Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Il turco in Italia de Rossini en el Teatro Real de Madrid, bajo la dirección musical de Giacomo Sagripanti
Poco espumoso y aún menos efervescente
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 31-V y 1-VI-2023, Teatro Real. Il turco in Italia (Gioachino Rossini). Alex Esposito/Adrian Sampetrean (Selim), Sara Blanch/Sabina Puértolas (Fiorilla), Edgardo Rocha/Anicio Zorzi Giustiniani (Don Narciso), Misha Karia/Pietro Spagnoli (Don Geronio), Florian Sempey/Mattia Olivieri (Poeta Prosdocimo), Paola Gardina/Chiara Amarù (Zaida), Pablo García-López (Albazar). Coro y orquesta titulares del Teatro Real. Dirección musical: Giacomo Sagripanti. Dirección de escena: Laurent Pelly,
Como bien resalta el inolvidable Alberto Zedda en sus Divagaciones rossinianas, primero Mozart en el Settecento y después Rossini, ya en el Ottocento, impulsaron y elevaron un género considerado inferior como era la ópera cómica y con ello lograron superar las rigideces y encorsetamientos de la ópera seria, convertida, prácticamente, en una sucesión de arias alternadas por recitativos, distribuidas entre los divos según su categoría.
Dúos, tercetos, números de conjunto, dinamismo y espontaneidad escénicas vitalizaban la ópera buffa, a la que no se acercaban los divos y, por tanto, tampoco sus exigencias. Mientras Mozart no llevó esos elementos a la ópera seria, Rossini sí lo hizo, después de fijar con La italiana en Argel (Venecia 1813) el prototipo de ópera cómica moderna, ese perfecto mecanismo músico-teatral que fundamenta las grandes obras del Rossini buffo.
Una de esas magníficas óperas cómicas Rossinianas es Il turco in Italia, dramma buffo lo denomina el autor, pues también tiene elementos de patetismo -también pasajes musicales- propios de ópera seria, conforme a ese modelo que fijó el genio de Pesaro. La obra no tuvo mucho éxito en su estreno en el Teatro alla Scala de Milán en 1814, pues el exigente público de la Sala Piermarini consideró que Rossini les estaba endiñando un refrito de la citada L’Italiana in Algeri. Ciertamente, Il turco in Italia es la otra cara de la moneda argumentalmente, pero al contrario de lo que sucedía con otras óperas de su autor, casi no contiene autopréstamos con una música plena de creatividad, ingenio y refinamiento, así como una estructura músico-dramática llena de originalidades, pues escasean las arias propiamente dichas, en favor de los números de conjunto que dinamizan la acción. Por no hablar de la originalidad del personaje del poeta Prosdocimo, que pretende escribir un drama mientras se desarrolla la ópera, para lo cual intenta manipular el comportamiento de los personajes. Sin éxito alguno, bien es verdad.
Pietro Spagnoli (Don Geronio) y Adrian Sampetrean (Selim) en El turco en Italia del Teatro Real de Madrid
Como casi toda la obra Rossiniana, excepto El barbero de Sevilla que siempre ha sido pilar del repertorio operístico, Il turco in Italia desapareció de los escenarios hasta su recuperación por Maria Callas y el director Gianandrea Gavazzeni, primero en Roma en 1950 y posteriormente en Milán en 1955, incluida grabación de estudio para el sello EMI, que consagra la gran creación de la Divina, pero con una ensalada de cortes, incluido, desgraciadamente, el de la gran aria de Fiorilla del segundo acto.
Conveniente y oportuna resultó la exposición de trajes de Doña Teresa Berganza previo al estreno del día 31 de mayo, pues la madrileña fue una grandísima cantante Rossiniana.
La carta de presentación de Fiorilla deja muy claro el carácter del personaje «No existe locura mayor que querer a un solo amante». Frívola, casquivana, caprichosa, seductora, busca el placer y exprimir a fondo el juego amoroso. Un personaje femenino, por tanto, modernísimo e insólito para la época del estreno de la ópera. Tiene marido, el viejo y débil Don Geronio y amante oficial, el atildado y relamido Don Narciso. Ello no le impide encapricharse del exótico Turco que llega a la península –«Anche i Turchi non mi spiacciano»-, pero al ver que éste se reconcilia con su ex amante Zaida y que su esposo la pone en la calle, se arrepiente y vuelve al redil mediante un aria suntuosa, propia de ópera seria.
