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Crítica: «Hunyadi László» de Ferenc Erkel en la Ópera Nacional húngara

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Autor: Raúl Chamorro Mena
13 de marzo de 2024

Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Hunyadi László de Ferenc Erkel en la Ópera Nacional húngara

«Hunyadi László» de Ferenc Erkel en la Ópera Nacional húngara

Respeto a la música y tradición renovada

Por Raúl Chamorro Mena | Fotos: Berecz Valter
Budapest, 9-III-2024, Magyar Állami Operaház - Opera Nacional húngara. Hunyadi László (Ferenc Erkel). Szabolcs Brickner (László Hunyadi), Klára Kolonits (Erzsébet Sziágyi), Rita Rácz (Mária Gara), Adorján Pataki (Rey László V), András Palerdi (Ulrik Cillei), Krisztián Cser (Miklós Gara), Laura Topolánsky (Mátyás Hunyadi, voz), Jonás Bendegúz (Mátyás Hunyadi, actor). Miembros del Ballet Nacional húngaro. Jóvenes alumnos del Instituto húngaro de Ballet. Coro, coro de niños y Orquesta de la Ópera Nacional húngara. Director musical: Zsolt Hamar. Dirección de escena: Szilveszter Ókovács

   Si grande es el placer que proporciona visitar una ciudad tan hermosa como Budapest, aún lo es más comprobar, que en su bellísima Ópera Nacional, situada en la emblemática y distinguida Avenida Andrássy, se respeta a la música y se cuida la tradición labrada en tantos años como corresponde a una nación donde siempre la música ha sido algo muy importante. El Teatro Nacional de Ópera, edificado a imagen y semejanza de la Opera estatal de Viena, y con el que los húngaros cumplieron la advertencia de la capital del Imperio de no hacerla más grande, pero sí se afanaron en construirla más bella, no recibió daño alguno en la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de la vienesa que fue destruida y tuvo que reconstruirse. 

   Ferenc Erkel (Gyula 1810-Budapest 1893) es el padre de la ópera Nacional romántica húngara, fundador de la Orquesta Filarmónica de Budapest, que ocupa el foso de la Ópera Nacional, primer director musical del Teatro y compositor del Himno Nacional de Hungría. Estamos por tanto, ante una figura fundamental, que cuenta con una estatua a la izquierda de la entrada al espléndido coliseo. A la derecha puede apreciarse la correspondiente a Ferenc Liszt. Las óperas Bank Ban y Hunyadi László serían las creaciones más representativas de Erkel y ambas emblemas del Teatro Lírico Nacional húngaro. 

   Como es sabido, Giuseppe Verdi, hundido por el fallecimiento de esposa e hijos y el gran fracaso de su ópera Un giorno di regno, no puede evitar que el empresario del Teatro alla Scala Bartolomeo Merelli le introduzca el libreto de Nabucco en su tabardo. Todos sabemos lo que ocurrió a partir de ahí. Al contrario, Ferenc Erkel, por su parte, le arrebata el libreto de Hunyadi László, que estaba destinado en principio a otro músico, a su autor Beni Egressy y se lo introduce en su bolsillo para ponerse de inmediato a componer la primera ópera húngara relevante. En esta ópera, estrenada en 1844, se aprecia clara influencia del belcanto romántico italiano, pues Erkel estaba acostumbrado a dirigir las óperas de Rossini, Bellini y Donizetti en la Ópera Nacional. También constan elementos de la Grand Opera francesa como es el gran fresco histórico y las escenas de masas. El fólklore húngaro asegura su presencia a través de las danzas, fundamentalmente verbunko y palotá. La obra contiene una cuidada orquestación y una escritura para la voz basada en cantábiles de alto vuelo, abundante coloratura y melodías inspiradas. La ópera sufrió revisiones en el siglo XX a cargo de distintos compositores, pero en esta ocasión, se rescató la versión original de Erkel en una edición crítica a cargo del Departamento de Historia de la música húngara del Instituto de musicología e investigación. 

«Hunyadi László» de Ferenc Erkel en la Ópera Nacional húngara

   Fue un placer comprobar, tanto en la función que aquí se reseña de Hunyadi László como la de Pique Dame que presencié al día siguiente –que ha reseñado en Codalario mi compañero Pedro J. Lapeña Rey- que en Europa del Este aún no ha penetrado el eurotrash, que se respira respeto y amor a la música, lejos de la pretenciosidad, vacua fatuidad, tonillo intelectualoide y estulticia filosnobista, que se vive en el Teatro lírico Occidental, en el que muchos ególatras se sirven de la ópera, la prostituyen más bien, para afirmarse e intentar curarse su mediocridad. Cuando una casa de ópera, como la Nacional húngara, presenta unos cuerpos estables de notable calidad, un oro viejo bien cuidado y al que se da esplendor, y las puestas en escena sirven a las obras con humildad y respeto, con un sentido estético al que hace tiempo han renunciado las grandes casas de ópera occidental conquistadas por el feísmo y las ocurrencias, se tiene mucho ganado. En los repartos no se encuentran estrellas, pero tampoco camelo-divos. Cantantes de compañía serios, entregados, con dedicación y sólida formación musical. 

