Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 02-VI-2018. Ciclo del Lied del Teatro de la Zarzuela, coproducido con el Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) - Recital 10. Hanna Elisabeth Müller (soprano), Juliane Ruf (piano). Obras de Schumann (1810-1856) y Richard Strauss (1864-1949).
Resulta verdaderamente interesante que además de las figuras de relumbrón, el Ciclo de Lied invite a jóvenes intérpretes que, aunque hayan realizado sus debuts líricos ya hace unos años -centrados posiblemente más en el repertorio operístico y en el oratorio-, también desarrollen su actividad en el universo del Lied. De este modo, será posible evaluar hacia dónde apunta el relevo generacional de los cantantes interesados por el Lied. En la lírica ocurre como en cualquier otro arte: existen artistas especializados y otros –como es el caso- que pueden presumir de multi-faceta, multi-género o de todoterrenos, gustándoles recurrir al Lied como bálsamo u oasis para sus voces, y así medirse frente a ellos mismos, los poemas y el piano, al igual que los actores dicen necesitar volver al teatro de vez en cuando trabajan también en el cine o en la televisión.
La soprano Hanna-Elisabeth Müller (1985) equilibró un recital que se movió entre dos de los grandes compositores de Lied romántico, programando para cada parte –a fin de compensar en intensidad-, a ambos (en el orden Schumann-Strauss). Para el primero, preparó una selección de canciones de Myrthen, op. 25 (1840) y 6 Gesänge, op. 107 (1851-52). Para Strauss, decidió programar 11 canciones del amplísimo catálogo del genio muniqués. Myrthen se inspira en dos de los poetas más habituales de Robert Schumann, Rückert y Heine, más Julius Mosen (1803-1867), que pone el texto a Der Nussbaum (El nogal) y Catherine Maria Farnshawe (1781-1861) a Rätsel. Creadores todos ellos de los versos adecuados para una perfecta simbiosis de música y poesía, todas las canciones –por su carácter delicado, gozoso, optimista y descriptivo; alguna, más triste- permiten a la soprano iniciar el recital con cierta “comodidad” -debido al registro central de las mismas-, mostrando su gran expresividad y musicalidad. La voz es de timbre bello, aunque con algunos tintes metálicos, muy sonora y -quizá- un poco “fija” en la emisión, pero muestra un dominio muy apreciable tanto del fiato como del legato por mor de un canto sobre el aire técnicamente depurado.
Destacamos en esta primera parte dedicada a Schumann las dos Canciones de la novia (Lieder der Braut), donde la soprano resalta de forma adecuada la intencionalidad del texto, dando a cada frase su peso expresivo cuando trata de mostrar la estrecha relación madre-hija. En la ya mencionada, El nogal, el peso musical lo lleva el piano de forma resolutiva y movida en las ágiles digitaciones de Juliane Ruf (1975). Para finalizar la primera parte, sobresalió la interpretación de Rätsel (Acertijo), la más agitada y jocosa en los planos musical y textual: “¿Qué es?, no es más que una, y en Alemania es más grande”, se pregunta el acertijo (desvelaremos aquí que se refiere a la letra “H”, tan común en el idioma alemán). También destacó Zum Schluss (En conclusión), de triste belleza, que la soprano supo reflejar con propiedad.
Por obvio no debemos dejar de comentar que en Schumann es imprescindible el instrumento acompañante. En nuestra opinión, Juliane Ruf adoleció de un encorsetamiento al instrumento mayor de lo deseable durante todo el recital no prestando, por tanto, un acompañamiento en modo “proactivo”, por lo que creemos que ello restó algunos enteros al resultado conjunto. El Schumann de la segunda parte mantiene una coherencia respecto de la atmósfera de las 6 canciones que componen el grupo. En Herzeleid (Dolor de corazón), la tristeza es la reinante, pero luego la soprano debe cambiar radicalmente –y así lo hace Müller- a la muy ágil Der Gärtner (El jardinero), que evoca a un jardinero enamorado de una princesa que cabalga en su caballo y a la que entregaría por amor todas las flores del mundo. El acercamiento al universo de Schumann se cerró de forma atinadamente expresiva con Abendlied (Canción vespertina), una de las varias canciones que Schumann concediera –contando cada vez con textos de distintos poetas- a la belleza romántica del atardecer.
El elevado número de lieder compuestos por Richard Strauss, aparte de su amplio catálogo sinfónico y operístico, evidencia también que se trata de un compositor que se siente especialmente dotado para la música descriptiva y dramática. Compone, además, canciones cuya música se pone al servicio del texto y demandan del cantante y del piano una fidelidad realista que comunica sentimientos francos, aunque se permite también ensoñaciones, virajes emocionales y piruetas técnicas en la escritura del canto. En Strauss –por así decirlo-, se exige del cantante una mayor extensión e incomodidad en la tesitura, así como unas interválicas y cambios hacia notas alteradas y modulaciones ascendentes y descendentes más complejas que en Schumann (no en vano Strauss no se queda estrictamente en el romanticismo, sino que es referente en la renovación compositiva de su época).
No es éste un problema para nuestra soprano, que posee una voz especialmente dotada para estas bellas dificultades, como comprobamos en Das Rosenband (La cinta de rosas), op. 36, n.º 1 (1897/98), que posee bellas modulaciones arriba y abajo, además de tenerse que acometer frases muy largas de un solo fiato. En Ich wollt ein Sträusslein binden (Quería hacerte un ramillete), op. 68, n.º 2 (1918), y en Säusle, liebe Myrthe! (¡Susurra, querido mirto!), op. 68, n.º 3 (1918), la soprano realiza con soltura las melismáticas coloraturas que son el sello de estas piezas. Para finalizar el recital, Müller nos deleitó con Weisser Jasmin (Jazmín blanco), op. 31, n.º 3 (1886), del poeta Karl Busse (1872-1918) -que pivota sobre una difícil afinación- y la jocosa y costumbrista Hat gesagt-Bleibt’s nicht dabei (Ha dicho-no se parará ahí), op. 36, n.º 3 (1897/98), que narra las cuentas que se hace una jovenzuela sobre si le compensa hacer caso a su padre, a su madre por tan poco pago como han de ser un huevo o un pajarito asado si “su novio le dará, en cambio, tres besos y no se parará ahí...”
Hanna-Elisabeth Müller y Juliane Ruf fueron aclamadas por el público que abarrotaba el Teatro de la Zarzuela, debiendo salir a saludar reiteradamente, por lo que ambas obsequiaron al respetable con dos propinas, la primera de las cuales fue la muy famosa Morgen, Op. 24, n.º 7, de Strauss, y como segunda la archiconocida Wiegenlied, Op. 49, n.º 4 (canción de cuna) (Guten Abend, gut’ Nacht…) de Brahms, que la pianista leyó de una tableta (los nuevos tiempos mandan). Deseamos fervientemente que la agradable visita de esta joven soprano, interesada también por el Lied, se repita de vez en cuando para que podamos contemplar la evolución de la artista en este sublime género. Seguirá en pie, sin embargo, la eterna disquisición de si debemos valorar más en los intérpretes de la música y de sus innumerables géneros la especialización por tipo de repertorio o la pretendida habilidad de poder abarcarlos todos.
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