Hugo Wolf (1860-1903) compuso en 1888, entre múltiples cosas, un ciclo de canciones basadas en textos del poeta Eduard Mörike,
por quien sentía una admiración especial. Ya había puesto música a
algunos de sus textos apenas unos meses antes, pero no fue hasta finales
del XIX cuando a un ritmo frenético y casi delirante, puso notas a un
total de 53 de sus poemas. Seguramente aquel año fue uno de los más
fructíferos de una trayectoria corta, que duraría escasos diez años,
pues el compositor compuso su último lied sobre textos de Miguel Ángel
entre 1897 y 1898. Conocedor de la música de Schubert y Schumann, sobre
todo este último, al cual le unía un enorme respeto, Wolf siguió la
estela que dejaron estos dos genios de la historia del lied, abarcando
un siglo de composiciones ininterrumpidas entre esta tríada.
La manera en que Wolf enfocó sus primeras páginas siguen estrictamente los parámetros de Robert Schumann,
hasta el punto de llegar a repudiarlos por sonar de manera casi
idéntica. Influenciado también por otra de las grandes figuras de la
historia de la música, Richard Wagner, a menudo adoptaría estilos
similares, tanto en lo referido al aspecto musical, como en la temática
religiosa, mística, redentora, del músico de Leipzig. Eso se aprecia
muy bien, por ejemplo, en dos piezas que, precisamente, conformaron el
programa que se pudo ver la noche de ayer, en la Fundación Juan March.
Una de ellas, "AufeinerWanderung" entraña un gran paralelismo con la
famosa "Canción de la estrella" de Tannhäuser. La otra,
"Wofind'ichTrost", está plagada de referencias a la cruz, el cáliz, la
culpa, la expiación, el pecado. En definitiva, parece un extracto sacado
del mismísimo Parsifal, festival sacro que Hugo Wolf tuvo
oportunidad de presenciar en su estreno en Bayreuth y que le subyugó
hasta lo más hondo. Volviendo a esa inusitada obsesión que rondaba al
compositor todas las noches, llegando a componer hasta tres piezas en
una misma tarde, Wolf terminaría como tantos otros, loco y febril, con
un final, al igual que el firmante de los textos a los que dotó de alma,
desgarrador.
Ciento diez años después de su fallecimiento, la Fundación Juan March
presentó, dentro de su ciclo de recitales titulado "La obsesión
poética", un recital para soprano y barítono, con una selección de 19
canciones de los Mörike-Lieder.
La soprano catalana Marta Mathéu, ya conocida en estos ciclos por haber participado hace años, en una interesantísima versión de la Novena Sinfonía
de Beethoven con reducción a piano de Richard Wagner, volvía para
enfrentarse al repertorio liederístico, un terreno al que cada vez más
cantantes españoles se están acercando con mucho acierto. De esta
cantante, que incomprensiblemente no ha trascendido de la manera que
debiera, cabe destacar sobre todas las cosas, su dulce y bello timbre,
así como su desempeño en el canto spianato. Pródiga de filados, medias voces, smorzaturas, en todo momento sostenidas por la columna de aire. Si bien el alemán es un idioma dificil para cantar, Mathéu supo
aproximarse lo máximo posible en su afán por arrastrar las consonantes y
acentuar las "t" finales. Para destacar, sus preciosos trinos sobre la
frase "Frühling, ja du bists", de la canción "Er ists" ("Es ella").
También ofrecería una matizadísima lectura de "Storchenbotschaft"
("Mensaje de cigüeñas"), haciendo gala de un buen legato. El agudo,
cuidado y al que en alguna ocasión llegó con un leve portamento, suena
firme y timbrado, si bien la acústica de la sala en algún momento dejó
alguno con un exceso de metal, aplicable igualmente al barítono. Quienes
hemos tenido oportunidad de oir en diversos escenarios, podemos afirmar
que no hay tal sonido en su voz.
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