Después de treinta años dedicándose a este repertorio, ¿podría explicar qué es el belcanto?
Sí, podríamos intentarlo. Belcanto significa, literalmente, canto bello, canto hermoso. Pero al mismo tiempo bajo la etiqueta de belcanto nos referimos a todo un período de tiempo, y con él una nómina de compositores, que desarrollaron una singular escritura vocal, pensada siempre para mayor recreación de los cantantes, sus timbres, etc. Estos compositores, entre otros muchos, fueron sustancialmente Rossini, Bellini y Donizetti. Pero el belcanto, sobre todo, como estilo musical significa para mí una vía de expresión directa y auténtica como músico. En este estilo los compositores dejaban también libertad al intérprete para recrearse, por ejemplo en las repeticiones de las cabalette, con las variaciones. El belcanto es sobre todo un juego de expresiones, a través de grandes frases, el contraste de colores vocales, etc. Recuerdo una anécdota, cuando apenas llevaba tres años cantando, en mis inicios. Estábamos trabajando con el maestro Bartoletti, que fue alguien importante en mis primeros años, en Chicago. Aprendí mucho de él y del maestro Kraus en aquel tiempo. Ellos hablaban siempre de los colores de la voz y cuando yo era joven, lo confieso, no entendía absolutamente nada, a qué se referían. Cuando uno está empezando, simplemente, canta. Pero cuando prestaba atención al trabajo de Kraus, a su fraseo, me sorprendía encontrarme, en funciones durante una misma producción, matices diferentes aquí o allá. Cada noche era algo levemente distinto, siempre había algo de fantasía y creación. Y empecé a entender de qué se trataba con la cuestión del color vocal. Por eso yo diría que el belcanto es sobre todo una expresividad específica. Recientemente he comenzado a cantar papeles de Verdi y lo primero que advertí al estudiarlos es que hay una continuidad nítida entre sus partituras y las de Bellini o Donizetti. Verdi es siempre belcanto. Hay cambios en la estructura de las obras, hay evoluciones en la orquestación, pero el estilo, el fraseo, en Verdi como en los compositores previos, sienta las bases para esa expresividad al mismo tiempo libre y determinada que es la clave del belcanto. Por ejemplo, cuando uno escucha Un ballo in maschera en las voces de Pavarotti y Bergonzi, es la misma partitura, por supuesto, pero el resultado es completamente diverso. No cambian las notas, pero cambia la expresión. Algo que no sucede sin embargo si escuchamos a Pavarotti y a Bergonzi cantando La Bohéme, porque Puccini y el verismo son mucho más restrictivos en sus partituras, a pesar de lo que pudiera parecer. No existe ahí ese margen de libertad interpretativa, ya previsto en la partitura, que hace singular el belcanto. Por eso creo que mis orígenes en este repertorio me han facilitado mucho el trabajo a la hora de debutar con algunos roles verdianos. En primer lugar no me preocupo tanto como otros colegas por la tesitura y por la extensión de los papeles, porque soy consciente de que mi técnica me permite tener las notas que demanda la partitura, sin fatigar el instrumento en exceso. Cuando uno canta I Puritani, o el belcanto francés, Meyerbeer, es todo tan extremo: la longitud de las frases, la tesitura, los saltos interválicos... Es tremendo. También aquí con Il Pirata sucede lo mismo. Un papel de enormes exigencias, a pesar de no ser tan largo.
¿Y tan rápido madura una voz? Porque hace cinco o seis años usted no hubiera pensado en cantar el Otello de Verdi.
Cierto, quizá porque no lo había estudiado con detenimiento y tenía una impresión previa del papel distinta de la que me encontré al ver sus partituras.
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