Por Carlos González Abeledo
Cuando EMI grabó en 1952 el soberbio “Tristán e Isolda” dirigido por Wilhelm Furtwängler , la famosa soprano Kirsten Flagstad, protagonista femenina de dicha grabación, contaba con 57 años de edad y su voz, aunque todavía espléndida, había conocido tiempos mejores. Es sabido que en esa grabación el Do sobreagudo (Do5) que necesita el papel de Isolda se lo “prestó” la no menos famosa soprano Elisabeth Schwarzkopf, a la sazón esposa del productor del disco Walter Legge. En la era analógica ya se podían hacer “trucos” como este, aunque de una manera que podríamos definir hoy como “pedestre” (a base de cortar y empalmar la cinta analógica). Independientemente de estos posibles “trucos”, las tomas sí se podían repetir una y otra vez hasta que el pasaje quedaba a gusto de los responsables. Nada que deba extrañarnos pues en toda la música grabada (clásica o popular) era lo normal: se repetía el pasaje o la canción hasta que la misma quedara tal como querían intérpretes y técnicos. Como anécdota citaremos el afán perfeccionista de Frank Sinatra que volvía locos a los técnicos y músicos con innumerables repeticiones hasta que la canción quedaba a su entero gusto.
Dentro del mundo de la ópera hubo quién se reveló contra esta manera de grabar, pareciéndole que era engañar al aficionado la búsqueda de la perfección a base de trucos y/o repeticiones, afirmando que la única “verdad” del canto era el teatro, por lo que en un momento determinado se negó a grabar más en estudio a pesar de poseer incluso un sello propio (Carillón). Se llamaba...
¿QUIERES LEER EL ARTÍCULO COMPLETO? PINCHA AQUÍ PARA SUSCRÍBIRTE A NUESTRA ZONA PREMIUM ¡POR SÓLO 3, 20 EUROS AL MES!
Compartir
Aviso: el comentario no será publicado hasta que no sea validado.