Crítica de Raúl Chamorro Mena de Il Trittico de Puccini en el Teatro del Liceo de Barcelona dirigido por Susanna Mälkki
La esencia del contraste
Por Raúl Chamorro Mena
Barcelona, 3-XII-2022, Gran Teatro del Liceo. Il Trittico – El tríptico (Giacomo Puccini). Il tabarro-El tabardo. Lise Davidsen (Giorgietta), Brandon Jovanovich (Luigi), Ambrogio Maestri (Michele), Valeriano Lanchas (Il Talpa), Pablo García-López (Il Tinca), Mireia Pintó (Frugola). Suor Angelica. Ermonela Jaho (Suor Angelica), Daniela Barcellona (La Zia Principessa), María Luisa Corbacho (La abadesa), Mercedes Gancedo (Suor Genovieffa), Mireia Pintó (la hermana celadora), Marta Infante (la maestra de las novicias). Gianni Schicchi. Ambrogio Maestri (Gianni Schicchi), Daniela Barcellona (Zita), Ruth Iniesta (Lauretta), Iván Ayón-Rivas (Rinuccio), Stefano Palatchi (Simone), Marc Sala (Gherardo). Orquesta y coro del Gran Teatro del Liceo. Dirección musical: Susanna Mälkki. Dirección de escena: Lotte de Beer
El hecho de poder ver Il Trittico completo, tal y como lo concibió Giacomo Puccini, se ha convertido, cada vez más, en un acontecimiento en la ópera de hoy día. Después de su estreno en Nueva York en 1918 esta creación del genio de Lucca, que reúne tres óperas cortas diferentes y profundamente contrastantes, experimentó la desmembración de sus partes, que pasaron a integrarse en las más variadas programaciones y con las más diversas compañeras de función. Las representaciones de Il Trittico tal y como se concibió se han convertido en cada vez más infrecuentes y, de hecho, en el Liceo de Barcelona no se representaba desde hace 35 años.
El enorme contraste entre las tres piezas, con la muerte como elemento común, constituye el fundamento para que se representen juntas en una única velada. La desesperanza, la insatisfacción, la tragedia, el asesinato - la muerte violenta-, en la obra que más claramente se asocia al movimiento llamado verista, las encontramos en Il Tabarro. La redención, el suicidio, la muerte en sentido místico, en Suor Angelica. La tradición de la ópera buffa, fundamental en la ópera italiana, con el tránsito post mortem tratado en clave irónica y de farsa, en Gianni Schicchi.
La producción elegida para este regreso de Il Trittico completo al Liceo, a cargo de Lotte de Beer, procede de la muniquesa Opera Nacional de Baviera, donde la ví hace cinco años cuando se estrenó bajo la dirección musical de Kirill Petrenko.
Ante todo, me gustaría destacar el magnífico trabajo de la directora musical finlandesa Susanna Malkki, que transformó totalmente la orquesta, provocando la sensación de que otra agrupación suplantó a la habitual y ocupó el foso del coliseo de La Rambla. Mälkki no pudo superar totalmente las limitaciones de la orquesta, pero limpió el sonido, aportó luminosidad, clarificó texturas, y una cuerda normalmente exigüa se escuchó con cierto brillo, empaste y sonoridad. Asimismo, la finlandesa, otra destacada alumna de Jorma Panula, dotó de todo su relieve - sin poder librarse de algún exceso de decibelios- a la magnífica orquestación pucciniana. Ciertamente, faltó un tanto de voltaje teatral en Il tabarro, además de esa atmósfera de miseria y angustia de los que trabajan y viven en el río Sena, verdadero protagonista para Puccini de la obra y que confiere un pathos especial a los personajes. Espléndida, sin embargo, plena de detalles y refinamiento, la dirección de Malkki en Suor Angelica, pues los aires Debussyanos, la fuerte carga impresionista de esta composición, le van como anillo al dedo a una especialista en música del siglo XX y contemporánea. El sosiego, la serenidad, el recogimiento del convento fueron impecablemente expresados por la batuta, así como la alteración de todo ello que produce la llegada de la Zia Principessa. Finalmente, un Gianni Schicchi lleno de chispa y dinamismo puso sello a una notable dirección orquestal.
