La soprano zaragozana Ruth Iniesta está llamada a ser una de las sopranos de cabecera de nuesto país en poco tiempo. Tras su triunfo como Clarita en La del manojo de rosas en la Zarzuela, teatro donde ya es una voz habitual, prepara su llegada al Teatro Real con Death in Venice, de Britten, mientras participa en el 5º Aniversario de la Asociación Aragonesa de la Ópera. Entre ensayo y ensayo, encuentra un momento para hablarnos de sus proyectos e ilusiones.
Por Gonzalo Lahoz.
Empecemos por el principio: ¿Cómo llegó la música a su vida?
Desde que era muy, muy pequeña ya me recuerdo cantando. Ya con cinco, seis años me recuerdo cantando Maria de la O, toda sentida yo, cómo si supiera lo que es el amor! (risas). Según crecía iba escuchando a Mariah Carey, Withney Houston... y fui cantando por esa rama. Era la típica niña repelente, de esas que ahora salen por Youtube, que cantaba El Guardaespaldas y toda esa parafernalia; así que le decía a mi madre: “Mamá, ya sé lo que voy a ser de mayor. Voy a ser cantante, pero como es muy difícil, también voy a ser... profesora”. Cada poco tiempo esa segunda profesión siempre cambiaba: profesora, veterinaria, repostera... ¡vigilante de la playa!, pero la de cantante siempre estaba ahí.
Por otro lado, mi bisabuelo, Enrique Iniesta, era violinista, y al marchar a Argentina, no se continuó la tradición musical en la familia, aunque su hijo, mi abuelo, siempre tenía puesta en casa música clásica. Es curioso que nunca ponía ni ópera ni zarzuela, pero a mi me llamaba muchísimo la atención y siempre me acercaba para que me explicase que estaba sonando. Después de mucho insistir, ya con 14 años y siendo demasiado tarde, me inscribieron para estudiar piano en el conservatorio. Allí mi profesor me sugirió estudiar canto y me aconsejó abrir mi mente, porque iba a cantar cosas muy diferentes a lo que estaba acostumbrada hasta entonces, que era más bien moderno.
Me presenté en la prueba de acceso sin pianista, a capella y sin haber estudiado nunca canto. ¡De hecho me preparé de oídas el Lascia ch'io pianga de Handel que venía en un disco de los libros del colegio! Eso, junto a Memory, de Cats... Y entré. Una vez dentro cada día me picaba más el gusanillo de la clásica, porque mi problema, o mi ventaja según cómo se mire, es que siempre me han apasionado las dos cosas, clásico y moderno.
Claro, porque usted comenzó en el musical. ¿Cómo se pasa de un género a otro y se sobrevive?
Es cierto que he cantado mucho musical en mis comienzos, ya con 18 años en Valencia. Con Te quiero, eres perfecto, ya te cambiaré, en el Teatro Alfil, aprendí actoralmente una barbaridad, ¡con 17 personajes diferentes cada tarde! Después vinieron Hoy no me puedo levantar, We will rock you, Los Miserables...
¿Qué ha transvasado, que experiencia ha volcado del musical al lírico?
Pues sobre todo el trabajo corporal. Me doy cuenta cuando veo a compañeros que están empezando, que no saben ni dónde poner las manos. Por descontado todo el baile y danza que conlleva el musical, claro está, y también obviamente el trabajo actoral. En el musical muchas veces importa más el que seas buen actor, que digas bien el texto, que entonar correctamente o saber darle color a tu voz. De todo ello no me di cuenta hasta que empecé en la Escuela Superior de Canto, donde también me di cuenta que todo mi periplo en musicales me había venido bien para trabajar mi parte central y grave.
¿Y al contrario? ¿Qué parte negativa puede haber tenido trabajar previamente en el musical?
Me costó mucho, durante unos primeros años, tener un color propio en el centro, apropiado para el canto lírico. De repente se me iba a otra cosa, porque además en un principio yo no lo quería dejar, y en el conservatorio prácticamente me obligaban a ello. “O una cosa o la otra” se me decía todo el tiempo. Por las mañanas estudiaba lírico y por las tardes trabajaba en un musical...
¿Cuál fue el punto de inflexión definitivo para cambiar del musical al lírico?
¿Sabe?, lo que pasa es que ya en el mundo del musical estaba muy cansada de que muchas veces me dijeran que era demasiado bajita, demasiado gorda o que tenía demasiado pecho. En ocasiones daba igual como cantase, como actuase... te sustituían por alguien que desafinaba si es que el físico, según ellos, iba más con el personaje. Estaba harta de no poder acceder a ciertos papeles por no ser una top model.
¿Y el mundo de la clásica está mucho mejor en ese aspecto?
