Por Carlos González Abeledo
Cuando EMI grabó en 1952 el soberbio “Tristán e Isolda” dirigido por Wilhelm Furtwängler , la famosa soprano Kirsten Flagstad, protagonista femenina de dicha grabación, contaba con 57 años de edad y su voz, aunque todavía espléndida, había conocido tiempos mejores. Es sabido que en esa grabación el Do sobreagudo (Do5) que necesita el papel de Isolda se lo “prestó” la no menos famosa soprano Elisabeth Schwarzkopf, a la sazón esposa del productor del disco Walter Legge. En la era analógica ya se podían hacer “trucos” como este, aunque de una manera que podríamos definir hoy como “pedestre” (a base de cortar y empalmar la cinta analógica). Independientemente de estos posibles “trucos”, las tomas sí se podían repetir una y otra vez hasta que el pasaje quedaba a gusto de los responsables. Nada que deba extrañarnos pues en toda la música grabada (clásica o popular) era lo normal: se repetía el pasaje o la canción hasta que la misma quedara tal como querían intérpretes y técnicos. Como anécdota citaremos el afán perfeccionista de Frank Sinatra que volvía locos a los técnicos y músicos con innumerables repeticiones hasta que la canción quedaba a su entero gusto.
Dentro del mundo de la ópera hubo quién se rebeló contra esta manera de grabar, pareciéndole que era engañar al aficionado la búsqueda de la perfección a base de trucos y/o repeticiones, afirmando que la única “verdad” del canto era el teatro, por lo que en un momento determinado se negó a grabar más en estudio a pesar de poseer incluso un sello propio (Carillón). Se llamaba Alfredo Kraus y la verdad es que a él el directo le motivaba mucho más que la frialdad del estudio. Durante mas de diez años, a partir de 1966, quizás sus mejores años, no pisó un estudio de grabación. Afortunadamente las grabaciones “piratas” de aquella época dejaron constancia de su depurado arte. Pero en 1978 volvió a los estudios, quizás valorando la cota de popularidad que su negativa a grabar le hacía perder con respecto a sus colegas. Pero seguía opinando lo mismo sobre las grabaciones y así presumía, casi al final de su periplo vital y artístico, de que su último disco de estudio, “El incomparable Alfredo Kraus”, grabado en 1995 cuando ya tenía 67 años, lo había hecho prácticamente de un tirón, en dos sesiones, sin apenas tener que repetir nada.
A lo largo de la segunda mitad del pasado siglo se empezaron a filmar películas de óperas en estudio con medios genuinamente cinematográficos, en las que los cantantes hacían que cantaban sobre una grabación hecha previamente de manera tradicional (es decir los cantantes actuaban en “play-back”). También se filmaron óperas en los teatros usando las producciones (decorados, vestuario, etc.) que se ofrecían al público, haciendo el escenario de “plató” cinematográfico. Con el tiempo, ya en la década de los ochenta, se empezaron a grabar representaciones en directo con cámaras de televisión que necesitaban menos intensidad lumínica que las de cine, a pesar de lo cual la fotografía era muy oscura en ocasiones. Pero eran grabaciones sin trucos, es decir lo que se oía y veía era lo que había pasado en el teatro. Si algo salía mal o bien se repetía la grabación otro día o no salía al mercado.
La crisis discográfica y los elevados costes de producción (incluso de las grabaciones solamente de audio), junto con la aparición del video doméstico, fueron llevando a las compañías discográficas a preferir hacer grabaciones en directo de las representaciones de las distintas temporadas de acuerdo con los propios teatros, que vieron así un medio de aumentar sus ingresos. El coste de grabar dos o tres funciones con el fin de corregir fallos (bien de los técnicos, bien de los cantantes) era perfectamente asumible y muy inferior a grabar, en estudio o en una sala adecuada, a la manera tradicional, durante unos cuantos días, una ópera entera. Los formatos domésticos de televisión (concretamente el VHS, que se terminó imponiendo a sus rivales) posibilitaron el desarrollo de la ópera en imagen de manera definitiva.
Y así, a medida que el desarrollo de la tecnología digital, tanto de imagen como de sonido, iba mejorando, se fue incrementando el número de grabaciones de ópera que incluían imagen. La aparición del formato DVD a finales de los noventa prácticamente dio la puntilla a la industria discográfica clásica y a partir del inicio del nuevo siglo un gran porcentaje de la ópera grabada lo fue en este formato, aprovechando las funciones, con público, de los teatros.
Hoy, ya en plena era digital, las modernas cámaras, de gran luminosidad, permiten que el aficionado a la ópera disfrute con grabaciones en formato DVD, tomadas la mayor parte de ellas de representaciones en directo en grandes y no tan grandes teatros de todo el mundo. Estas modernas cámaras digitales, que, como ya hemos dicho no requieren, al contrario que las cámaras de cine, la potente iluminación que estas últimas sí necesitan, posibilitan que prácticamente el mismo diseño de luces de la representación baste para la correcta grabación de la imagen. Y los costes de la grabación son mínimos pues se aprovechan, como ya hemos dicho, las propias representaciones para el público. Y digo representaciones en plural porque se suelen grabar dos, tres o mas funciones con el fin de cubrir posibles fallos y aprovechar lo mejor de cada una de ellas ofreciendo un producto final lo mas perfecto posible, tanto en lo musical como en lo cinematográfico.
