Por Robert Benito
7/I/ 16. Barcelona. Palau de la Música Catalana. Orquesta Sinfónica Simón Bolivar. Gustavo Dudamel, director. Solistas: Yuja Wang (piano) y Cynthia Millar (ondas Martenot). Sinfonía Turangalila de Olivier Messiaen.
Ya desde los primeros ataques de la cuerda, contestados por el uso absolutamente percusivo del piano, rematado por el coral cantado con contundencia por el metal para pasar a ese laberinto sonoro donde la persusión es una familia más en el vocabulario del compositor francés, la Sinfonía Turangalila produjo una sensación de abuso sonoro de un repertorio sinfónico del s.XX al que el exclusivo público de Palau 100 no está acostumbrado.
Sin embargo, el gancho de la Orquesta Sinfónica venezolana Simón Bolivar y su director titular, el mediático Gustavo Dudamel, recién nombrado director por la Filarmónica de Viena para su tradicional Concierto de Año Nuevo del 2017, fueron los argumentos para que el Palau estuviera lleno de abonados, turistas y venezolanos que al final del concierto mantuvieran el aplauso durante diez minutos mientras muchos abonados del ciclo abandonaban la sala con cara de extrañeza ante la propuesta y sin posibilidad de mejorar su áspero paladar tras esta obra clave del s.XX con algún bis más ligero, como los que nos tienen acostumbrados este director y su formación como colofón alegre de sus frecuentes visitas musicales a Barcelona.
Tras un impresionante primer movimiento de esta obra que estrenara un joven Berstein en el Boston de 1949, se sucedió el orgiástico comienzo del segundo movimiento mitigado por las primeras intervenciones al únisono de violines y el otro instrumento estrella de la tímbrica compuesta por Messiaen, el de las Ondas Martenot que creó el místico contraste entre el amor pasional y el amor poético.
Nuevamente el minimalismo y la belleza entraron en juego en el cuarteto extrañamente tímbrico entre una muy buena prestación del clarinete solista, Cynthia Miller desde el teclado de las Ondas Martenot y el solista de contrabajo con sus incisivos pizzicatos reforzando el efecto de los platos de la percusión.
Así se fueron sucediendo los diez movimientos que conforman esta titánica obra en efectivos y volumen que la formación caribeña se encargó de magnificar perdiendo en algunos momentos por parte de la batuta el control de las dinámicas en forte. Pero lo más peligroso fue la falta de poesía en muchos momentos. Es decir, venció la fuerza a la poesía, y el entusiasmo a la elegancia. Tal vez esta orquesta tiene mucho que ofrecer en frescura de lectura y en su vertiente social pero se echa de menos una profundidad que comienza a pesar en tan ocupada agenda de su director titular, siendo incompatible con estas obras tan titánicas que necesitan una trayectoria de repertorio siguiendo el símil de los vinos de una orquesta de “gran reserva” y no tanto de “crianza”.
Esta partitura encierra demasiadas sutilezas que pasaron desapercibidas ahogadas por los vaivenes pasionales y el brillo orquestal de los movimientos más violentos como “Joie du sang des etoiles”, que demostraron la capacidad de esta formación en el sonido homogéneo y sin fisuras que en este movimiento tan rítmico supo sacar partido de su cercanía con este tipo de música de carácter danzable, no encontrando el contrapeso en los momentos más delicados como el sexto movimiento.
Sería injusto no dejar constancia de la labor absolutamente entregada de las dos solistas, pero destacando la prestación absolutamente impresionante de la joven pianista china Yuja Wang, que combinó perfectamente su brillante técnica al servicio de una labor conjunta dentro de la orquesta a pesar de la inutilidad profesional del pasa-páginas que le fue asignado y que puso nervioso más al público que a la propia intérprete en su difícil parte.
Hacía más de treinta años que no resonaba esta gran partitura en el Palau, ya que la última vez todavía estaba la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña (OBC) en este recinto como sede y que fue quien la interpretó bajo la batuta de Leif Segerstam.
Esperemos que no pasen otros tres decenios para poder escuchar nuevamente esta obra clave de la literatura musical del pasado siglo y mucha más música de Messiaen, uno de los maestros del tristemente desaparecido Pierre Boulez a cuya memoria no hubiera estado de más dedicar este concierto (una simple opinión).
Compartir