Se está acercando a ese punto. Yo he vivido, he estado al lado en historias de compañeras que con unas voces impresionantes se les ha dicho: “cantas muy bien, pero o adelgazas o no vas a tener nunca papel en una ópera escenificada, tendrás que consolarte con versiones en concierto”. ¡Venga ya! A mi también se me han hecho comentarios del tipo: “si quieres dedicarte a esto te tienes que poner a dieta”. Pero nos guste o no, el mundo en el que vivimos es pura imagen, y eso es algo que cansa mucho, al menos a mi. Ya desde la escuela de canto se me “invitaba” a ir a clase con tacones porque soy bajita... También por otra parte, ¿hoy en día quién se cree a una Traviata enferma y enorme?
Yo.
Entiendo esa parte, entiendo lo que quiere decir, pero la parte actoral también está ahí, hay que tenerla en cuenta y potenciarla, pero sin llegar al punto que le comentaba. Poner sobre el escenario a alguien muy guapo pero que no cante, pues no puede ser.
Todo esto también nos viene de la industria de la música moderna. Si uno se fija, todas las mujeres de todos los discos son estupendamente guapas. Y si no lo son, las arreglan para que lo sean. Y una vez más, hay gente con una voz impresionante pero que si no enseñan la parte que tienen que enseñar, no venden discos. Da mucha rabia, ¿si no enseñas no cantas? ¡Con los hombres no pasa!
Con toda la importancia que comenta de la imagen, ¿cómo lleva su faceta de soprano “interactiva” a través de las redes? ¿Es bueno acercarse tanto al público?
Lo pienso muchas veces: igual me estoy equivocando, pero es que es algo que me apetece hacer. En el principio de mi carrera tuve un blog en el que iba contando mis vivencias, porque de siempre digamos que he tenido una vena de periodista que me ha empujado a contar estas cosas. Hoy en día además todo pasa por la tecnología y en la relación inmediata con la gente. Creo que hoy en día las generaciones de divas y divos ya han terminado, que todo está mucho más “normalizado” y en todo momento me he encontrado con profesionales muy cercanos. Una vez, una compañera de producción del Teatro de la Zarzuela me dijo que yo soy una “soprano moderna”.
¿Se ha encontrado con muchas cejas levantadas por venir del musical?
Sí. Muchas. Muchísimos comentarios. En una escuela de canto el venir de musical siempre es una comidilla. En cuanto tenía el más mínimo fallo, en seguida se me echaba en cara que era “la del musical”. También había gente que lo veía con buenos ojos. De todas formas es que aquí, en nuestro país, tenemos otro concepto que fuera no se tiene.
Porque usted ha estudiado en Viena con Helen Donath...
Exacto, además de con Iistvan Cserjan, a través de una beca del Concurso BBK de Bilbao. Con Helen Donath aprendí la forma de estudiar más que algo en concreto, porque aquí miramos el sabernos las notas y ya. Con ella estuve una hora de reloj repitiendo “In uomini... In uomini... In uomini...” de la Despina. Luego la fui a cantar así, aquí, y me dijeron que por favor no empleara tanta voz...
¿De veras las masterclasses son efectivas?
Vocalmente, no siempre. Con Helen Donath, confieso que no me sirvieron, pero sí mentalmente, para saber qué era lo que quería. No es que ella no supiera enseñar, es que no terminamos de conectar. Todo depende de saber poner la inteligencia por delante, tanto el alumno como el profesor. No tomar nada como impuesto. Con que te haga pensar, ya es un buen profesor.
¿Y de veras los concursos de canto sirven para algo?
Yo siempre he pensado que por una parte sí, siempre que haya un jurado competente e independiente que no esté influenciado por cuestiones externas a los participantes. Yo he de decir que empecé a trabajar gracias a eso, me presenté al Concurso Jacinto Guerrero y tuve la suerte de que gané el premio a Mejor intérprete de música española. Entre el jurado se encontraban el director de orquesta Cristóbal Soler y Paolo Pinamonti, intendente del Teatro de la Zarzuela, quien posteriormente se puso en contacto conmigo y tiempo después ya estaba participando como Carmela en La vida breve, y cada vez papeles más grandes. Como escaparate siempre sirve. ¡A no ser que lo hagas mal! También es cierto que en algunos concursos no puedes explicarte como algunos participantes no pasan a la final en lugar de otros, pero bueno, digamos que todo es tan subjetivo... tanto que muchas veces no es solamente la subjetividad de que te guste uno u otro sino que hay otros motivos.
¿Y cómo es su relación con la zarzuela?
¡Pues estupenda! (risas).
¿Seguro? Después de muchos años no dirá como Ana María Iriarte, que la zarzuela la cantaba para poder trabajar, que por ella hubiera cantado siempre ópera?
