Por Inés Tartiere| @InesLFTartiere
Oviedo. Teatro Campoamor. 13-X-2017. Il trovatore, Verdi. Ópera de Oviedo. Luis Cansino, Meeta Raval, Agostina Smimmero, Antonio Corianò, Dario Russo, María José Suárez, Jorge Rodríguez-Norton, Alberto García. Oviedo Filarmonía. Coro de la Ópera de Oviedo. Dirección de escena: Joan Anton Rechi. Dirección musical: Ramón Tebar.
Il trovatore se ha convertido en los últimos tiempos en una de las óperas que más quebraderos de cabeza genera a los directores artísticos. No sólo hace falta un elenco excepcional para hacer justicia a la inspiradísima partitura verdiana, la dificultad de establecer una conexión emocional contemporánea se hace cada vez más difícil en una historia que no goza de la misma credibilidad que en su estreno en Roma, donde fue todo un éxito. Mientras Rigoletto y La traviata, que junto a Il trovatore componen la llamada “Trilogía popular”, son pilares de repertorio en toda casa de ópera, Il trovatore ha ido reduciendo paulatinamente sus representaciones, donde rara vez se cuentan por éxitos. En Oviedo se representó por última vez en el año 2010, donde no fue precisamente un éxito. En esta ocasión tampoco puede hablarse de resultados extraordinarios, pero si muy disfrutables, superando en su globalidad el “reparto jóven”, al primer reparto.
Hoy en día conseguir un elenco solvente de Il trovatore, para una ópera con reducido presupuesto como es la Ópera de Oviedo, es prácticamente imposible. No sólo por el elevado coste que supondría, sino por la tan mencionada escasez de voces que sufrimos en los últimos tiempos, principalmente en este repertorio. Si a esto hay que añadirle la dificultad de programar dos repartos, uno de ellos “joven”, el éxito sería prácticamente un milagro. Pero si hay alguien capaz de hacer brillar la luz en la oscuridad es el director valenciano Ramón Tebar, sin duda uno de los directores más fascinantes de los últimos tiempos. Desde la introducción, exhibió un buen pulso que se mantuvo durante toda la función, algo esencial en Verdi, y consiguió sacar todo el partido a una Oviedo Filarmonía que firmó una actuación redonda. Si bien con el primer reparto no pudo mostrar todo su potencial, con el que se encontró incómodo en no pocas ocasiones, en la sesión del viernes fue toda una declaración de intenciones. Ajustando el volumen de la orquesta, respetando las diferentes necesidades de cada cantante, firmó una dirección de muchos quilates, elevando la nota media de la función sustancialmente. Los desajustes en el concertante que cierra el segundo acto no empañaron al excelente trabajo de una batuta privilegiada. Magnífica elección por parte de la Ópera de Oviedo, contar en sus dos primeras óperas de la temporada con dos de los mejores directores musicales actuales: Guillermo García Calvo y Ramón Tebar, que por suerte, son españoles.
Los resultados del elenco que componían el denominado segundo reparto fueron desiguales. Leonora fue la soprano galesa Meeta Raval, cuya voz nos parece insuficiente para este rol. Inaudible en la zona centro grave, su voz gana brillo y calidad en el agudo, pero es más bien reducida, más apropiada para roles más ligeros, donde seguramente podría mostrar un nivel más alto, ya que la voz tiene cierta calidad. Empezó muy insegura en la famosa aria “Tacea la notte placida”, mejorando en las complicadas agilidades de la cabaletta “Di tale amor”. Sus mejores momentos de la noche llegaron en el cuarto acto, con “D'amor sull'ali rosee” realizando algunos filados de factura y en el dúo del cuarto acto con el Conde de Luna, interpretado por el barítono madrileño Luis Cansino. Con un timbre muy adecuado para el rol, fue un Conde contundente, creíble, que supo aprovechar cada momento al máximo, luciendo un centro suntuoso y aterciopelado. Su preciosa aria “Il balen del suo sorriso” quedó empañada por un fraseo que no fue excesivamente elegante, pero su voz es mucho más adecuada para el rol que el Conde de Luna del primer reparto, Simone Piazzola. Gran actuación del madrileño, en lo que suponía su debut del rol. Muy interesante fue la Azucena de Agostina Smimmero, sin duda una artista a la que habrá que seguir. Con gran flexibilidad de medios, que es una de las mayores dificultades que presenta este rol desde su entrada en escena con el aria “Stride la vampa“, firmó una Azucena muy expresiva, con unos graves imponentes, que no tienen nada que envidiarle a los de una contralto, brindándonos un final sublime en su faceta más lírica, con “Sì, la stanchezza m'opprime, o figlio”, excelentemente secundada por la Oviedo Filarmonía y por el Manrico de Antonio Corianò, el más ovacionado de la noche. De gran presencia escénica, se agradece la entrega que mostró durante toda la velada, firmando un Manrico muy creíble y muy valiente en todas sus intervenciones. Tiene una voz interesante, amplia y atractiva, pero no le resulta fácil manejarla, especialmente en los momentos que demandan un canto más refinado, como el aria “ah si ben mio”, donde sufrió en los cambios de registro, mejorando en la famosa cabaletta “Di quella pira”, finalizando con un imponente agudo final. Un tenor joven muy a tener en cuenta. Fue muy aplaudido, por un público joven, pero no inexperto, que se mostró muy receptivo desde el primer momento de la representación, y que supo reconocer la gran labor de Ramón Tebar al frente de la Oviedo Filarmonía, sin duda el gran triunfador de la noche. De los artistas secundarios destacamos a Jorge Rodríguez-Norton, que consiguió exprimir al máximo sus pocas intervenciones, con la solvencia a las que nos tiene acostumbrados, y al bajo Dario Russo, como Ferrando, en un rol un tanto ingrato, en el que pudo lucir su consistente y bella voz. Correctos Alberto García y María José Suarez como un viejo gitano e Inés, respectivamente. Gran participación del Coro de la Ópera de Oviedo, que parecieron contagiarse en todo momento del buen hacer de sus compañeros, resultando su participación mucho más redonda, en momentos como el célebre “coro del yunque”, y en “Or co'dadi ma fra poco”, que abre el tercer acto, que fueron brillantes.
Joan Antón Rechi propone una escenografía minimalista, por momentos atractiva con la constante proyección de los desastres de la guerra de Goya, presente en escena durante prácticamente toda la obra. Consiguió momentos de gran eficacia estética como la última escena en la que la pira la formaba un único atrezzo, compuesto por sillas apiladas. En el debe, una ineficiente dirección de actores. Una escena tan minimalista demanda un excelente movimiento escénico, y aquí Rechi fracasa estrepitosamente. La iluminación tenebrista fue adecuada y el vestuario de Mercé Paloma fue correcto, aunque podría haber sido más atractivo.
Cuando las cosas se hacen con verdadero interés, los resultados siempre son más satisfactorios, y este elenco de ilusión y garra estaba sobrado. La desidia contagia, pero por suerte las ganas de hacer las cosas bien, también. Ahí está la principal diferencia entre ambos repartos.
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