Por Gonzalo Lahoz
Madrid. Teatro Real. 6/7/15. Granados, Goyescas. María Bayo, Andeka Gorrotxategi, Ana Ibarra, César San Martín. Dirección musical: Guillermo García Calvo. Recital de Plácido Domingo. Dirección musical: Giuliano Carella. . Puccini, Gianni Schicchi. Nicola Alaimo, Maite Alberola, Elena Zilio, Albert Casals, Vicente Ombuena, Bruno Praticò, Eliana Bayón, Luis Cansino, María José Suárez, Francisco Santiago, Tomeu Bibiloni, Francisco Crespo, Valeriano Lanchas. Dirección musical: Giuliano Carella Dirección de escena: Woody Allen. Orquesta Titular del Teatro Real.
El pasado 6 de julio, en el Teatro Real, a cada minuto que pasaba una palabra me golpeaba con más y más fuerza en la cabeza: "Remanguillé". Como no quería excederme con los términos empleados, analicé sus posibles acepciones, no fuera a ser: 1) De forma desordenada. 2) De manera descuidada o imprecisa. 3) De forma inadecuada.
Resultó que todas eran aplicables a lo que allí se presenciaba... Y la decepción personal se fue convirtiendo en una vergüenza compartida. Vergüenza porque según llegó el descanso, pudo comprobarse como no hacía falta ser alguien del "mundillo de la clásica" para darse cuenta de lo que allí estaba sucediendo. No por la calidad de quienes se encontraban sobre el escenario o en el foso del Teatro Real, que pudo ser mejor o peor aunque indudablemente sus interpretaciones se vieran arrastradas y lastradas por lo que aquí expongo: el halo de dejadez y simpleza que parecía rodear las tres piezas que conformaban este "Trittico redux" que se había preparado: Goyescas de Granados, un recital de Plácido Domingo y conocidos y Gianni Schicchi de Puccini.
Julio estaba llamado a ser el mes del ahorro en el Teatro Real, así se había decidido. Para ello se sustituyó el estreno mundial de Elena Mendoza por una factible y económica Porgy & Bess a cargo de la compañía de la Cape Town Opera... Cuyas entradas ha habido que rebajar y rebajar para ser vendidas, pero con un saldo que debe haber seguido saliendo a cuenta. Por otro lado, lo que debería haber sido una celebración de los centenarios en torno a Granados que están por venir con la puesta en escena de su Goyescas, ha terminado siendo un espectáculo bochornoso. Primero se suprimió la puesta para realizarse en versión concierto. Después Plácido Domingo, quien tendría que haber dirigido la orquesta aunque prácticamente desde un principo renunciase a ello sin que el Teatro lo anunciara hasta mucho más tarde, fue sustituido por Guillermo García Calvo, una batuta que garantizaba la partitura (en edición de Albert Guinovart*), habida cuenta de su buena mano en las densidades orquestales. García Calvo regaló momentos de inspiración bregando con una orquesta que en cada producción cotiza más a la baja (fenómeno este digno de reflexión), especialmente el Intermedio y hacia el final de la obra, si bien se vió una palpable desconexión entre cantantes y foso. Sumado a los propios solistas, que se mostraron estáticos, hieráticos en alguna ocasión y a un coro descontrolado e incluso desabrido en la cuerda tenoril, diera la impresión, y digo diera pero apostaría algo a que así ha sido, de que apenas ha habido ensayos, tal vez ni siquiera italiana y que a los solistas se les han retirado los atriles en el último momento sin apenas indicación, pues tales eran sus erráticas posiciones, posturas y dramatizaciones sobre las tablas. Por no haber no hubo ni un mísero fondo que aportase algo de color a una partitura tan pictórica. Goyescas, señoras y señores, aburrió. Todo parecía indicar que la culpa no fue si no de la organización, y por ello, creo, bastante habrán tenido los cantantes como para culpar a sus voces del tedio. Que el público acuda al teatro de ópera de mi ciudad y pueda percibir estas cosas, a mi me sonroja.
Siguiendo con las increíbles ofertas del mes del ahorro, Plácido Domingo canceló también su debut en el papel de Gianni Schicchi, con motivos sobradamente justificados. A cambio, mientras recibía galardones y grababas nuevas obligaciones discográficas hasta altas horas de la madrugada, se ofreció a cantar un pequeño recital justo antes del intermedio programado sin dinero de por medio, en el que por cierto hubo un juego de luces y focos más detallado que en Goyescas, lo cual parece esclarecer las prioridades del Teatro.
Todo lo que se escuchó aquella noche antes de Plácido, como siempre ocurre cuando él canta, se volvió pequeño. Domingo, que tiene cada gesto más que medido, es un huracán, un nervio de la lírica donde aún resplandece el ardor de una voz que siempre tuvo algo de fuego. Encandila aunque ya no convenzca a los propios, sí a los extraños que acuden a la ópera en busca de lo mediático. Fatigado y fatigoso en las páginas baritonales escogidas de Verdi y Giordano, terminó regalando una romanza de Luisa Fernanda: "Luché la fe por el triunfo" de aquellas de quitarse el sombrero, la corbata y hasta los calcetines. Junto a él un Bruno Praticò esperpéntico y burdo con "Sia qualunque delle figlie" de La Cenerentola rossiniana, una correctísima Maite Alberola en La traviata y el equilibrado y convincente Falstaff de Luis Cansino. Uno se pregunta cómo no sustituyó a Domingo como Schicchi. Habría sido lo más lógico estando en el cast desde un principio y teniendo acceso a los ensayos y demás preliminares, pero en su lugar se optó por traer a dos barítonos italianos de mayor renombre: Lucio Gallo y Nicola Alaimo. Este último fue sin duda lo mejor de la noche del 6, con un centro terso, tercio superior redondeado y vis cómica efectiva, su Schicchi fue creíble y disfrutable en una producción firmada por Woody Allen, quien a pesar de pasearse por media España durante las funciones y ensayos, no pisó Madrid para llevar la dirección de escena o aportar el más mínimo detalle aun llevando su nombre. Esperemos que el Real haya ahorrado.
El trabajo de Allen cae en el saco de "lo fácil". El neoyorquino tiene dos formas de trabajar muy básicas: o bien, o fácil. Cuando tiene una idea brillante (cuando las tenía, hace años, dirán algunos) o cuando alguien le encarga algo y hay que cumplir con los que ponen el dinero. Esta producción, que se deja ver, es fresca claro está y fue aplaudida por aquellos ajenos a su cine o que tan sólo circundan su lado más mediático (lo mediático, volvemos y no salimos de lo mediático), cae de lleno en el segundo tipo. El peso del acierto ha de recaer en la estética, los figurines y la escena de Santo Loquasto, responsable de tantos y tantos filmes de Allen y no tanto en el propio director, que emplea aquí un corta y pega de formas, gags y situaciones ya más que vistas. Con todo, uno si no ríe, al menos se sonríe gracias a la implicación de un equipo de cantantes que hicieron lo posible por hacer disfrutar. Destacar como decía a Nicola Alaimo, también a la brillante Lauretta de Maite Alberola y por qué no a todo el plantel de secundarios, aun con los problemas de emisión de Albert Casals y con especial mención a la Zita de Elena Zilio, realmente creíble, todo bajo una aseada y atenta dirección de Giuliano Carella.
En el Teatro Real, esta vez, no han desaprovechado la ocasión de perder la ocasión y, lo que es peor, que nos demos cuanta de ello.
Foto: Javier del Real
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