Por Albert Ferrer Flamarich
Sabadell. 27-XI-2016. Homenaje a Granados (Enrique Granados: Preludio acto III de Follet, selección de Tonadillas, Goyescas. Montsalvatge: Eufonia. Contorns per a l’Elegia Eterna de Granados). Marta Mathéu (Rosario). Laura Vila (Pepa). Albert Casals (Fernando). Carles Daza (Paquiro). Coro AAOS. Orquesta Sinfónica del Vallés. Rubén Gimeno, director. Teatro de la Farándula.
La conversión de Goyescas en ópera fue un proceso infructuoso como exponente de un género que requiere mucho más que un libreto de nulo vuelo literario y dramatúrgico y, además, mal adaptado a una música extraordinaria, pero terriblemente incómoda a las querencias idiosincráticas de la voz. Algo que algunos de los principales especialistas en Granados no confiesan con la objetividad deseable, amparándose en el éxito del público neoyorquino -no de la crítica- atraído por el exotismo del mundo hispano.
No obstante, en efemérides como el bienio Granados que vivimos, es saludable ofreciendo este título -afortunadamente poco representado-. Una obra, recordémoslo, basada en una imaginería y una estética propagandística del y para el “populacho”, explotadas por el (des)gobierno de Carlos III durante la crisis simbólica, política y social en el paso del Antiguo Régimen al nuevo estado burgués. Una estética nacionalista que se sublimó en el siglo siguiente -Granados es un paradigma de ello-, con la que se pretendía obviar las inherentes penurias económicas y de corrupción monárquica y gubernamental de ambas épocas.
En la edición crítica y orquestación de Albert Guinovart, la labor del coro de los AAOS y la OSV dirigida por Rubén Gimeno fue elogiable. A pesar de algunas entradas a destiempo, errores en la cuerda y unos tenores que siguen sin la cohesión ni entidad necesarios, hay que alabar el paladeado Intermedio; la potente y homogénea sección femenina; y un cuarteto solista ya clásico de las temporadas en Sabadell (Carles Daza, Laura Vila y Albert Casals) que lució las cualidades habitualmente señaladas en la elegancia del fraseo, proyección vocal y detalles técnicos en unas partichelas poco cómodas. Se notó mejor dicción en Carlos Daza. Mención especial para Marta Mathéu con una línea de canto balsámica y un cuadro tercero de gran artista, más allá del idiomatismo y “gracejo” exhibidos en las Tonadillas de la primera parte. Y más, tratándose de una versión en concierto. La precedían dos aciertos más de la programación: un homenaje a Granados de Montsalvatge y el preludio en el acto tercero de la ópera catalana Follet, que evidenciaba falta de rodaje en el peso de los metales, poca fluidez del lirismo y el débil enfoque de las tensiones acumulativas de una partitura de innegable filiación wagneriana. Un título que, como todo el Teatro Lírico Catalán de Granados debería ser moneda conmemorativa. Sobre todo cuando la mayoría de estas producciones están en la inopia, sin grabaciones ni ediciones críticas dignas.
Por cierto, hablando de anormalidad cultural: en Sabadell se ha vuelto a celebrar más y mejor -de momento- el aniversario de un compositor patrio. El otro teatro de la ópera en Cataluña sigue sin estar a la altura de los requerimientos que definen una sociedad como nación. Es decir, con la preeminencia hacia la propia cultura. En los últimos años solo Montsalvatge ha sido la excepción. Otro homenaje, pero a Lina Morgan, pareció darse con un vestuario ridículo, nada serio y sin atisbo de majismo en el coro femenino: una túnica turquesa más parecida a una bata de maruja, con cofia a la que solo faltaron los rulos. El sarcasmo humano traía a la mente aquella cantilena tan internáutica que decía “Vergüenza ajena, vergüenza ajena”.
Foto: A. Bofill
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