Antes del comienzo de la representación, Víctor García de Gomar anunció que la soprano Lise Davidsen se había levantado resfriada pero que, a pesar de ello, interpretaría a Giorgietta de Il tabarro. Mujer insatisfecha y hastiada, casada con un hombre mayor, patrono de una barcaza en el Sena que le obliga a una vida encerrada, sin horizontes a ella anhelante de tierra firme, de respirar el aire libre y de volver a las excursiones en el bosque de Boulogne. Luigi, uno de los estibadores que trabajan para su marido constituye la vía de escape a su pasión carnal insatisfecha. El sonido privilegiado de la Davidsen, genuino de un fenómeno vocal, compareció resonante aunque levemente mermado, especialmente en unos prudentes ascensos al agudo en el clímax de «Ebben altro il mio sogno» y en el dúo con Michele. Aún así fueron notas timbradísimas y con impacto en sala. Además de canto de buena Ley, la soprano noruega se mostró comprometida como intérprete, pero para caracterizar de forma satisfactoria a Giorgetta faltaron acentos y un punto de sensualidad. Por su parte, el tenor Brandon Jovanovich evidenció un centro un tanto hinchado, más ancho que timbrado y un registro agudo imposible, muy precario técnicamente. De este modo, un discreto «Hai ben ragione» con el agudo sólo tocado dio paso al desastre en el dúo con Giorgetta. En las empinadísimas frases a partir de "Vorrei non piú soffrir", el primer ascenso fue accidentado y desde ese momento, desapareció el tenor, que naufragó en el Sena. Ambrogio Maestri, que en el estreno de la producción en Munich sólo encarnó a Gianni Schicchi, en esta ocasión también fue Michele y debo resaltar que se trata de la mejor prestación que le he visto en vivo. El centro es interesante, el agudo, problemático, pero el barítono de Pavia, mediante intencionados acentos y capacidad caracterizadora, contrastó apropiadamente ambos personajes. El brutal Michele, consciente de la diferencia de edad y la insatisfacción de su esposa y el audaz Schicchi, oficiante de la farsa. Correcto, suficiente, el Tinca de Pablo García López, mientras Valeriano Lanchas prestó su importante caudal sonoro al viejo Talpa. Totalmente plana la Frugola de Mireia Pintó, pues el sonido que emitió se quedó en el escenario.
La puesta en escena prevé que Suor Angelica comience sin solución de continuidad, en cuanto finaliza Il Tabarro, pero el público lo impidió con sus aplausos, lo cual me parece muy bien. No se entiende que una puesta en escena no respete los intervalos prescritos, además de no permitir a los artistas recibir sus ovaciones cuando toca y no al final de todo el espectáculo, dos horas y media, después. Cosas de la lírica actual, insólito en cualquier época. La soprano Ermonela Jaho cuenta con un material vocal muy modesto, con un centro mate, sordo y sin entidad y un grave inexistente, a pesar de la vana búsqueda de resonancias espurias en dicha franja. Sólo gana timbre y brillo en la zona alta. La soprano albanesa intenta compensarlo cargando las tintas en el aspecto dramático y aunque no se puede negar la convicción y entrega con la que lo realiza, en mi opinión resulta un tanto pasada de rosca, con demasiado gesto exagerado, propio del cine mudo. No puede negarse que canta con musicalidad, tiene facilidad para filar sonidos -nota final de la espléndida aria «Senza mamma»- y que conmovió a la mayor parte del público, que la ovacionó con entusiasmo, pero a mí ni me convence ni me llega la combinación de absoluta limitación vocal-exageración escénica que ofrece la Jaho en su encarnación del papel que estrenó la mítica Geraldine Farrar. A Daniela Barcellona le faltan anchura en el centro y entidad en los graves para su papel, pero realizó una gran creación interpretativa de la implacable princesa. Suor Angelica está en el convento expiando su culpa, por haber engendrado un hijo sin casarse y mancillar con ello el honor de una familia de alto rango. La Barcellona, mediante unos acentos incisivos y la autoridad de su fraseo le deja claro todo ello a su sobrina. Buen ejemplo fue el impactante «Di penitenza» después de golpear el suelo con su bastón o las exclamaciones «Espiare! Espiare!» a la cara de la protagonista. Entre las secundarias cabe destacar el caudal y presencia sonora de María Luisa Corbacho y la voz bella y luminosa -superior por brillo, timbre y armónicos, a la de la soprano protagonista- de Mercedes Gancedo como Suor Genovieffa.