¿En serio? Lo cierto es que hay mucha gente, no digo Iriarte, que llevan la zarzuela como de tapadillo, como si fuera un arte menor. En zarzuela hay cosas malas y buenas, pero también las hay en la ópera. ¿Por qué lo de aquí, sólo por el mero hecho de ser de aquí, a mucha gente le hace poner mala cara? ¿Por qué desterrar la zarzuela cuando hay una música tan estupenda, tan bien escrita y que tan bien sirve para contar historias? No concibo la zarzuela como un paso, como un escalón más en mi vida sino que me gustaría mantenerla siempre conmigo. De hecho estamos preparando con la SGAE un recital junto a Miguel Huertas en el que se rescatan bastantes romanzas de zarzuela hoy en día olvidadas, en ese aspecto me considero una cantante “historicista”.
Esa parte de diva ya la lleva, la de desempolvar obras olvidadas: Montecarmelo, Aniceta, El terrible Pérez, El Diablo en el poder... ¡Usted ha participado ya en mucha recuperación historicista!
(Risas). ¡No sabía que esa parte fuese de diva, pero lo mío de verdad es por pura curiosidad! Está muy bien cantar todas las protagonistas clásicas, de hecho siempre estoy con Sonnambula, con Lucia, Adina... y me encantan, pero ¿por qué no cantar también cosas diferentes?, cosas que no se han cantado tanto. De todas formas parece que la recuperación en la zarzuela se haya puesto de moda de un tiempo a esta parte, porque recuerdo entrar en la escuela de canto y el profesor de historia quejarse porque los proyectos de fin de carrera siempre se hacían sobre lo mismo, cuando hay infinidad de partituras por redescubrir.
¿Redescubrirá nuevas piezas en el programa que ofrece en Zaragoza el próximo día 6, en el quinto aniversario de la Asociación Aragonesa de la Ópera?
En la gala también intervienen Luis Cansino y Alejandro González, con Aurelio Viribay al piano. Cada uno cantamos dos romanzas, una en cada parte, dos dúos y dos tercetos. Yo llevaré “Me llaman la Primorosa” de El barbero de Sevilla y la romanza de Laura en La eterna canción, que es muy bonita, algo complicada armónicamente, pero muy bonita.
¿Clarita, de La del manojo de rosas, ha sido su boom, su confirmación en la zarzuela?
Sí, definitivamente sí. Ya con La niña, en las visitas guiadas que organizaba el Teatro de la Zarzuela, obtuve bastante éxito, además ya me lo decía Enrique Viana: “Esto va a ser algo grande para ti”, y no se equivocó. En ese papel aprendí una barbaridad y se me escuchó mucho. Entonces era “La niña”, ahora soy “Clarita”. ¡Espero algún día poder llegar a ser Ruth!
Lo de La del manojo de rosas fue algo muy grande, con esa gran producción, con Emilio Sagi y ese gran reparto.
¿Cómo preparó el personaje?
Por lo general siempre comienzo con el texto. Primero el mío y luego el de los demás. Hay mucha gente que sólo se aprende su parte, pero yo prefiero aprenderme todas las demás para llegar a comprender mejor a mi personaje. Después como siempre, estudio la música, que en muchas ocasiones es más que descriptiva, como ocurre siempre por ejemplo en Verdi. Con todo ello, comienzo a formularme preguntas: ¿Cómo vive?, ¿De donde viene?... Y se acaban perfilando todos los detalles, hasta la forma de caminar. En el caso de Clarita fue muy gracioso porque yo ya llevaba una idea previa, una chica presumida y algo petarda que quiere ser moderna, aunque luego sea más maruja que todas. Un día en los ensayos Emilio Sagi comenzó a pedirme una voz más aguda. Yo iba subiéndola y él cada vez me pedía más y más aguda, hasta que acabó surgiendo la voz que todos pudieron escuchar en el escenario, que es una voz algo desagradable que Clarita utiliza cuando quiere hacerse la moderna y que se la escuche. Me lo pasé en grande con esa producción, ¡y con Luis Varela!, a quien ya tenía cogida la cara, que empezaba a subir las cejas y en ese momento empezaba a inventarse el texto, pero siempre con sentido, porque es un actorazo.
Volviendo a la gala del próximo día 6, ¿qué se siente al cantar en la ciudad en la que nació y ver como se está contribuyendo a que la lírica vuelva a formar parte de su cultura del día a día?
¡Pues una se siente muy orgullosa! Aunque yo viva aquí, toda mi familia, prácticamente toda, vive allí, por lo que sí que siento esa raíz zaragozana. Me siento muy orgullosa de poder colaborar en que la ópera y la zarzuela vuelva a escucharse en mi ciudad. Me lo decía Carlos Chausson: “Ahora te toca a ti, tienes el testigo de que aquí se vuelva a cantar”. Chausson, que ha llevado el nombre de Zaragoza por todas partes... a mi me encantaría llevarlo también.
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