En la función de estreno del día 31 de mayo, dada la cancelación de Lisette Oropesa, cantante muy querida por el público del Teatro Real, Fiorilla fue encarnada por la soprano tarraconense Sara Blanch. La joven y radiante soprano española completó una apropiada creación escénica de la bella muchacha, astuta, manipuladora, desenvuelta, con todo el encanto femenino requerido. Sólo se echó en falta una mayor personalidad y carisma interpretativos con los que librarse de un cierto aroma de insustancialidad. En lo vocal, la Blanch mostró su voz ligera, sana, juvenil y, sobretodo, bien colocada. Algo que debería ser una condición indispensable para subirse a un escenario, pero que hoy día es una especie de rara avis. Asimismo, la Blanch demostró seguridad en la coloratura y el sobreagudo, a lo que se sumó un canto pulcro, cuidado, pero sin especial fantasía, ni variedad en el fraseo. Sacó adelante la muy exigente aria del segundo acto «Squallida veste e bruna» con variaciones en el da capo de la cabaletta, buena coloratura y ascensos bien resueltos. Un apreciable éxito para la Blanch, que constituye un paso más al frente en la carrera de esta buena soprano española. Por su parte, en la función del día 1 de junio, Sabina Puértolas evidenció un mayor dominio del personaje, pues a diferencia de la Blanch que lo debutaba, ya lo ha abordado en otras ocasiones. La soprano navarro-aragonesa pisó el escenario son su seguridad habitual y destiló mayor picardía, además de acentos más intencionados, pero bordeando en algún momento el exceso, algo que no permite el refinamiento y estilización de la obra Rossiniana. En lo vocal, la emisión retrasada de siempre y también su canto musical, siempre sostenido con gusto y apreciables legato y agilidad.
Aunque no se puede negar que conoce el estilo y canta con aseo, resultó demasiado liviano el tenor uruguayo Edgardo Rocha. Sin carne, ni mordiente, con apreturas en la zona alta, en el papel del amante Don Narciso, especialmente ridiculizado su carácter de petimetre en el ámbito de este montaje. Se trata de un papel estrenado por el gran Giovanni David, uno de los primeros y más prestigiosos tenores agudos y que estrenó muchos papeles Rossinianos. Precisamente, para su lucimiento, añadió el pesarés posteriormente al estreno, el aria del segundo acto «Intesi! Ah tutto intesi!» del que Rocha ofreció una discreta interpretación. Si modestos son los medios de Rocha, qué decir de los de Anicio Zorzi Giustiniani, Don Narciso el día 1 de junio. Antes del comienzo se anunció que padecía una gripe, pero que «por deferencia hacia el público» se subiría al escenario. De eso nada, la deferencia al público es cantar sano y si no, que salga el cover. Lo cierto es que pudo escucharse una voz tenoril paupérrima, minúscula y alicorta, una técnica precaria, además de apreciarse como el tenor italiano escamoteó sin rubor los sobreagudos de su aria arriba referida.
Sabina Puértolas en El turco en Italia del Teatro Real
Otro cantante legendario y fundamental en la producción rossiniana, el bajo Filippo Galli creó el personaje de Selim, el turco que da título a la obra y que quiere añadir a su serrallo a una italiana y si es tan bella y desenvuelta como Fiorilla, mejor que mejor. Alex Esposito firmó una labor correcta, pulcra, tanto en lo vocal como en lo interpretativo, pero no más, sin poder librarse de una sensación de monotonía en lo vocal, y de cierta grisura en general. Su timbre posee cierta sonoridad, pero carece de brillo y atractivo tímbrico, mientras su fraseo tampoco puede presumir de especial clase ni de variedad de acentos. Eso sí, resultó muy superior a Adrian Sampetrean, de medios vocales mucho más modestos, agudo imposible e incapaz de ofrecer detalle alguno en su canto.
