¿Cómo ha sido su experiencia con la Filarmónica de Viena, orquesta con la que ha trabajado durante más tiempo?
Me he sentido siempre muy a gusto porque es la orquesta de mis compañeros. No son desconocidos, sino que he tocados con ellos cuando era repetidor, y también en la cantina, en las pausas, en los ensayos, cuando ayudaba a directores, me trato de tú con la mayoría. Es una sensación muy familiar, por lo que no es comparable con ninguna otra orquesta. Sin embargo, siempre intento intuir la personalidad y la sensibilidad de cada orquesta nueva. Creo que es la única forma de conseguir un buen resultado. Sentirse bien con una orquesta es, en realidad, sentirse bien con uno mismo. En el mundo de la ópera es más complicado, porque es muy complejo a nivel humano. Ya no sólo hay que trabajar con músicos, sino también con escenógrafos, personal de vestuario, iluminación... Lo que busco siempre es dejarme enriquecer. Es importante ser flexible como músico y como persona. No hay verdades absolutas. Esta afirmación funciona igual en el trabajo y en la vida. Muchas veces, nuestras verdades son concepciones abstractas que no se sostienen cuando entran en contacto con la realidad. Por ejemplo, la idea que uno tiene sobre el tempo en que debe interpretarse un pasaje concreto puede ser válida en abstracto, pero uno debe ser flexible a la hora de ponerla en práctica en un momento y en lugar determinados, dependiendo de la orquesta, la personalidad y el estado de ánimo de los solistas, la acústica de la sala, y en el caso de la ópera también la vocalidad de los cantantes y el contexto escénico
Últimamente se está comentando el interés creciente en el mundo de la lírica por las caras nuevas, por la juventud, la novedad. ¿Cree que verdaderamente se da ese interés?
Tendría que ser más mayor para opinar propiamente sobre eso. Para mí es importante dar una oportunidad a la gente joven, aunque en ellos queda la responsabilidad de mantenerse, de demostrar merecer la oportunidad recibida. Sí creo que se buscan siempre nuevos nombres, pero con ello se cae en el riesgo de obsesionarse con el atractivo y eso puede ser una mera cuestión de marketing. A veces nos concentramos más en el aspecto exterior en detrimento de lo que es la música, que tendría que ser lo importante. Para mí, además del atractivo o la juventud, hay que demostrar con qué material se cuenta: la calidad de la voz.
El pasado 20 de diciembre tuvimos la oportunidad de escuchar su Lucia di Lammermoor. ¿En qué consiste su visión de la obra? ¿Cómo la ha acogido el público?
Lucia es una de las primeras obras románticas con un lenguaje musical relativamente sencillo pero muy expresivo, que permite a los cantantes exteriorizar muy bien sus emociones. Les permite lucir sus habilidades técnicas, especialmente al papel de Lucia. Entiendo que sea una de las óperas más representadas; toca temas que nos son comunes a todos, como el amor, el desamor, la traición, el dolor... Es difícil de dirigir porque hay que estar muy pendiente de cómo van desarrollando sus fraseos los cantantes. A nivel orquestal hay que tener mucho cuidado con la sección de vientos, ya que es una obra compuesta para unos instrumentos con una sonoridad mucho más tenue. La potencialidad del sonido actual puede sonar por encima de los cantantes, por eso siempre el director tiene que contener a la orquesta. Asimismo, la gravedad y dramatismo del tema hay que compaginarlo con la ligereza propia del belcanto. Otro reto, para mí, se encuentra en hacer creer a la orquesta en la calidad de la música belcantista, muchas veces infravalorada. Tenemos que escuchar a Donizetti como si nunca hubiéramos conocido a Wagner, sólo así podemos creernos lo que aquél nos contaba.