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Crítica: Homenaje a Montserrat Caballé en el Teatro Real

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Autor: Gonzalo Lahoz
10 de diciembre de 2014
Foto: Javier del Real.


LA ÚLTIMA PRIMA DONNA ASSOLUTA

Por Gonzalo Lahoz
09/11/14 Madrid. Teatro Real. Homenaje a Montserrat Caballé. Sopranos: Mariella Devia, Jessica Nuccio, Irina Churilova, Montserrat Martí. Ángeles Blancas. Ann Petersen. Directores: José Miguel Pérez Sierra, Álvaro Albiach.

   Ayer tuvo lugar en el Teatro Real una de esas noches que con todo lo que tienen de necesarias, no terminan de ser únicas. Hace un par de años fue el Gran Teatre del Liceu quien rindió tributo a la gran diva catalana. No sólo lo hizo entonces el teatro sino también toda una sociedad, la barcelonesa, que reconoce a Montserrat Caballé como parte de su idiosincrasia; que ha vivido y ha palpitado con ella durante más de sesenta años. Fue entonces una ciudad, como lo ha sido siempre, rendida a sus pies. Con toda la representación institucional presente y todos aquellos colegas que con ella han vivido prácticamente temporada tras temporada en la Ciudad Condal: Pons, Carreras, Bros... también, esta vez sí, sopranos directamente relacionadas con la diva, como la sudafricana Pretty Yende, camino ahora de una plaza en el Olimpo canoro. La emoción la puso la propia Caballé, escuchando ensimismada desde bambalinas las actuaciones de quienes la homenajeaban, presentando ella misma la gala, “un'altra nit de Montserrat Caballé”, y arrancándose finalmente con una página de Le roi de Lahore... “Vamos a ver cómo sale” decía... ¡a punto de cumplir ochenta años! Todo ello arropado por una exposición y el lanzamiento de un triple compacto con rarezas live de la soprano. Fue, aunque no quiso decirse, un homenaje con todas las letras de Barcelona a quien tantas noches de gloria le ha regalado.


   Los honores en el Teatro Real han sido eso, un reconocimiento del Teatro, de Joan Matabosch me atrevería a decir, pero no de Madrid como ciudad con entidad propia. Sí desde luego el del público que asistía, qué duda cabe, a esta noche en la que los grandes nombres de la lírica prácticamente brillaron por su ausencia.

   Y es que mientras que su voz siempre será intemporal y universal, la Caballé pertenece a otra época, a una época pasada de la que por desgracia ya pocos nombres nos acompañan; tiempos gloriosos que muchos quisiéramos haber vivido y quienes lo han hecho no dejan de recordar.  Esa es la grandiosidad de la Caballé y así se demostró cuando se proyectó su Casta diva (cabaletta incluida) del 71 en el mismo Teatro Real. Su voz es el bel canto. Ella, la última prima donna assoluta que ha habido y habrá. Caballé cierra un capítulo esencial de la lírica, de la ópera, de la voz y de la historia de la música. ¿Cómo rendir homenaje a una voz que forma parte del acervo musical y cultural de tantas generaciones y sociedades?

  Evidentemente cualquier cosa que se prepare podrá parecer poco. La cuestión es que una vez más tras Alfredo Kraus y Teresa Berganza, lo del Teatro Real verdaderamente ha sido poco.
  No hubo palco real para Caballé. Ni reina. Ni ministro. Sí un palco lateral de platea y el calor de un público entregado que la recibió de pie y entre aplausos durante varios minutos hasta que, visiblemente emocionada, saludó como buenamente pudo a los presentes.
  Sobre el escenario seis sopranos entregadas (Jessica Nuccio, Ángeles Blancas, Montserrat Martí o Ann Petersen) que fueron desglosando algunas de las páginas más conocidas del repertorio de la Caballé y entre las que destacaron los galones de una veterana Mariella Devia en Anna Bolena (de amargos recuerdos para la catalana tras la encerrona de La Scala) e Il Pirata (¿acaso hay mejor Imogene que la de la Caballé?), mostrando una bárbara colocación y fiato, de canto legato e italianità, en una demostración de medios antes de, quizá... ¿digamos un próximo Roberto Devereux (otro rol fetiche de Montserrat) para abrir la próxima temporada? Así como la importante voz de Irina Churilova en La forza del destino (donde la catalana se comía un “maledizione” para dar muestras de su mítico fiato) y Madama Butterfly, (su Pinkerton siempre será Bernabé, su marido) de voz timbrada, grande, atenta a las modulaciones y buen grave que, si termina de perfilar la técnica en el agudo, tendremos felizmente una soprano de categoría.


   En una pantalla aparecieron Renée Fleming (leyendo el texto de aquello que tenía que decir), Plácido Domingo (al que alguien tenía que haberle recordado que el cumpleaños de Montserrat es en abril y que no era eso lo que celebrábamos) y Josep Carreras, el único en el que sus sinceras palabras mostraron sentida emoción.

  Quien emocionó, y de largo, fue la propia Caballé al salir al escenario a agradecer a todos los presentes el estar ahí esa noche. Prometió, entre risas, volver al Real con un recital elegido por el público. 

  Fue un homenaje de recuerdos. ¿Y no vivimos de recuerdos? Ojalá todos los recuerdos a lo largo de una vida fuesen acompañados de la voz de la Caballé.

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