Así los DVD de ahora tienen una soberbia fotografía y un no menos soberbio sonido. Y el aficionado encantado, aunque se siguen comprando pocos DVD en las tiendas. Muchos prefieren ir a las salas cinematográficas a ver las representaciones en directo desde el Metropolitan, la Scala o el Covent Garden, retransmitidas con los mismos criterios anteriormente aludidos. Luego la mayoría de estas retransmisiones acaban llegando al mercado en formato DVD, convenientemente mejoradas. La aparición en estos últimos años del formato Blu-ray , que ofrece aún mejor imagen y sonido que el DVD, arrincona cada vez mas la clásica grabación en CD, formato al que sí se están traspasando la mayoría de las grabaciones de audio analógicas de los años 50, 60 y 70 del siglo pasado. E incluso algunas históricas anteriores a los años 50.
Pero también estas nuevas grabaciones digitales de representaciones en directo tienen su truco en lo que al sonido se refiere. Lo que se oye en el DVD no es lo que se oyó en el teatro. O mejor dicho no es como se oyó en el teatro. Además de que, como ya dije, se graban varias funciones escogiéndose para el montaje final los mejores momentos de cada una de ellas, la tecnología actual permite grabar el sonido en muchas pistas, es decir con muchos micrófonos conveniente distribuidos en foso y escenario. Por eso el sonido es excelente. Y los cantantes principales llevan un pequeño micrófono prendido en el cuello de la camisa, en la peluca, etc., que posibilita el que se recoja su canto prácticamente de manera individual. Eso permite que con los programas de grabación y edición de sonido al uso (Pro Tools, Adobe Audition, etc.) se juegue con las características de la voz individualmente (volumen, timbre, etc.) de manera que una voz por ejemplo pequeña, a la que en el teatro habría dificultad para oír, en el DVD se oiga perfectamente. O que una voz a la que le falten graves se le refuercen sin problemas con el sistema de ecualización que dichos programas incorporan.
De hecho hay en el mercado grabaciones en las que casi no se reconoce la voz de los cantantes. Recuerdo un CD de Rolando Villazón de arias de ópera, grabado antes de su declive vocal, que un buen amigo, enamorado de su voz, me hizo oír. En aquella grabación Villazón parecía casi un tenor “spinto” mas que un “lírico-ligero”, que era su verdadera tipología vocal. Yo, que ya había oído a Villazón en directo, le dije a mi entusiasmado amigo que me parecía que aquella no era la voz real de Villazón, que me daba la impresión de que estaba reforzada digitalmente. Y así era, pero mi amigo no lo admitió y me llamó de todo. Entiendo que es difícil para un aficionado que no esté al tanto de las técnicas de grabación el comprender estas cosas, pero así son. He asistido a representaciones en directo, que salieron luego al mercado en DVD, en donde se nota claramente la manipulación de la voz (para mejorarla) de algún famoso tenor de los que hoy están muy en candelero. Y, la verdad, no sé hasta qué punto esto es del todo honesto. Podría decírseme que hoy al igual que ayer se usa la técnica para ofrecer productos con el mejor acabado musical posible. Bien, vale, pero no sé si cambiar las características tímbricas de una voz es admisible. Son “retoques” de mucha mayor trascendencia que los que se hacían antiguamente en los estudios de grabación. Y desde luego no me parece bien que grabaciones mejoradas hasta estos extremos se quieran hacer pasar por grabaciones en puro directo. Bien es verdad que en la información que ahora llevan normalmente los DVDs ya no se dice que la grabación corresponda a un día (o días) determinado. En cualquier caso obvian una información que antes, hasta mas o menos finales del siglo pasado o primeros del nuevo, se daba. Y en mi opinión no es lo mismo presentar un producto bien acabado, conseguido a base de repetir los pasajes las veces que fueran necesarias (como se hacía antes en el estudio de grabación) que cambiar el timbre de una voz, u otra característica de la misma, usando los procedimientos digitales que permite la actual tecnología, ofreciendo por consiguiente una información al aficionado que no es del todo cierta.
Para terminar diré que hace dos años asistí con un grupo de amigos a una Aida en la Scala de Milán, con un reparto de los que podríamos considerar como muy solvente para hoy: Jorge de León (Radamés), Hui He (Aida) y Ambrogio Maestri (Amonastro), entre otros. La función en general fue tirando a muy buena, a lo que ayudó la excelente escenografía de Zefirelli y los conjuntos de la Scala. A la mayoría del grupo así nos lo pareció, al menos. Pero una de las personas dijo que no le había gustado. La razón esgrimida: que no se oía bien a los cantantes, que estos tenían poca voz. La localidad era buena, y los protagonistas reseñados no se distinguen por tener precisamente una voz pequeña, por lo que quedé un poco sorprendido con su aserto. Hasta que dándole vueltas creí entender lo que pasaba. La opinante estaba acostumbrada a oír ópera en su casa en DVD, o en el cine, en donde los balances sonoros y las voces están retocadas por los sistemas de grabación a que antes me referí. En directo mi amiga, con poca experiencia en oír ópera en teatro, echaba en falta una mayor presencia de las voces, en clara desventaja además ante el volumen de la orquesta, acrecentado por ende en este teatro (al igual que en la mayoría de los teatros actuales) por la ubicación de los músicos, prácticamente en el patio de butacas. Pero este, el de la situación del foso, es otro asunto del que habría también mucho que hablar, y que dejaremos para una próxima ocasión.
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