   La primadonna de Hunyadi Lászlo resulta muy original, pues no es una enamorada, es una madre viuda –Erzsébet-, temerosa y angustiada por el destino que puede acechar a sus hijos como consecuencia de los avatares políticos en que se ven inmersos. La misma se presenta al comienzo del segundo acto con una escena propia de primadonna de belcanto italiano. Coro femenino, Aria, tempo di mezzo y cabaletta. La soprano Klára Kolonits, voz de fuste, bien timbrada, sin graves pero que gana timbre y metal, quizá un punto excesivo, en el agudo, demostró legato y un impecable mecanismo para la coloratura con trinos, escalas y, sobre todo, notas picadas de gran factura, como pudo comprobarse en la escena citada y en la otra con la que cuenta en el mismo segundo acto. Además demostró majestuosidad, temperamento y personalidad en escena. Fue muy ovacionada y, otra tradición que guardan aquí, recibió un ramo de flores en los saludos finales. De siempre, flores para la primadonna. La secondadonna es Mária Gara, que encarna la pasión amorosa junto a Hunyadi, el protagonista de la ópera. Se trata de la hija del ambicioso Conde Palatino, que para prosperar en sus ansias de poder se aprovecha de la debilidad, cobardía y atolondramiento del Rey para colocarle en contra del prometido de su hija Hunyadi Lászlo y así esposarla con el monarca. Rita Racz es una soprano ligera de muy justa presencia sonora y timbre blanquecino, que desgranó justa coloratura –cuenta con un rondò en el tercer acto que incluye una cadencia de la flauta tributaria de Lucia di Lammermoor- y algunos sobreagudos bien colocados y con punta. Mátyas Hunyadi que, después de la ejecución de su hermano llega a ser Rey - Matías Corvino o Matías I- está confiado a una mezzosoprano in travesti, dentro también de la tradición del belcanto italiano. Sin embargo. en este montaje el personaje se desdobla entre un actor que lo encarna en escena y una cantante, Laura Topolánsky, que mostró canto correcto, pero coloratura demasiado trabajosa y franja aguda más bien desabrida en su gran aria del primer acto, que es donde reside la mayor parte de su escritura vocal. El protagonista, László Hunyadi, encontró en el tenor Szabolcs Brickner un intérprete entregado, de timbre no especialmente seductor, pero sí sólido, bien emitido por parte de un cantante que supo dar intención a su fraseo, como demostró en la efusión de su gran aria del primer acto y en el envolvente lirismo del dúo son su prometida Mária Gara. Brickner encarnó impecablemente en lo interpretativo el joven enamorado, íntegro, noble y con altura de miras

«Hunyadi László» de Ferenc Erkel en la Ópera Nacional húngara

   Menos interés en lo vocal, tanto por timbre, de menor atractivo, como por un canto demasiado plano, reunió el también tenor Adorján Pataki como el Rey, Sin embargo sí fue acertada su caracterización escénica de un monarca cuya debilidad y falta de personalidad subraya la puesta en escena. Los dos personajes más pérfidos de la trama se atribuyen a sendos bajos. András Palerdi, consistente vocalmente, como el regente Ulrik Cillei, personaje sinuoso y traicionero, que es asesinado al final del primer acto por los seguidores de los Hunyadi. Aún más interesante fue Krisztián Cser, dueño de un material sonoro y extenso, con unos graves imponentes, en el papel del Conde Palatino, intrigante, manipulador, codicioso, que al final descarga el último y definitivo golpe con la espada a László Hunyadi, que ha superado los tres primeros del verdugo. Cser cantó su gran aria del tercer acto en el patio de butacas mientras arrojaba monedas al aire, símbolo de su avidez.

   La dirección musical de Zsolt Hamar fue notable, bien construida y con progresión teatral. Suntuosa y rotunda en los pasajes más dramáticos y bien concertada en los de conjunto. La espléndida orquesta, plena de brillo y colores, con una cuerda tersa, empastadísima, unas maderas sedosas y unos metales imponentes, quizás un punto excesivos, también supo plegarse a los momentos líricos, al mórbido acompañamiento al canto. Gran nivel, asimismo, el del coro, empastadísimo y contundente, pero también flexible en los pasajes más recogidos.

   La puesta en escena de Szilveszter Ókovács pretende, como expresa en su escrito del programa editado por la Ópera Nacional de Budapest, renovar la tradición de esta ópera tan representativa del Teatro lírico húngaro. Y desde luego, el montaje lo consigue. Con unos decorados bellísimos y un vestuario espectacular, que también tiene función dramática como explica su responsable Krisztina Lisztopád en el programa de mano. Los personajes más inicuos y reaccionarios, Gara y Cillei, portan atuendos de una opulencia desbordante, excesiva, como si no fueran reales, frente al vestuario más genuinamente renacentista de los caracteres más nobles y avanzados, como son los Hunyadi. El montaje subraya el simbolismo de la espada de la coronación –puede contemplarse junto a corona, cetro y orbe en la imprescindible visita al Parlamento- que encarna al reino húngaro y por tanto a la Nación. También se centra en retratar un Rey mezquino, débil, cobarde y atemorizado, fácilmente manipulable por los malvados de la trama. Las ruinas del Castillo de Nándorfehérvár, colocadas boca abajo en la escenografía, evocan su destrucción por los otomanos y un reino húngaro patas arriba, pleno de incertidumbre y agitación política. Estupenda la coreografía de la gran danza de la escena de la boda, primero con bailarines niños y luego, con adultos, siempre pródiga en genuino colorido. 

   La puesta en escena, en definitiva, resultó plena de teatralidad, con una dirección de actores bien trabajada y un vestuario, quiero insistir, espectacular –al igual que el de la Pirque Dame que ví al día siguiente- y una escenografía que era un regalo para la vista. Es decir, la ópera de antes, la ópera de siempre. 

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