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Crítica: Hartmut Haenchen dirige 'Parsifal' de Wagner en el Festival de Bayreuth

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Autor: José Amador Morales
2 de agosto de 2017

HABÍA GRIAL, HABÍA LANZA, HABÍA MONJES...

   Por José Amador Morales
Bayreuth. Festspielhaus. 14-VIII-2017. Richard Wagner: Parsifal. Andreas Schager (Parsifal), Georg Zeppenfeld (Gurnemanz), Elena Pankratova (Kundry), Ryan McKinny (Amfortas), Karl-Heinz Lehner (Titurel), Werner Van Mechelen (Klingsor). Coro y Orquesta del Festival de Bayreuth. Hartmut Haenchen, dirección musical. Uwe Eric Laufenberg, dirección escénica.

   El pasado año tuvo lugar el estreno en Bayreuth de esta producción de la última obra de Wagner firmada por Uwe Eric Laufenberg, quien asumió el encargo al ser apartado del mismo el provocador Jonathan Meese. La polémica por la dirección escénica de este Parsifal tuvo su equivalente musical en el culebrón surgido a raíz de la renuncia de Andris Nelsons a dirigirlo poco antes de su estreno (todo apunta a desafortunadas injerencias de Christian Thielemann durante los ensayos). Un año después las cosas se han asentado y la designación de Laufenberg se ha revelado como todo un acierto, cosechando un éxito incuestionable, y la dirección de Hartmut Haenchen, como mínimo, apropiada.

   Laufenberg propone una “actualización” del Parsifal de Wagner en un contexto de violencia como la guerra de Irak (o Siria) bajo un ajustado seguimiento del libreto y una profunda comprensión de la música. En principio no hay excesos escénicos: hay monjes, hay cáliz, hay ambiente sagrado, hay guerreros o soldados.... Tampoco elude soluciones ya conocidas y de enorme eficacia como cuando, en una escena de impresionante sencillez no exenta de misticismo, la sangre mana directamente del costado de ‘Amfortas’ una vez abierto por uno de los monjes, para posteriormente llenar las copas de cada uno; o las transiciones videográficas en ambas escenas de la consagración que nos invitan a romper el espacio-tiempo en un ir y venir desde el templo semiderruido al cosmos interplanetario (ambos efectos se podían ver, por ejemplo, en la producción berlinesa de Bernd Eichinger que se ofreció en Sevilla en 2005 dirigida musicalmente por Barenboim).

   Por otra parte, asistimos en toda la obra un tan progresivo como delicado tratamiento de las religiones que cobra pleno sentido al final de la obra. Por el contrario, Klingsor parece no adscribirse a ninguna de ellas sino que es una especie de fanático religioso obsesionado por los crucifijos que usa de forma corrupta para corromper como signo mágico y de extorsión. Parsifal, aparece en el tercer acto como si viniese de vuelta después de haber visto de todo en este contexto de guerra y de violencia. Y el coro que exige a Amfortas que asuma una vez más su responsabilidad, aquí es representado (con una asombrosa perspicacia teatral y musical) como enfrentamiento entre cristianos, musulmanes y judíos. Parsifal ahora es el redentor por compasión ante las luchas de religión, conjurándolas al enterrar la lanza en el ataúd de Titurel (que al final del segundo acto había partido y en dos convirtiéndola en una cruz). Todos los demás le imitan depositando ahí sus símbolos religiosos mientras paulatinamente se abre el escenario por completo, ensanchándose hacia todas direcciones, al tiempo que todos se retiran por el indefinido fondo. Simultáneamente, una luz blanquísima inunda el patio de butacas a la vez que se encienden lentamente las luces de la sala acabando así iluminada por completo. Un final “ecuménico”, de indudable belleza plástica, teatral y, como veremos a continuación, musical.

   Y es que la dirección de Hartmut Haenchen, suponemos que más madurada  después de las “prisas” del año pasado, fue una ideal compañera de viaje de esta acertada propuesta escénica. El director nacido en Dresde, obtuvo un precioso sonido orquestal, de enorme  presencia (de lejos, la de mayor entidad de todos los títulos presentados este año en el Festspielhaus). Haenchen impuso un hábil equilibrio entre lo contemplativo y lo teatral haciendo valer su profundo e incuestionable conocimiento del estilo, ya patente desde los primeros compases del preludio. Por otra parte, si su batuta acusó en algún momento cierta falta de mordida dramática, no careció de intensidad (como el trepidante y encendido comienzo del segundo acto), sensualidad (en la cromática escena de las muchachas flor) ni calado expresivo.

  Andreas Schager compuso un ‘Parsifal’ solvente aunque un tanto anodino al que tal vez le faltaba algo de peso dramático, pues su voz es eminentemente lírica (sorprende que en su repertorio asuma roles más pesados como Siegfried o Tristan). Pese a que tampoco posee una especial calidad tímbrica y tuvo un pequeño aunque audible desliz al final del “Amfortas!, Die wunde!”, fue a más durante la representación y su entrega fue justamente premiada por el público. A su lado, ‘Kundry’ de Elena Pankratova poseía una voz de gran homogeneidad en todos los registros (quizá el grave no siempre lo suficientemente audible), de importante volumen y atractivo color oscuro. Supo aprovechar sobremanera su gran escena del segundo acto, especialmente su réplica final donde desplegó su instrumento con excelente proyección y agudos consistentes. La soprano rusa fue recreando su sombrío personaje con progresivo dramatismo hasta rematar una interpretación realmente extraordinaria.

   Georg Zeppenfeld no convenció tanto como con su ‘Hunding’ pero aun así su ‘Gurnemanz’ fue verosímil, noble y de enorme presencia vocal. Y es que su voz potente y convenientemente cavernosa – también un punto gutural – parecen muy adecuados para el personaje. Le falta un mayor grado de madurez en la caracterización como narrador oficial de la historia y su fraseo, si bien es elegante y de buen gusto, no siempre es cálido y comunicativo. En cualquier caso, obtuvo un éxito enorme y fue de lejos el más aplaudido al final de la representación. También fue muy ovacionado Werner Van Mechelen pues hizo una poderosa creación de ‘Klingsor’, vocalmente sobrado y potente, teatralmente intenso sin caer en lo histriónico o caricaturesco. ‘Amfortas’ fue un aceptable Ryan McKinn, aunque no especialmente emotivo, y Karl-Heinz Lehner  un ‘Tirurel’ convincente y de gran presencia vocal: fue sobrecogedor el efecto de escuchar sus primeras frases fuera de escena antes de aparecer, majestuoso, desde el fondo.

Foto: Bayreuther Festspiele/enrico Nawrath

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