Por Alejandro Martínez
02/07/2014 Müncher Opernfestspiele: Bayerische Staatsoper. Rossini: Guillaume Tell. Michael Volle, Bryan Hymel, Marina Rebeka, Evgeniya Sotnikova, Günther Groissböck, Enea Scala y otros. Dan Ettinger, dir. musical. Antú Romero Nunes, dir. de escena.
Entre las nuevas producciones presentadas en el Festival de Múnich de este año destacaba este Guillermo Tell, en su versión francesa y con notables cortes, a cargo de un reparto de interés y con la incógnita de una nueva producción de manos de Antú Romero Nunes, un joven de treinta años, a decir verdad, casi salido de la nada. Con el respaldo de la escenografía pensada por Florian Lösche, Nunes acierta con un buen trabajo de dirección de actores y una lograda caracterización de los principales personajes. También la esperada escena de la manzana está resuelta con soltura. La representación, ambientada en un tiempo indeterminado a mediados del siglo XX, a tenor del vestuario de Annabelle Witt, es ágil y tiene un constante reclamo visual en torno a una estructura de tubulares que suben, bajan y se articulan generando los diversos escenarios en los que transcurre la acción (un perfil montañoso, una iglesia, una casa…). Al principio la solución resulta ingeniosa y sorprende por su versatilidad y por su buena factura técnica. Es un recurso un tanto básico, desde luego, y podría de hecho tener su gracia de no ser el único elemento en torno al que gira la propuesta de Nunes y Lösche. De tal forma que lo que al principio resultaba llamativo y sugerente termina por ser reiterativo y tedioso. No es fácil iluminar un escenario presidido por esa compleja estructura tubular, y en ese sentido cabe elogiar el meritorio y buen trabajo de Michael Bauer, que sin embargo queda al final en una mera resolución técnica, habida cuenta del poco margen que la citada estructura deja para ir más allá de su constante protagonismo.
La representación, para sorpresa del público, dicho sea de paso, no se inicia con la consabida obertura sino con la primera escena de la ópera, siendo reubicada la obertura en cuestión en un extraño lugar, a mitad del tercer acto, tras la escena de la manzana, con la que concluye la primera parte de la representación. Es al reanudarse la representación cuando se interpreta la obertura, coreografiada con una suma un tanto banal de movimientos con el coro y un buen puñado de figurantes. La propuesta escénica para esta obertura fue recibida con un sonoro abucheo por parte del público.
Se situaba en el foso el joven Dan Ettinger, de origen israelí, al que ya habíamos podido escuchar una anodina Turandot precisamente en Múnich, hace ya dos años, con la producción de La Fura. Ettinger dirigió con oficio pero sin personalidad, optando por una versión demasiado dramática, sin la ligereza cantable inherente a Rossini, por más que Guillermo Tell sea la menos rossianiana, en un sentido tópico, de las partitura del de Pésaro. Demostró haber hecho un notable esfuerzo por conocer con soltura la partitura, pero a su versión le faltó un planteamiento más meditado y personal, más belcantista y menos grueso. Acompañó bien, no obstante, en las páginas más líricas, siendo en los concertantes donde quedaba más en evidencia su todavía escasa madurez con la batuta. Intachable la labor de la orquesta y coro titulares, en todo caso.
El rol titular estaba aquí a cargo del ya veterano Michael Volle, al que habíamos escuchado ya rendir espléndidamente en partes wagnerianas como Wotan o Hans Sachs. En esta ocasión las cosas no fueron tan redondas, generalmente ajeno al estilo rossiniano Volle, de dicción francesa mejorable y con una emisión en exceso tonante, buscando un sonido demasiado agresivo, poco noble y menos matizado de lo que cabía esperar de un artista probado como él. Supo acertar con el tono, contenido y matizado, en la esperada “Sois immobile”, pero en conjunto su labor nos pareció más bien ajena a las exigencias concretas de la partitura de Rossini.
Bryan Hymel es un interesante tenor, del que hablamos ya cuando saltó a la palestra en Londres como reemplazo de Jonas Kaufmann en la producción de Les Troyens dirigida por Pappano. Desde entonces Hymel se abierto un hueco en la programación de los principales teatros como una opción segura a la hora de dar voz a un complicado trío de roles, como el Eneas de Les Troyens, el Arrigo de Las vísperas sicilianas y este Arnold de Guillermo Tell. Salvando las lógicas distancias, estamos ante una voz al estilo de la del ya retirado Richard Leech, con un tercio agudo restallante, bien timbrado y fácil. Su emisión, una vez superada una leve y general nasalidad, es homogénea y firme, ofreciendo un canto seguro y cómodo durante toda la función. El agudo, incluso el más extremo, no le presenta problemas, aunque recordábamos un sonido más impactante de aquellos citados Troyanos londinenses. Su interpretación fue intachable, en todo caso, dando voz a este Arnold rossiniano. En todo caso, lo cierto es que dentro de este código, epata todavía hoy más la voz de Gregory Kunde, que puede perfectamente continuar dando voz a esta partitura. Hymel no incorporó, por cierto, variaciones en la segunda vuelta del “Asile héréditaire”.
Recientemente nos referimos al buen hacer de Marina Rebeka al hilo de unos Cuentos de Hoffmann vistos en Viena. En esta ocasión Rebeka daba voz a Mathilde, firmando una labor casi redonda en Múnich, recreando con gran soltura toda la escritura belcantista del rol, hábil en la coloratura, solvente en el sobreagudo y generalmente convincente en el aspecto dramático. Tardó un poco en encontrarse cómoda en su primera intervención, el “Sombre forêt”, pero dejó mucho mejor sabor de boca de ahí en adelante, brillando sobre todo en el dúo con Arnold o su página solista del tercer acto (Pour notre amour…Sur la rive étrangère).
La joven Evgeniya Sotnikova firmó un intachable Jemmy, lo mismo vocal que escénicamente. Enea Scala sacó adelante la primera intervención de Ruodi con solvencia, sin alardes. Cuesta creer que pueda dar voz al propio Arnold, como viene de hacer en Turín. Del resto del solvente equipo vocal destacó el buen hacer de Günther Groissböck como Gesler, de Jennifer Johnston como Hedwige, de Kevin Conners como Rodolphe y de Goran Juric como Walter, estos dos últimos habituales en Múnich.
Foto: Wilfried Hösl / Bayerische Staatsoper
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