Por Raúl Chamorro Mena
Pesaro. 15-VII-2018. 11:00 horas. Teatro Rossini, Festival Giovane 2018. Il viaggio a Reims (Gioachino Rossini). Maria Laura Iacobellis (Corinna), Claudia Muschio (Contessa di Folleville), Lusine Makaryan (Madama Cortese), Maria Barakova (Marchesa Melibea), Manuel Amati (Cavalier Belfiore), Shanul Sharma (Conte di Liebenskof), Carles Pachón (Lord Sydney), Petr Sokolov (Don Profondo), Igor Onishchenko (Barone di Trombonok), Pablo Gálvez (Don Alvaro), Nicolò Donini (Don Prudenzio), Antonio Garés (Don Luigino). Orquesta Filarmónica Gioachino Rossini. Dirección musical: Hugo Carrio. Dirección de escena: Emilio Sagi.
Pesaro, 15-VII-2018, 20:00 horas. Teatro Rossini. Rossini Opera Festival 2018. Adina (Gioachino Rossini). Lisette Oropesa (Adina), Levy Sekgapane (Selimo), Vito Priante (Califo), Matteo Macchioni (Alì), Davide GianGregorio (Mustafà) Orquesta Filarmónica Gioachino Rossini. Dirección musical: Diego Matheuz. Dirección de escena: Rosetta Cucchi.
La función matinal del Festival Giovane con los alumnos de la Academia Rossiniana es siempre una cita muy agradable por la frescura, entusiasmo juvenil, ligereza, chispa y compromiso de todos los participantes. Il Viaggio a Reims, además de una partitura plena de inspiración y en la que Rossini exprime a fondo todas las posibilidades de la voz humana planteando una especie de torneo de canto, se presta por la amplitud y diversidad del elenco, aunque el problema radica en la enorme dificultad de todas las piezas, de una gran exigencia virtuosística.
En esta mañana de Ferragosto la veterana siempre eficaz producción de Emilio Sagi volvió a funcionar como un reloj y la representación discurrió con la desenvoltura y espontaneidad juvenil habituales en un elenco en el que destacó, en primer lugar, la bonita voz de la soprano Maria Laura Iacobellis como Corina que desgranó con bella línea y un esmalte atractivo sus dos mágicas intervenciones con acompañamiento de arpa. Margen de mejora para los matices y unos ascensos al agudo no siempre bien resueltos. La jovencísima Claudia Muschio en el papel de la Condesa de Folleville mostró una voz justa de proyección, aún sin hacer, pero con agilidad y extensión al sobreagudo di natura. Desenvuelta en escena, desenrroscó su toalla de la cabeza, descubriendo una hermosa melena hasta la cintura, denotando ser de esas intérpretes carismáticas y que se sienten a gusto en el escenario. Importante el material que lució Maria Barakova como Melibea, aunque deberá pulirlo, así como su canto. Margen de mejora también para una Lusine Makaryan (Madama Cortese) un tanto estridente. El español Carles Pachón mostró muy grato timbre en el exigentísimo papel de Lord Sydney, aunque a su canto le faltó ductilidad y matices. Desenfadado, con gran soltura, el también español Pablo Gálvez como Don Alvaro. El Don Profondo de Petr Sokolov se vió penalizado por una articulación del italiano borrosa y poco natural. Respecto a los los dos tenores destacar el grato timbre de Manuel Amati y el arrojo de Shanul Sharma con unos agudos faltos de giro y expansión. Un tanto ayuno de verbo y comunicatividad el barone Trombonok de Onishchenko
Más bien planota, nebulosa y de trazo grueso la dirección musical de Hugo Carrio.
La ópera Adina, que también cumple 200 años es, seguramente, la menos conocida de Rossini y la más rocambolesca a la par de extraña, en cuanto a génesis, elaboración y estreno. La comisión proviene de un caballero portugués de difícil identificación que desea una obra para lucimiento de una amiga primadonna. Aunque la obra se termina y remite en 1818, no se estrena en el Sao Carlos de Lisboa hasta 1826, no llegando a representarse en Italia hasta ¡1963! en la Accademia Chigiana de Siena.
Como bien señala Fabrizio della Seta, autor de la edición crítica, en el valiosísimo libreto-programa de la obra, en los nueve números musicales que contiene esta farsa semiseria podemos encontrar diversas fuentes. Tres números compuestos por Rossini ex novo, dos de un colaborador de confianza y 4 fragmentos de autopréstamo procedenes de la ópera Sigismondo. Asimismo, intervienen otras dos personas en los recitativos. A pesar de todo ello y al ser la farsa un género con el que Rossini triunfó en su período veneciano de 1810 a 1812, el genial músico dominaba los códigos y el lenguaje de este género y consigue, a pesar de disponer de poco tiempo y de las diversas manos que intervienen en la composición, por un lado, satisfacer a la primadonna -como requería el comitente- a la que compone dos estupendas escenas ex novo de su puño y letra, además de conseguir una unidad estilística, un producto coherente y rematado.
El montaje de Rosetta Cucchi nos lleva por el terreno del cuento, de la fábula con una escenografía (a cargo de Tiziano Santi) basada en una enorme tarta nupcial llena de colorido, donde vive Adina y en la que aparecen diversos personajes de cuento que salen y entran. Desde el primer momento sabemos que Adina, carina y encantadora, terminará en plena felicidad, en ningún momento pensamos que la tragedía pueda aflorar y se pasa de soslayo por la ambigüedad de la trama, en la que el enamorado Califo que va a ser su esposo y con quén vive, resulta ser, finalmente, su padre. El público entra perfectamente en el juego de la amabilidad, de la ligereza, de la cordialidad y empatiza con Adina desde el primer momento. A ello contribuye la interpretación de Lisette Oropesa, con un tono ingenuo, naïf, infantil, una muchacha carina y encantadora con la que, es preciso insistir, se identifica totalmente el público. Asimismo, en lo vocal, siempre sensible y refinada, tradujo brillantemente las dos escenas “Fragolette fortunate” y “Dove sono? Ancor respiro?” de gran vuelo virtuosístico y con las que Rossini garantizaba el lucimiento de esa ignota primadonna tal y como le requería el comitente de esta ópera. Notable la prestación del tenor surafricano Levy Sekgapane, ganador de importantes concursos de canto, entre ellos el Operalia y que demostró una deslumbrante facilidad en la zona alta, disparando agudos y sobreagudos con una despampanante facilidad, desahogo y squillo. El timbre, asimismo, es grato, aunque más bien pequeño y fraseó con arrojo y efusión especialmente en su gran aria “Giusto Ciel, che i dubbi miei” y en el gran Cuarteto -también compuesto ex novo por el Maestro-, que constituye el ápice de la partitura. Menos interés tuvo el Califo de Vito Priante, más plano en lo vocal, de medios vocales muy modestos y con apreturas en los agudos, aunque bien implicado en el montaje en la faceta intepretativa. Más que cumplidores Matteo Macchioni y Davide GianGregorio.
Solvente, bien planteada, ligera, la dirección musical del venezolano Diego Matheuz, colaborador con los cantantes y que aseguró el adecuado pulso y teatralidad. El público disfrutó mucho y ovacionó con entusiasmo a los intérpretes.
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