Crítica del concierto ofrecido por el Grupo Enigma, Asier Puga y Gloria María Martínez en Zaragoza
Excelente ensayo, no tan buen concierto
Por David Santana | @DSantanaHL
Zaragoza, 11-III-2024. Auditorio-Palacio de Congresos de Zaragoza. Grupo Enigma, Orquesta Escuela, Asier Puga, director; Gloria María Martínez, arpa. Danse sacrée et profane de C. Debussy; Manifestation de G. Grisey y Serenata n.º 1, op. 11 de J. Brahms.
No experimentamos lo mismo escuchando un ensayo que un concierto y, aunque el contenido sea idéntico, uno es técnica mientras que el segundo es arte. Esta transubstanciación musical se produce gracias a una tradición heredada del periodo romántico que es el concierto y que tiene tanto sus templos —auditorios y teatros— como su liturgia. Sin estos, resulta complicado incluso definir qué es lo que estamos escuchando. Es por ello que se debe prestar un gran cuidado a los aspectos que conforman esta liturgia, los cuales son tan intrínsecos del concierto que solamente se aprecian cuando se omiten.
Comenzamos con el programa de mano. La idea del concierto, titulado Manifestaciones, es interesante, pero no se logró expresar al público. En gran medida por carecer de un programa que mencione algo más de dos frases inconexas sobre cada obra. Así son las surrealistas prioridades de ciertos gestores: imprimir un programa con todo el fondo a color y, después, ahorrarse las cuatro perras que cuesta que un musicólogo escriba unas líneas. También omite el programa la existencia de descansos, obligando al espectador a observar un espectáculo de regiduría a modo de interludio, alargando un concierto de escasos 75 minutos de música a una duración de cerca de dos horas. Otros detalles menores, pero igualmente irrespetuosos fueron la falta de uniformidad en la orquesta o que el maestro tuviese que bajarse del escenario para llegar a la tarima por falta de espacio.
Quizás sea un tiquismiquis, pero ocurre que, si no se respeta esta liturgia, el público tampoco cumple con la parte que le corresponde y, por ejemplo, se marcha a mitad de una obra o piensa que un concierto es un buen lugar para llevar a un infante. ¡Hay que ver a qué delirios nos lleva la democratización del arte!
Musicalmente, el contraste con la organización fue absoluto. Las danzas de Debussy fueron exquisitas. Bien equilibrada la orquesta y extraordinariamente ágil con los arpegios y precisa con los acordes Gloria María Martínez. Se entendió muy bien un fraseo que nos ofrece un extraordinario viaje a través de distintas modalidades capaces de expresar esos colores y pinceladas tan variopintos del movimiento impresionista. Solo me faltó algo menos de pesadez en algunos acompañamientos de las cuerdas y una mayor naturalidad en los finales de frase del arpa en los que el tempo puede ser algo más maleable.
Las Manifestations de Grisey son dos obras curiosas. La primera crea una textura a tutti de fondo entre la que sobresalen las dos flautas solistas, por cierto, con excelente timbre. Mantener un murmullo constante resulta especialmente complejo para aquellos instrumentos en los que se requiere respirar, sin embargo, tanto la trompa como el fagot y el clarinete lograron empastar perfectamente en el sonido orquestal. La segunda Manifestation es una provocación, un juego en el que domina la percusión y unos fugaces ataques de la orquesta en la que brilló la capacidad de coordinación de la formación por parte del maestro Asier Puga.
Tras más de un cuarto de hora de paseos de las regidoras, se interpretó la Serenata n.º 1 en su versión para orquesta de cámara. El programa no indicaba tampoco la división en seis movimientos de esta pieza y el público, lógicamente, se vio obligado a aplaudir en cada pausa, lo que me hace pensar que no fue capaz tampoco de admirar la obra en su totalidad. No fue solo culpa del programa. A pesar de que las notas se dieron en su sitio, faltó fraseo, intención y sentido de conjunto. Se echó en falta una mejor distribución de los matices y reguladores en las cuerdas, así como un mayor equilibrio en los tutti del primer movimiento que hicieran mantenerse al espectador al borde de su asiento deseando escuchar el resto de la pieza, y no mirando el reloj porque el concierto no ha cumplido con la duración estipulada en ese desdichado programa. El cuarto movimiento, ya se lo cuento yo, es un delicado y fascinante Menuetto para trío de maderas en el que, a pesar de que los timbres fueron exquisitos, el fraseo fue, cuando se pudo apreciar, muy poco orgánico. Estuvo correcta la trompa en el Scherzo penúltimo, aunque quizás con el sonido un poco forzado ante unas cuerdas demasiado exaltadas.
Son cuestiones mejorables que no hacen que un concierto sea malo. Lo que sí es preocupante es que no se ponga en valor lo que se hace teniendo una organización a la altura de la música. Se puede salir con peores o mejores sensaciones, pero es imprescindible que uno se vaya a casa con la seguridad de haber asistido a un concierto «como Dios manda».
Fotos: Gema Gracia
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