Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 8/04/15. Auditorio Príncipe Felipe. Ciclo Primavera Barroca del Centro Nacional de Difusión Musical. Il Pomo D´Oro. Violín y dirección musical: Dmitry Sinkovsky. Obras de Scarlatti y Vivaldi.
Con el tiempo se ha producido una importante cesura entre la música interpretada con instrumentos antiguos y modernos. Una frase ejecutada al violín debería poder sonar bella en un instrumento diseñado con criterios del s. XVII que en uno moderno, pero la realidad es que no siempre es así. Puede que para reservarse una cierta posición de distinción ante lo contemporáneo, la interpretación de la música antigua ha caído en muchos casos en ciertas convenciones estéticas, que además se transmiten de conjunto en conjunto, de director a director, relacionadas con la manera de realizar ciertos reguladores de sonido, evitando el uso del vibrato y optando, demasiadas veces, por tempi acelerados en exceso y contrastes dinámicos tan marcados que pueden llegar a resultar bruscos.
Cuando escucho algunas versiones de música barroca interpretada por determinados conjuntos, percibo demasiado interés por epatar –incluso escénicamente- o buscar efectos sonoros especiales o diferentes, en lugar de cuidar que el sonido esté afinado y bien ejecutado técnicamente, y que la versión sea lo más clara, expresiva y, en fin, bella posible. En algunos casos los detalles más complejos aparecen desdibujados por un ‘continuo’ brusco y estetizante, que no pocas veces da la impresión de acercarse más a la música rock que al Barroco. Es ésta otra cuestión, la de interpretar la música antigua desde la cultura sonora de hoy, con nuestra formación y oído ya cultivados.
Desde esta perspectiva nos gustaría comentar el concierto inaugural del ciclo Primavera Barroca del Centro Nacional de Difusión Musical, en Oviedo, un festival que, desde el pasado miércoles y hasta el 20 de mayo, permitirá oír en Asturias el trabajo de músicos como Yago Mahúgo, Antonio Florio o el excelente pianista español Iván Martín, cuya aparición esperamos con gran interés.
Para la jornada inicial se contó con Il Pomo D´Oro, un pequeño conjunto de músicos de calidad contrastada, formado por tres violines (Dmitry Sinkovsky, Alfia Bakieva y Esther Crazzolara), viola (Giulio d´Alessio), chelo (Federico Toffano), clave (Maxim Emelyanychez) y contrabajo (Davide Nava), que ofrecieron la oportunidad de oír un repertorio atractivo, centrado en obras de Scarlatti – se trataba de adaptaciones realizadas por Charles Avison en el siglo XVIII a partir de sus sonatas para teclado- y Vivaldi, bajo la dirección musical del violinista ruso Dmitry Sinkovsky, una especie de artista total y de gran talento, de sorprendentes e incluso inauditas cualidades artísticas, que se convirtió en el centro de atención de la velada, por su indudable talento como violinista, su vital y espectacular forma de entender la interpretación de la música barroca e incluso su vertiente lírica, que le llevó a cantar él mismo durante las propinas algunas piezas como contratenor. No fue lo mejor de la noche escucharle cantar, pero sí una sorpresa agradable e incluso divertida.
Como violinista, Sinkovsky demostró poseer una personalidad, sino elegante, sí apasionada y llena de posibilidades expresivas, aunque no siempre estuvieran perfectamente afinadas ni se tocasen de la forma más cuidada y bella posible. Era realmente sorprendente observar al artista tocar y comunicarse con sus compañeros, siempre atentos a sus giros y necesidades, con una postura gestual que en algunos casos estuvo cercana al baile. Nos gustó más su forma de tocar cuando el músico buscaba el sonido brillante y matizado de las obras, mucho más que cuando parecía rasgar las cuerdas del violín buscando sonidos un tanto efectistas o primarios. ¿Acaso no es mejor extraer de las cuerdas un re bello y bien matizado, claro y con cuerpo, que bajar y subir el arco sobre la cuerda ofreciendo lo más prosaico, plano y árido del tono? Con todo, fragmentos como el Largo del Concierto "Per Pisendel" de Vivaldi dejaron momentos de profunda intimidad y cuidada sonoridad, siempre en la línea estética ya comentada.
Durante la primera parte, encontramos durante la interpretación del Concierto para violín, cuerdas y continuo en do mayor, RV 177 de Vivaldi, un sonido más atractivo, de cierto cuerpo y brillantez, en el que nos hubiera gustado ver instalado al solista durante toda la noche. También nos gustó encontrar en su línea melódica un vibrato adecuado a la época y obras, aunque no nos pareció tan claro este rasgo en el resto de componentes, algo que hubiera dotado de mayor homogeneidad de estilo a la factura general de las piezas.
Resultó atractiva la versión del Allegro del Concierto nº 3 en re menor para cuerdas de Scarlatti/Avison, un arreglo más que adecuado de toda una obra maestra escrita por el gran compositor italo-español Domenico Scarlatti ("español" porque Scarlatti vivió más de 20 años en Madrid, conde compuso sus famosas sonatas, y donde falleció). Entre las propinas se ofreció una precipitada, desdibujada y, a decir verdad, muy poco reconfortante versión de la famosa Tormenta del Verano de Las cuatro estaciones de Vivaldi. ¿Pero por qué este interés en regodearse en las sonoridades desabridas y efectistas? ¿Por qué ese pictoricismo rayano en esfumato musical en lugar de una apuesta firme por el sonido? La enorme y encomiable energía puesta por Il Pomo d´Oro en esta interpretación parecía querer recordarnos que estamos ante lo que se denomina ‘música programática’, que no por tener un programa debe desde luego dejar de ser música para convertirse en un pasaje demasiado parecido a una tormenta auténtica. El público aplaudió muchísimo a los artistas, que tuvieron la generosidad de regalarnos cuatro propinas.
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