Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Teatro Real de Madrid. 13-I-2018. Coproducción del Formentor Sunset Classics y el Teatro Real. Orquesta Filarmónica de Viena. Director musical, Gustavo Dudamel. Sinfonía nº 10 de Gustav Mahler. Sinfonía fantástica de Hector Berlioz.
Comentábamos a raíz del extraordinario concierto que Krystian Zimerman nos dio el mes pasado en Madrid interpretando la Segunda sinfonía “Theage of anxiety” de Leonard Bernstein, que en el lugar más insospechado, saltaba la liebre. Sensu contrario, hoy podíamos complementarlo con lo de que no siempre, cuando tienes los mejores mimbres, consigues el mejor cesto.
Hace cinco años que el prestigioso grupo hotelero Barceló, lanzó su Festival “Formentor Sunset Classics”, que lleva en verano a Mallorca, a la preciosa bahía de Formentor, a muchos de los nombres más granados del panorama musical del momento. Como colofón al de 2017, ha querido ampliar su radio de acción, coproduciendo con el Teatro Real de Madrid esta nueva visita de la Orquesta Filarmónica de Viena, y para el año que empieza ahora, anuncia ni más ni menos que a Anna Netrebko.
Del Mahler de la Filarmónica de Viena poco hay que decir. Aunque durante varias décadas, los filarmónicos mostraron poco cariño por la música del que fue su Director en la entonces Opera Imperial durante el cambio del Siglo XIX al XX (1897-1907), todo cambió a partir de los años 60 del pasado siglo con directores de la talla de Leonard Bernstein, Lorin Maazel o Zubin Mehta. Por su parte, el compositor de Kalitscht, ha sido uno de los caballos de batalla del despegue internacional de Gustavo Dudamel, siendo especialmente célebre su interpretación del ciclo sinfónico completo en 2012 con sus dos orquestas, la O. Filarmónica de Los Ángeles y la O. Sinfónica Simón Bolivar. El que suscribe ha sido testigo de varias grandes interpretaciones mahlerianas del venezolano, destacando una colosal Tercera sinfonía hace un par de años en Nueva York, por lo que a priori, los mimbres eran de primera.
Sin embargo, el sábado las cosas no fueron tan bien. El Sr. Dudamel nos planteó una versión pausada, bella, lírica e impoluta desde el punto de vista sonoro del Adagio inicial, único movimiento terminado de su Décima sinfonía, donde extrajo el magnífico sonido que le da una centuria como la vienesa, pero donde se quedaron bastantes cosas en el tintero. No encontramos esa tensión necesaria en una obra compuesta en el peor momento de su vida, tanto musicalmente –tremenda la encrucijada en que se debate entre entrar de lleno en la atonalidad, pero sin olvidar de donde viene con sus guiños continuos al pasado y a toda la tradición del sinfonismo germánico que arranca en Beethoven- como a nivel personal –en plena crisis matrimonial con Alma y ya bastante enfermo, parece que quiere ir pero no sabe a dónde-. No se puede decir que la versión estuviera caída, pero quedó lejos de lo esperado y de lo que el director venezolano nos ha dado otras veces.
No arrancó mucho mejor la segunda parte –la Sinfonía fantástica de Hector Belioz- con unos “Sueños y pasiones” de excelente tímbrica y perfecta ejecución pero que evocaban poco. Subió el tono en un “vals” más contundente que sugerente donde todo empezó a resurgir, y que desembocó en el momento más emotivo de la tarde con una “escena campestre” fascinante, donde no solo hubo belleza sonora sino que hubo genuina magia, y donde la obra alcanzó el vuelo que le faltó hasta entonces. No llegaron a ese sublime nivel ni “la marcha al cadalso” donde brillaron especialmente los metales, ni el aquelarre final-las distintas variaciones del tema del “Dies irae” quedaron espléndidas- pero ambos movimientos tuvieron el énfasis y la intensidad que echamos de menos en otra partes del concierto para acompañar al sonido lujurioso y denso,a la precisión milimétrica y al exuberante virtuosismo orquestal.
Ante las grandes ovaciones, director y orquesta dieron fuera de programa un coqueto y preciosista Vals del “Divertimento para orquesta” de Leonard Bernstein y una brillante e idiomática Polca “Winterlust” de Josef Strauss, que ya fue uno de los momentos estelares del Concierto de año nuevo que orquesta y director nos dieron en 2017. Ambas obras fueron el colofón de un muy buen concierto pero que no llegó a lo que a priori esperábamos.
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