Por Beatriz Cancela
Santiago de Compostela. 29/II/16. Auditorio de Galicia. Concierto especial para conmemorar el vigésimo aniversario de la Real Filharmonía de Galicia. Director: Helmuth Rilling. Flautas: Laurent Blauteau y Luis Soto. Violines: Adriana Winkler, James Dahlgren y Grigori Nedobora. Obras de Bach.
A medida que nos aproximábamos a la puerta de entrada del Auditorio de Galicia y buscábamos el final de una fila que abrazaba su fachada escuchábamos el murmullo de la gente que indirectamente nos aclaraba –asombrados- que no, no era la cola de la taquilla, sino la de entrada, a la vez que trataban de hacer memoria y recordar otra ocasión semejante. La expectación era máxima, la sala estaba llena hasta los topes -¡y los que se quedaron fuera!, exclamaba alguien-, la prensa situada para captar las mejores instantáneas y todo el tinglado que requiere el streaming listo para retransmitir el esperado evento.
Y como no podía ser de otra forma, Helmuth Rilling hacía entrada arropado por los aplausos de una Sala Brage con sus prácticamente 1.000 localidades cubiertas, y frente al público dedicaba unas palabras recordando aquel 29 de febrero del año 1996 cuando unos jóvenes músicos de distintas nacionalidades y escuelas, emprendían un mismo camino. Camino, por cierto, que se iniciaría con la búsqueda y establecimiento de una sólida personalidad sobre la que cimentar estos 20 años de trayectoria.
Acto seguido aparecían los flautistas principal y coprincipal, Laurent Blaiteau y Luis Soto, y la violinista, ayuda de concertino, Adriana Winkler, dispuestos a interpretar el Concierto de Brandemburgo número 4 en sol mayor, BWV 1049. Arrancó la obra con cierto descontrol entre las flautas que paulatinamente se fue solventando; no así con respecto al violín, con el que divergieron sobre todo en el primer y segundo movimiento. Quizá la explicación radique en el puesto que cada uno asume en la orquesta: en el caso de los dos flautistas que componen la plantilla de la Real Filharmonía de Galicia (RFG), más acostumbrados a los solos y pasajes de cierta independencia; y en el caso de la violinista, más tendente a llevar la iniciativa. Fue en el Presto donde todos ellos alcanzaron el punto más álgido de la interpretación, donde sus habilidades quedaron más que patentes, demostrando el arduo trabajo que hay detrás de la partitura, concluyendo con una ejecución limpia, controlada y sutil sobre un ritmo ahora vivo y ágil.
Quizá uno de los momentos más ovacionados de la noche fue la interpretación del Concierto para dos violines en re menor BWV 1043 a cargo del concertino James Dahlgren y el violín 2º Grigori Nedobora. En su segundo movimiento, Largo ma non tanto, los violines se erigieron sobre una bella melodía, entrelazados y dejándonos algunos de los momentos más sublimes del recital, antes de un tercer movimiento donde las agilidades se suceden sin descanso. Algunos desajustes entre ambos, principalmente en el fraseo, así como la integración de la sonoridad del solista entre la orquesta, de nuevo arrojaron esa sensación de pertenencia a un grupo homogéneo, hecho –por su parte- que no eclipsó la acalorada valoración por parte del público del gran esfuerzo de estos músicos de la RFG.
Sin descanso entremedias, daba comienzo la Suite para orquesta número 3, BWV 1068. Se trata de seis piezas que constituyen una exhibición de la habilidad compositiva de Bach y de la RFG en cuanto a interpretación. De la obertura destacaríamos el magnífico colorido tímbrico de los metales por una parte y maderas por otra, alcanzando un clima cálido. Es con los redobles del timbal cuando las trompetas se alzan con contundencia desbordando sublime sonoridad. Por su parte, el segundo movimiento, Air, el fragmento más conocido de esta suite, fue ejecutado con máximo cuidado, bajo un ritmo no excesivamente quieto, destacando los violines tan expresivos y delicados. A nuestro parecer, fue el continuo el que dio cierta sensación de tosquedad por momentos, algo que para nada desmerece su trabajo durante el resto de la velada: en las dos obras anteriores su participación fue especialmente significativa y causó gran efectividad, mostrándose ágil y vivo, presente y acorde, destacando el clave y el contrabajo, que eran reforzados por violonchelos. El conjunto de la obra finalmente resultó ser una fantástica eclosión colorista para el cierre de la noche.
La orquesta, fantásticamente articulada en los dos conciertos como un ente unificado -toda ella constituyó un conjunto unificado dialogante con los solistas y sustento en momentos expresivos-, se convirtió en protagonista, al igual que los músicos que abandonaron su lugar habitual para homenajear en su nombre a todos y cada uno de los que forman o formaron parte de esta ya veinteañera agrupación.
Y de uno de los máximos estudiosos y conocedores de la obra de Bach, como es el maestro Rilling, poco hay que decir más que ¡Bravo!. Solemne e impertérrito, sentado frente a la orquesta, de forma tranquila, marcando el tempo y las entradas, nos dejó la ejecución de un Bach más bien lento y sin artificios, solemne, grandioso, que no eclipsó, sino complementó la efeméride.
Tras las últimas notas, una ola de aplausos ensordecedores pusieron el broche a una noche para el recuerdo. Todos los músicos en el escenario y toda una sala repleta de público en pie colmaron con sus ovaciones a una orquesta y a un director que, 20 años atrás, dieron comienzo a un proyecto enorgullecedor para la ciudad y para Galicia.
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