Por Pedro J. Lapeña Rey / Fotos: Monika Rittershaus
Madrid. Auditorio Nacional. 7-VI-2018. Ibermúsica. Orquesta Filarmónica de Berlín. Director musical: Simon Rattle. Danza del volcán (Estreno en España) de Jörg Widmann. Sinfonía nº 3 de Witold Lutoslawski. Sinfonía nº 1 en do menor, op. 68 de Johannes Brahms.
Concierto extraordinario el jueves en Ibermúsica para cerrar la temporada. Si ya de por sí, la presencia de la Orquesta Filarmónica de Berlín se puede considerar extraordinaria, sumábamos esta vez esta vez el hecho de ser la última gira europea de Sir Simón Rattle a su frente, antes de terminar a finales de este mes de junio, sus 16 años de titularidad al frente de la centuria berlinesa.
Tiempo habrá para hacer balance, pero lo que es innegable, es que en estos años, la Orquesta Filarmónica de Berlín se ha transformado en la Orquesta Filarmónica Global. La imagen extrovertida y afable del británico, el gran relevo generacional que ha experimentado la orquesta en estos años, y la proyección global de su imagen a través de sus giras y del Digital Concert Hall, la han expandido por todos los rincones del planeta, en lo por un lado parece un ejercicio estimulante y certero, pero que obviamente tiene sus consecuencias, y quizás la más evidente es que consiguiendo en cada concierto un sonido realmente glorioso, se aleja paradójicamente del timbre pulido y a la vez contundente de décadas pasadas.
En esta gira de despedida que empezó en Berlín, les ha llevado a Londres, Viena, Ámsterdam y Colonia, y termina ahora en Madrid y Barcelona, la orquesta ha venido con un programa bastante característico de la “era Rattle”. Una obra estrictamente contemporánea como La danza en el volcán del clarinetista alemán Jörg Widmann, que se estrenó hace solo dos semanas al comienzo de lagira; una obra maestra del siglo XX que este caso ha sido la Sinfonía n°3 del polaco Witold Lutoslawski; y finalmente una sinfonía del gran repertorio, en este caso Sinfonía nº 1 en do menor de Johannes Brahms. Cuando vi el programa, me pregunté el por qué insistir con Brahms con un director como el Sr. Rattle. Cuando oyes el binomio Brahms-Filarmónica de Berlín, inevitablemente tu mente se remonta años atrás hasta las clásicas interpretaciones de un Fürtwangler o un Karajan. Evidentemente son recuerdos de un periodo que ya no volverá, pero que es difícil dejar de evocar. En estos años de titularidad del Sr. Rattle, he tenido la oportunidad de verle varios conciertos con sinfonías de Brahms, y todas ellas, por uno u otro motivo, han sido bastante controvertidas. Por tanto, un servidor hubiera preferido alguna de las obras de finales del 19 o primeros del 20 que el de Liverpool hace de manera excepcional.
Se abrió la velada con La danza en el volcán deWidmann, una obra curiosa de unos 8 minutos, que comienza y acaba emulando a una banda de jazz–Rattle entra al escenario cuando la orquesta lleva tocando unos compases bajo el ritmo que emana de las baquetas del percusionista, y también se va varios compases antes del final–y que en su parte intermedia recrea la complejidad del mundo actual, a partir de una compleja explosión sonora de timbres atractivos, que emulan grandes ríos de lava descendiendo por la ladera de un volcán.
