Por José Amador Morales
Bilbao. Palacio Euskalduna. 21-X-2017. Giuseppe Verdi: I masnadieri. Aquiles Machado (Carlo), Marta Torbidoni (Amalia), Vladimir Stoyanov (Francesco), Mika Kares (Massimiliano), Juan Antonio Sanabria (Arminio), Petros Magoulas (Moser), Alberto Nuñez (Rolla). Coro de Ópera de Bilbao. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Director: Miguel Ángel Gómez Martínez, dirección musical. Leo Muscato, dirección escénica. Producción del Teatro Regio di Parma.
Indudablemente, el mero hecho de poder asistir hoy día una representación de una ópera de Verdi como I masnadieri es toda una oportunidad única para apreciar un título en general poco programado del compositor de Busseto. En este sentido la propuesta de la ABAO al inaugurar la presente temporada con este título verdiano sigue siendo atractiva como ya lo fuese en la pasada Stiffelio y aunque hace trece años pudiese ser contemplado sobre el mismo escenario. I masnadieri es una ópera de gran enjundia vocal con abundantes arias y cabalette para todos los protagonistas, dúos y coros de amplio formato. Eso sí, siempre ha habido cierto consenso en torno a la inconsistencia de su libreto y a nivel musical, pese a su homogeneidad y posibilidad de lucimiento canoro, no hay demasiados momentos que, al menos, resistan la comparación con las inmediatamente anteriores y posteriores en la carrera compositiva de Verdi. Pero incluso desde esta perspectiva, la del engarce entre unas y otras, ofrece un punto de interés añadido: y, desde luego, a nivel meramente biográfico es indiscutible el asentamiento profesional e internacional (fue su primer encargo fuera de Italia) que este éxito le supuso a un Verdi que, inopinadamente, hasta se dejó convencer para dirigir su estreno londinense en 1847.
En la función que comentamos, asistimos a un nivel artístico digno en donde precisamente lo aceptable y lo correcto supuso la cara y cruz de la misma, provocando una falta de picos de intensidad, de tensión dramática y, por ende, de interés. En primer lugar, la escenografía neutra, simple, con un pseudominimalismo que escondía un parco presupuesto y en donde sólo el juego de luces presentaba algún mérito, no se compensaba en absoluto con una dirección de actores prácticamente inexistente (sólo los movimientos corales mostraban algo de creatividad e ingenio). El libreto de Andrea Maffei exige una dosis ingente de imaginación en movimientos y en contenido dramático, aspectos estos que hemos percibido incluso en presuntas versiones de concierto con más acierto que la presente.
Por otra parte, la lectura de Miguel Ángel Gómez Martínez se situó en los parámetros que acostumbra. La Sinfónica de Bilbao ofreció bajo su dirección un sonido compacto, por momentos hasta rutilante, y de gran presencia. Sin embargo, si en momentos puntuales acertó con imprimir en el foso un ímpetu que no se apreció en ningún elemento sobre el escenario, su habitualmente discutible concepto agógico casi siempre devino en mero efecto y se llevó por delante gran parte de la coherencia global de la versión, particularmente en los finales de acto.
A nivel vocal, hubo homogeneidad, dignas intenciones y buen hacer, aunque el nivel general tendió más a la suficiencia que al arrojo. Seguramente la excepción a todo ello vino de la mano de Marta Torbidoni (llamada tras las cancelaciones consecutivas de Carmen Giannattasio y Federica Vitali). La soprano italiana dotó a su ‘Amalia’ de un timbre atractivo y cálido que se proyectaba con facilidad y morbidez por la sala del Euskalduna. A pesar de su juventud o tal vez debido a esto mismo, su actuación fue la que más contribuyó a romper, al menos en parte, la monotonía que progresivamente se iba imponiendo en la velada. Eso sí, hubo bisoñez en lo interpretativo y cierta tensión en unos sobreagudos a los que, por otra parte, ascendía con notable fluidez y comodidad. A estas alturas, la voz de Aquiles Machado acusa una evidente falta de esmalte y su ‘Carlo’, si bien resultó espontáneo y por momentos hasta efusivo, careció de emoción y su caracterización fue en exceso plana. Vladimir Stoyanov ofreció su habitual línea de canto noble y una voz lírica no grande pero de grato color: no obstante su actuación estuvo por debajo de la entrega que acostumbra. El bajo Mika Kares fue, tras la soprano, el más aplaudido de la noche seguramente por su elegante fraseo y expresividad, sabiendo aprovechar la bella escena con Carlo del último acto y compensando su materia prima en exceso clara. Bien el resto del reparto y especialmente ajustado el coro. Aplausos, eso sí, bastante moderados que demostraron un público satisfecho pero no entusiasmado y que se disolvieron antes incluso de la bajada final de telón.
Foto: E. Moreno Esquibel
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