Misha Karia fue el otro gran triunfador del estreno, junto a Sara Blanch, pues compuso un Don Geronio muy creíble y genuino, de inmediata comunicatividad. Apoyado en su físico corpulento, unos acentos intencionados y notables dotes cómicas encarnó la debilidad del esposo cornudo y consentidor, también su sufrimiento, con el que el público se identifica, a pesar de que la puesta en escena arrumba ese aspecto importante de este personaje, propio de buffo caricato. Karia, además, exhibió voz resonante y una sorprendente capacidad para el canto sillabato (canto sin melodía en el que debe marcarse cada sílaba con gran velocidad). Buen ejemplo de ello fue su destacada interpretación del aria del segundo acto «Se ho da dirla», que suele suprimirse y que fue añadida por Rossini para unas interpretaciones en Roma en 1815. La página contiene un canto sillabato frenético que fue bien traducido por el cantante. Lo que tiene mucho mérito en cualquier caso, aún más para un cantante georgiano, de procedencia idiomática tan ajena. Menos interesante resultó el Don Geronio del veterano italiano Pietro Spagnoli el día 1, aunque su veteranía, tablas y dominio del lenguaje buffo se hicieron indudablemente presentes.
Paola Gardina (Zaida) y Alex Esposito (Selim) en El turco en Italia del Teatro Real de Madrid
El originalísimo papel del poeta Prosdocimo fue asumido el día del estreno con solvencia por el barítono francés Florian Sempey de emisión gutural y buen concepto del canto, pero la esencia de este personaje se encuentra en los recitativos y ahí fue superado claramente por Mattia Olivieri el día 1. El timbre del barítono italiano es más claro y menos sonoro, pero sus recitativos resultaron más intencionados, genuinos y espontáneos y el intérprete más comunicativo. Zaida, la ex amante de Selim que se integra en un grupo de zíngaros a la busca de la reconciliación con su amado, se movió entre la monótona y plana corrección de Paola Gardina y una Chiara Amarú con más decibelios y entidad en el grave, pero engolada y de canto vulgar.
Se cortó el aria de Albazar, por lo que Pablo García-López se limitó a desgranar con finura sus recitativos con su timbre tenoril liviano y filiforme, pero correctamente emitido.
Decepcionante en líneas generales la dirección musical de Giacomo Sagripanti, por anodina, gris y ayuna de chispa. Un Rossini buffo poco espumoso, definitivamente insípido, lejos de evocar la «locura organizada» que aludía el Maestro Zedda como seña de identidad del Rossini buffo. Cierta solvencia musical y algún pasaje lírico destacable no pueden compensar que el sonido que surgió del foso del Teatro Real fue borroso, falto de elegancia, de pulimiento tímbrico y que transmitió más bien indolencia y rutina. La misma rutina, dentro de su solvente y ajustada labor, transmitió el coro.
La puesta en escena de Laurent Pelly se basa, según expresa el propio regista en el programa de mano, en la vía de escape que constituyen las fotonovelas para la insatisfecha Fiorilla y que hacen volar su imaginación. Con ello Pelly parece querer apuntarse a la ola feminista, pues, aunque tenga marido, amante oficial y manifieste su carácter frívolo desde el primer momento, su actitud parece justificarse por su aburrimiento e insatisfacción, que convierten en ineludible su escapatoria con el turco. Yo pienso, al contrario, que lo más feminista es el carácter caprichoso, casquivano y, fundamentalmente, independiente de la protagonista, que no necesita justificación e, insisto, resulta modernísimo en su época. Los personajes se mueven mucho sobre el escenario, la presencia de paneles con fotonovelas es constante, así como los marcos que forman viñetas con los personajes en las diversas escenas. En resumen, una puesta en escena aceptable, con un movimiento escénico eficaz, bien trabajado y que sirve para seguir la obra, pero que no puede evitar enmarcarse en el carácter rutinario, más bien anodino de este Turco in Italia, tan escasamente espumoso y aún menos burbujeante.
Fotos: Javier del Real / Teatro Real
Sara Blanch (Fiorilla) en El turco en Italia del Teatro Real
Florian Sempey (Poeta Prosdocimo), Misha Kiria (Don Geronio), Paola Gardina (Zaida), Pablo García-López (Albazar) y miembros del Coro Titular del Teatro Real
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