Es probable que de este concierto, el gran público se quede con la apabullante versión de la primera sinfonía brahmsiana, pero donde se alcanzó una cota imposible de superar fue en la colosal versión que el Sr. Rattle y sus músicos nos dieron de la Tercera sinfonía de Lutoslawski. Compuesta a primeros de los ochenta para el tándem Solti-Sinfónica de Chicago, tras su estreno la obra tuvo bastante éxito por todo el mundo, y el propio compositor la estrenó en Berlín un par de años después al frente de la Filarmónica. Desde el tema inicial del destino, marcado con cuatro “mi” enérgicos –a la manera del clásico sol, sol, sol, mi beethoveniano–al desarrollo posterior de la cuerdade nuevo interrumpido por el tema del destinoy continuado por el desarrollo de los diversos temas, la OFB fue un instrumento perfecto en las manos del director británico. Con un nivel de virtuosismo apabullante, ya fuera en los glissandi de las cuerdas, en las frases de las maderas, en las fanfarrias de los trombones o en la rica percusión, Rattle dibujó con primor la estructura interna de la obra y remarcó el lirismo interno de la parte inicial. La parte central, igualmente soberbia y donde podemos destacar la construcción de los “tuttis” orquestales, se cerró con unos portentosos glissandi de los vientos. En la parte final, de nuevo las cuerdas frasearon con primor el tema lírico inicial, y toda la percusión, especialmente los xilófonos, nos marcaron la soberbia coda, interrumpida al final por las cuatro notas del destino en fortísimo. Sin lugar a dudas, el mejor Lutoslawski que un servidor ha visto jamás en una sala de conciertos.
La segunda parte como hemos mencionado antes, estuvo reservada a la Primera sinfonía de Brahms. El Sr. Rattle no ve aBrahms como nos lo ha mostrado la gran tradición, una evolución lógica en la forma y en el sonido que emana de Beethoven. Rattle busca más el conflicto y las dinámicas extremas, más propias de compositores como Stravinsky o Mahler, y que no acaban de casar con Brahms. Los tiempos suelen ser rápidos, la ausencia de rubato es total, corriendo hacia no se sabe muy bien dónde. Quizás sea un reflejo de nuestra sociedad actual, donde todos vamos corriendo a todas partes. En el movimiento inicial, la indicación un poco sostenuto se convirtió en sus manos en un sostenuto total, olvidándonos de la belleza que emana y remarcando los conflictos entre la luz y las tinieblas. Las melodías del Andante posterior, estuvieron carente de la calidez propia del momento, aunque bien es verdad, que el británico permitió a sus solistas cantar las bellas frasesdel oboe y el clarinete, o el precioso dúo final entre el concertino y la trompa. En el Allegretto hubo más gracia, extremando de nuevo las dinámicas en el movimiento final. Un Brahms muy personal, marca de la casa, pero más propio del S.XXI y su globalización, que de la tradición germánicadel S.XIX, cuando fue compuesto.
En cualquier caso, la respuesta orquestal fue de quitar el hipo. Orquesta y director se entienden con solo una mirada y Rattle extrae de ella todo lo que quiere. No ha desaparecido su forma tradicional de tocar, todos escuchándose, todos sabiendo en cada momento cuál es su rol y que es lo que tienen que hacer. El nivel orquestal y el sonido siguen siendo primorosos. Las cuerdas, de gran factura, suenan algo mas ácidas que antaño quizás siguiendo las órdenes de su director. Las intervenciones solistas siguen siendo apabullantes. El dúo final del Andante entre el concertino, ayer el veterano polaco Daniel Stabrawa, y el trompa Stefan Dohr fue inolvidable, y pocas veces se habrá podido escuchar el solo de trompa del movimiento final como lo hizo el Sr. Dohr, doblado por la portentosa flauta de Emmanuel Paud, y repetido de nuevo por él junto a Sarah Willis. Son de los que recuerdas años y años después.
Interpretación por tanto de la que podemos discrepar en el fondo, más impactante que convincente, pero ejecutada de forma impresionante, que hizo las delicias del público, que a su final saltó como un resorte aclamando y vitoreando a los músicos. Con medio patio de butacas puesta en pie, el Sr. Rattle fue saludando uno a uno a los jefes de las secciones de cuerda, y a todos los solistas de viento. No hubo ninguna obra fuera de programa, y muchos lo agradecimos. Sin ningún ánimo de menosprecio por las propinas, tras lo que oímos ayer, no había espacio para la típica danza húngara que en la mayor parte de las giras, suele acompañar a las interpretaciones brahmsianas.
Con este concierto se acaba una etapa, y pronto empecerá otra. Siempre será un placer seguir la evolución de esta legendaria centuria.
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