Por José Amador Morales
Salzburgo. Großes Festspielhaus. 19-VIII-2017. Richard Strauss: Metamorfosis, un estudio para 23 instrumentos de cuerda op.142. Anton Bruckner: Sinfonía nº 7 en mi mayor WAB.107. Orquesta Filarmónica de Viena. Herbert Blomstedt, director musical.
Menuda experiencia musical la ofrecida por el maestro Herbert Blomstedt al frente de la Filarmónica de Viena con sendas obras paradigmáticas de Richard Strauss y Anton Bruckner en los atriles. Nada más aparecer sobre el escenario, entre evidentes dificultades al andar así como para sentarse en el podio, su imagen desprendía todo el halo que asociamos a los verdaderos -y grandes- kapellmeister, esto es, humildad no exenta de una inmensa autoridad, la sabiduría de la experiencia y la responsabilidad y respeto ante el hecho musical que iba a acontecer.
Sin embargo, nada más atacar la Metamorfosis, ese réquiem que Richard Strauss compusiera por su ciudad natal conmocionado por el bombardeo de “su” Teatro Nacional al final de la Segunda Guerra Mundial y que en un principio iba a titular “Dolor por Munich”, el director sueco demostró que la presunta debilidad física no mermaba en absoluto, antes al contrario, su enorme vitalidad artística. Siendo así, reveló un extraordinario sentido constructivo de esta partitura, desgranándola y haciéndola progresar con extrema naturalidad hacia el clímax. Al mismo tiempo, el asombroso fraseo, las expresivas y largas arcadas, la claridad expositiva (como el empaque de la cita de la marcha fúnebre de Beethoven), etc, fueron la receta ideal para alcanzar esa sensación tan straussiana de trance lírico. El sutilísimo final tuvo su respuesta emocional en el expresivo silencio (14 segundos) con el que el público acogió la interpretación antes de estallar en aplausos aunque éste, a la postre, resultó ser sólo un aperitivo de lo que depararía el final del concierto.
Y es que la Sinfonía nº 7 de Bruckner, con un Blomstedt de nuevo sentado, sin batuta y con la característica disposición de primeros y segundos violines enfrentados, fue servida con derroche de intensidad y profundidad interpretativa. No hubo aquí relamidos éxtasis ni rebuscadas sonoridades, sino -de nuevo- un profundo sentido del fraseo y un color tremendamente idiomático. Tampoco encontramos en su lectura un dramatismo obtenido a partir de efectos dinámicos, ataques secos o percusivos golpes de cuerda sino mediante el enfrentamiento de masas sonoras perfiladas con una musicalidad extraordinaria y un sabio juego de tensión-distensión. Si también advertimos un acertado tratamiento de lo pastoral en el lander del ‘scherzo’, la culminación del finale logrado a partir de la superposición de texturas pero de sonido siempre transparente, fue toda una exhibición de estilo bruckneriano. En definitiva, es el arte atesorado por un verdadero kapellmeister tras años de inmersión y experiencia en estos repertorios.
La Filarmónica de Viena, cuyos músicos demostraron un respeto casi reverencial ante la figura de Blomstedt, mostró su renombrada capacidad para ofrecer tanto un refinado y brillante sonido, como para trazar otro más denso o grueso según les fuese demandado. Los presentes contuvimos la respiración a lo largo de unos impactantes e inolvidables 25 segundos, ni más ni menos los que tardó la mano alzada de Blomstedt en ir bajando a su posición natural.
Foto: Marco Borrelli
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