Daniela Mack (Romeo), Leonor Bonilla (Giulietta), Airam Hernández (Tebaldo), Dario Russo (Lorenzo) y Luis Cansino protagonizan I Capuleti e i Montecchi de Bellini en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, bajo la dirección musical de Jordi Bernàcer
Bel canto sin complejos
Por José Amador Morales
Sevilla, Teatro de la Maestranza. 9-XII- 2021. Vincenzo Bellini: I Capuleti e i Montecchi. Daniela Mack (Romeo), Leonor Bonilla (Giulietta), Airam Hernández (Tebaldo), Dario Russo (Lorenzo), Luis Cansino (Capellio). Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza (Íñigo Sampil, director). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Jordi Bernàcer, director musical. Silvia Paoli, director de escena. Producción de la Ópera de Tenerife y del Teatro Comunale di Bologna.
Hacía tiempo que en el Teatro de la Maestranza no asistíamos a una puesta en escena que, con sus matices, ha resultado francamente redonda en términos generales. Para empezar la propia elección de un título belcantista ya suponía un punto a favor pues, a pesar de memorables citas (las más recientes Anna Bolena de 2016 o Lucia di Lammermoor de 2018), estas se cuentan con los dedos de una mano y desde luego dejan claro que no es un repertorio ni de lejos favorito de los programadores del teatro sevillano. En este sentido, tienen por delante una buena veta por explotar habida cuenta del éxito de un título tan poco trillado como I Capuleti e i Montecchi de Bellini, avalado por unos aplausos finales más entusiastas de lo que cabría esperar.
La producción de la Ópera de Tenerife y del Teatro Comunale di Bologna traslada la acción a los años setenta, sustituyendo las espadas por pistolas y, en definitiva, creando un evidente paralelismo entre las disputas familiares y la mafia italiana muy a lo El padrino de Coppola. Algo que plantea contradicciones de fondo con el libreto original, si bien en la forma presenta cierta coherencia por su eficacia dramática. Frente al impactante realismo de la fonda italiana que se apodera del espacio escénico (dejando demasiado sobrante a ambos lados) durante prácticamente los largos dos actos de la obra, contrastaban las apariciones intermitentes y silenciosas de un conjunto de niños al hilo de la acción que evocaban de forma alegórica una infancia perdida o directamente imposible en un entorno saturado de hostilidad y violencia.
Musicalmente, la dirección de Jordi Bernàcer resultó atinada en lo idiomático, cuidando el acompañamiento de las voces e imponiendo unos ajustados tempi que permitieron una gran fluidez narrativa, tal vez un punto contemplativa de más en la escena final. Todo ello puso en valor el hermoso sonido que mostró una excelente Sinfónica de Sevilla, con aportaciones solistas de gran belleza como las protagonizadas por el clarinete, trompa o violonchelo. Igualmente el coro sevillano tuvo una gran actuación pese a las ya consabidas mascarillas.
Ciertamente el Romeo de Daniela Mack no estaba sustentado en una importante materia prima ni en un color particularmente atractivo (menos aún en un registro grave en exceso gutural), pero proyectaba su voz con gran facilidad a lo largo del coliseo sevillano. Pero lo que motivó el éxito de la soprano argentina fue una caracterización de gran altura dramática y una musicalidad no exenta de arrojo en los momentos necesarios. A su lado Leonor Bonilla delineó una actuación memorable con una fantástica Giulietta a la que dotó de una coloratura plagada de matices técnicos y de un fraseo de muy buen gusto. Su voz sobrevoló la franja aguda y sobreaguda de manera impactante, a despecho de un centro menos denso pero en cualquier caso suficiente para afrontar la característica morbidezza del canto belliniano, que asomó en su actuación desde el primer compás, con una bellísima «O quante volte», pasando por la emotiva súplica del segundo acto hasta la escena final, por citar varios ejemplos destacables. Al mismo tiempo, la convincente actuación teatral de la soprano sevillana reveló su progresiva madurez artística en este terreno.
Por su parte, el timbre juvenil e interesante de Airam Hernández fue su principal baza para poner en pie un Tebaldo, al que le faltó en cambio variedad en el fraseo y una mayor consistencia expresiva, aspectos evidentes en su gran escena inicial en torno al aria È serbato, a questo acciaro. Más por su presencia escénica que por su refinamiento vocal destacaron un Dario Russo como Lorenzo y el siempre solvente Luis Cansino como poco idiomático pero eficaz Capellio.
Fotos: Teatro de la Maestranza
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