Si Giuseppe Verdi no quiso despedirse del Teatro lírico sin dejar una obra maestra más en un repertorio tan genuino e importante dentro de la ópera italiana como es el buffo, Giacomo Puccini le pone broche de oro con una flamante obra maestra como es Gianni Schicchi.
Transcurridos cinco años del estreno de este montaje, he encontrado un Ambrogio Maestri totalmente dominador, por acentos, medida comicidad, sentido del decir y acertada caracterización interpretativa del personaje de Gianni Schicchi. Impecable el contraste entre este papel cómico y el dramático de Michele en Il tabarro. Lo mismo cabe alabar a Daniela Barcellona, que después de una dura e implacable princesa en Suor Angelica, compuso una divertidísima Zita. La Barcellona no desaprovechó ni una sola palabra, ni un solo gesto, ni un solo momento, para elaborar tan exuberante creación. Mucho mérito, desde luego, teniendo en cuenta que se trata de una cantante que ha centrado la mayor parte de su carrera en papeles de contralto músico principalmente en óperas Rossinianas. Al tenor Iván Ayón Rivas le escuché por primera vez como Alfredo de La Traviata en el Teatro Sociale de Como hace seis años y me llamó la atención la belleza del timbre y el brillo de las notas altas. Han pasado ya unos años y ahí siguen esas virtudes, como pudo apreciarse en la bellísima aria de Rinuccio «Firenze è come un albero fiorito», pero ya deberían ir puliéndose el fraseo -se escucha más impetu que compostura- y la técnica. No se puede negar que Ruth Iniesta, con su material sopranil bien timbrado y sonoro, cantó correctamente el gran hit «Oh mio babbino caro», pero no es menos cierto, que fue incapaz de filar los la bemoles agudos de esta joyita de aria. Stefano Palatchi puso en juego su veteranía, sus tablas y acentos, con una voz desgastada sí, pero todavía sonora, para conferir relieve a Simone.
La puesta en escena de Lotte de Beer -reposición a cargo de Anna Ponces- sobre escenografía de Bernhard Hammer y magnifico vestuario, especialmente el muy colorido de Gianni Schicchi, de Jorine van Beek, pretende unir, como ya he subrayado, las dos primeras obras, más dramáticas, y que se representen seguidas. Al final de Gianni Schicchi comparecen sobre el escenario los personajes de las otras dos piezas, quizás queriendo dotar de unidad al Trittico, pero no olvidemos que la clave de esta creación, es la diferencia y hondo contraste ente las tres óperas. El entierro de la criatura de Suor Angelica que se observa como pórtico de la segunda ópera quiebra el efecto teatral del momento que se revela la existencia de ese hijo. Un gran túnel giratorio, que parece simbolizar la inexorabilidad de la muerte, preside las tres obras. La dirección de actores está bien trabajada y resulta especialmente vivaz a la par que elegante en Gianni Schicchi. En resumen, con sus reparos, cabe valorar positivamente el montaje, pues sirve dignamente a esta simpar creación Pucciniana.
Fotos: David Ruano
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