, también como un play boy de tercera. Espléndida actuación del niño Emil Pyhrr como el hijo del matrimonio y muy divertidas las intervenciones de Gerard Ferreras como notario y, sobre todo, la veterana Nadine Secunde como su mujer. Anna Schoeck, sólida vocalmente, encarnó con frescura y acierto a la sirvienta Anna. Igualmente impecable Clemens Bieber, un tanto desgastado tímbricamente, pero ajustado en lo interpretativo como el Kapellmeister Stroh a quien realmente va dirigida la misiva femenina que provoca el equívoco, dada la similitud de los apellidos Storch y Stroh.

Foto: Monika Rittershaus

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