Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 11-I-2018. Mira Teatro Pozuelo de Alarcón. Temporada coro y Orquesta de RTVE. Danzas Sinfónicas Op. 45 (Sergei Rachmaninoff); Il Segreto di Susanna, Intermezzo en un acto (Ermanno Wolf Ferrari), versión concierto. Raquel Lojendio (Condesa Susanna), Javier Franco (Conde Gil). Orquesta Sinfónica de RTVE. Dirección: Guillermo García Calvo.
De la producción teatral de Ermanno Wolf-Ferrari (1876-1948), hijo de un reputado pintor bávaro y una dama Veneciana, destaca la parte cómica con comedias como I Quattro Rusteghi, Il Campiello, o Le donne curiose, aunque también son mencionables la tragedia Sly (obra estrenada por Aureliano Pertile y Mercedes Llopart, quien fuera maestra de Alfredo Kraus y que alcanzó cierta presencia en los escenarios hace un par de décadas gracias a la asunción del papel protagonista por parte de Plácido Domingo y José Carreras), a lo que hay que sumar una incursión en la estética llamada verista-naturalista: I Gioelli della madonna. Entre sus comedias destaca la deliciosa Il segreto di Susanna (Munich, 1909), un intermezzo, una farsa, que hunde sus raices en Pergolesi (La serva padrona claramente), Cimarosa, Rossini y el Mozart de Le Nozze di Figaro. Con la típica estructura, soprano, barítono y actor mudo en el papel de criado y las irrenunciables ligereza, ingenio, refinamiento y elegancia, estamos ante una disparatada historia, en la que la Condesa Susanna guarda un segreto, que el Conde está convencido que es un amante, aunque finalmente resulta ser que ella es fumadora terminando la obra con la reconciliación de ambos saboreando un cigarro (“Tutto è fumo a questo mondo” una especie de guiño o alusión al “Tutto nel mondo è burla” del inmortal Falstaff verdiano).
La orquestación participa, efectivamente, de esa ligereza y transparencia de origen Settecentesco, pero asume la evolución de la lírica durante el siglo XIX y principios del XX (particularmente en Italia el período de la Giovane Scuola) con un cada vez mayor protagonismo del apartado orquestal y presenta claras influencias, no sólo Wagnerianas, también impresionistas. Guillermo García Calvo demostró su bagaje primero como maestro repetidor y posteriormente, como Director de ópera fundamentalmente labrado en un teatro tan prestigioso como la Opera Estatal de Viena y logró exponer todo ello impecablemente, ya desde el efervescente preludio, plasmando bien esa combinación entre ligereza y colorido de la fecunda y depurada orquestación. Si acaso en algún momento pudo ajustar más el balance sonoro con los cantantes, que no contaban con instrumentos especialmente caudalosos, pero, es preciso insistir, ello no empaña la notable labor de García Calvo con plena colaboración de la orquesta de RTVE a muy buen nivel. A la viveza de la interpretación cooperaron adecuadamente los cantantes que, afortundamente y como no podía ser de otra forma, no realizaron una versión concierto tiesos como una vela con la partitura, sino una semiescenificada con interactuación y dinamismo. La soprano Raquel Lojendio, siempre musical, desenvuelta, con las apropiadas dosis de coquetería y liviandad, compuso una Condesa Susanna bien resuelta y convicente. A pesar de la grisura y modestia de sus medios vocales, el Conde de Javier Franco tuvo intenciones en los acentos y gran vida escénica desde su primera aparición. El público disfrutó con la muy estimable intepretación de tan deliciosa obra y aplaudió con calor a los intérpretes.
En la primera parte se interpretó la última obra compuesta por Sergey Rachmaninoff, las Danzas sinfónicas, una composición de indudable atractivo, por su variedad, por el colorido y magisterio de la orquestación, por los contrastes, por ese fondo postromántico siempre presente, al igual que el sabor ruso con momentos danzables, ecos de la ópera El gallo de oro de Rimsky Korsakov y elementos de la liturgia tradicional rusa.
García Calvo, uno de los directores españoles más asentados actualmente, construyó bien y con rigor musical una interpretación de buena factura, con unas maderas espléndidas en la parte central del primer movimiento y un vals bien balanceado en el segundo. Quizás faltó un punto de esa exuberancia e intensidad de la música rusa, y algo de “desmelene” en esa vivacidad rítmica que preside muchos momentos de la partitura, pero el madrileño obtuvo buen sonido de la orquesta, los tempi fueron coherentes y organizó bien -diferenciando con claridad los planos orquestales-, una obra tan heterogénea.
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