Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 11-XII-2016. Teatro Campoamor. Ópera de Oviedo. I Capuletti e i Montecchi, Bellini. Paolo Battaglia, Patrizia Ciofi, Serena Malfi, José Luis Sola, Miguel Ángel Zapater. Director de escena: Arnaud Bernard. Director musical: Giacomo Sagripanti.
Bonito cuadro elaborado por el director de escena Arnaud Bernard con la ópera I Capuleti e i Montecchi de Bellini en el Teatro Campoamor de Oviedo. Se trata de una coproducción de La Fenice, La Arena de Verona y la Greek National Opera que el Campoamor escenificó como penúltimo título del año, y que dicho director de escena presentó dentro de un museo, como si los protagonistas de sus cuadros cobraran vida en secreto, únicamente para los asistentes a la función. La propuesta nos recordó a la película Una noche en el museo, y a la nueva moda del Mannequin Challenge, que consiste en quedarse inmóvil como un maniquí en actitudes más o menos expresivas. La idea es un tanto cómica y no termina de pegar del todo con la tragedia que representa la historia, pero Bernard lo hizo con tanta clase, congelando la acción como si de cuadros se tratase, que su estética funcionó bien durante toda la obra, sobre todo en ese precioso cuadro final con el que se concluyó la función. El resultado resultó elegante y apropiado a la historia, y además aportó el juego simpático y bonito del montaje pictórico.
Lo mejor de la noche no fue sin embargo la puesta en escena, sino la dirección musical de Giacomo Sagripanti, joven director de talento al que seguiremos con interés tras observar su trabajo al frente de la Oviedo Filarmonía. Sagripanti se mostró como un director apasionado y volcado en ofrecer una lectura intensa y exigente, no sólo por la calidad del sonido, sino también por el estilo y la forma de acompañar. La sonoridad de la orquesta resultó reconfortante y convirtió en anécdota lo que faltó por pulir. Ya desde el mismo comienzo puso a prueba la calidad de los músicos -que respondieron magníficamente, por cierto-, con unos tempi exigentes. Hubo muchos detalles que mostraron el buen gusto del director, que no tuvo reparos en alterar atinadamente algunos fraseos, perfumando también la atmósfera de ciertos fragmentos y cuidando cuando tocaba las voces, sin por ello descuidar la expresividad de la orquesta, que estuvo muy presente a lo largo de toda la versión, poniendo a veces en evidencia las carencias en volumen de algún miembro del reparto. Incluso obtuvo de la orquesta obvios momentos en pianísimo muy bellos y consistentes. Nos encantó observar la riqueza dinámica expresada desde el foso, ante una obra que parece diseñada únicamente para que se luzcan las voces, pero que en este caso brilló con luz propia. Este es el camino que creemos debe seguir la Oviedo Filarmonía, un conjunto que, como se ve, puede obtener un notable resultado artístico cuando a su frente está una batuta apasionada, inspirada y musical. No todo fue perfecto en cuanto a la sonoridad orquestal, pero los desajustes fueron, como en el caso escénico, una anécdota a la que no merece la pena prestar excesiva atención. Entre lo más bello de la noche destacamos la forma de acompañar “Oh! quante volte”, puede que el fragmento más emotivo de la partitura que además encontró a una Patrizia Ciofi inspirada. Queremos destacar el extraordinario trabajo desarrollado por el trompa Alberto Ayala (qué hermosa y cálida su intervención), la clarinetista Inés Allue García y el violonchelista Gabriel Ureña.
Entre los miembros del reparto destacó Patrizia Ciofi, sobresaliente intérprete que sabe cómo desarrollar desde la maestría este dificilísimo estilo de canto. Ciofi es una gran artista, de voz peculiar, eso sí, que frasea con un gusto exquisito, nunca sobrada en volumen, pero de una consistencia expresiva y reconfortante. Su interpretación de Giulietta estuvo muy por encima de su compañera de reparto y mereció más aplausos en el transcurso de la función. La mezzo Serena Malfi fue un Romeo más consistente que brillante. Su falta de ductilidad convirtió algunos agudos en golpes de voz, pero siempre ofreció una línea de canto bien definida que no desdibujó el personaje. Paolo Battaglia fue un Capellio contundente, de voz algo nasalizada e intensa participación escénica. No era nada fácil, por cierto, ordenar el movimiento en esta obra. A la voz de José Luis Sola le vino algo grande el Campoamor. Cantó bien, sin embargo, siempre con intención y seguridad, aún en el difícil registro agudo. Consistente también el Lorenzo de Miguel Ángel Zapater y correcto el trabajo de un Coro de la Ópera al que el faltó volumen y la brillantez que sí tenía en otros tiempos.
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