La sexagésimo segunda temporada de ABAO dio comienzo con un nuevo título dentro de su 'Tutto Verdi'. Llegaba el turno de Giovanna d'Arco y en conjunto no podemos hablar sino de un comienzo en falso, habida cuenta del gris tono general de la representación, elevado al menos, eso sí, por el magnífico rendimiento de Krassimira Stoyanova como protagonista. Por los pasillos, un rumor corría como la pólvora: la más que confirmada salida de J. P. Laka de la dirección artística de ABAO y la posible (tan posible como sorprendente) incorporación de Vela del Campo en su lugar.
Yves Abel abrió la función con buen pulso en la sinfonía inicial, pero ese nervio y esa tensión se diluyeron muy rápido en tiempos morosos y caídos, lastrando a menudo la representación, sobre todo en los concertantes, sin vigor, sin grandeza, lejos del arrebato risorgimentale que duerme bajo las notas de esta partitura, a la espera de batutas que lo revitalicen. Cuando valoramos la labor de Muti con estas partituras no es sólo por su gesto firme y decidido, sino por su incomparable capacidad de devolverles su vigor y su vigencia, logrando que emocionen hoy como ayer, algo que Abel no logró en esta ocasión. Tampoco la Sinfónica de Euskadi ofreció una noche singularmente inspirada desde el foso. Un sonido a menudo genérico, tan solvente como impersonal, seguramente por efecto de la batuta de Abel, muy poco inspirada en esta ocasión. El Coro de Ópera de Bilbao, aunque algo más entonado que en sus últimas intervenciones, se mostró en su desempeño tan voluntarioso como falto de empaque y consistencia.
El joven barítono Claudio Sgura mostró más medios que intenciones. El material de partida, bien apreciable, recuerda un tanto al del inalcanzable Bruson, por ese timbre de sonido opaco y a veces mate, sin demasiada punta, pero pastoso y firme al mismo tiempo. De Bruson precisamente debiera aprender Sgura cómo frasear con una gama más rica de dinámicas e inflexiones, en la búsqueda de un sentido netamente belcantista del canto verdiano. Nos gustó su Giacomo, pero nos hubiera gustado mucho más de no cantar tan a menudo en forte. Ojalá podamos seguir su trayectoria encontrando un mayor interés por enriquecer su fraseo y su emisión.
La dirección de escena de Gabriele Lavia no entusiasma. Su propuesta, estrenada en Parma, y repuesta en Bilbao a cargo de Marina L. Bianchi, lo mismo valdría para Giovanna d'Arco que para Don Carlo o para uno cualquiera de los frescos históricos del Verdi de galeras. Vistosa y colorida, sí, gracias a la escenografía de Alessandro Camera, el vestuario de Andrea Viotti y la iluminación de Andrea Borelli. Una producción ágil en los cambios de escena pero que adolece en todo momento de soltura en el movimiento de masas y de solvencia e inspiración en la dirección de actores, prácticamente dejada al libre desarrollo de los intérpretes, habida cuenta de su rigidez por momentos. Ante producciones como ésta cuesta hablar de una verdadera propuesta escénica porque apenas encontramos algo más allá de un mero decorado.
Comenzaba así una temporada sobre la que penden muchas preguntas: ¿tiene sentido reponer Rigoletto una vez más, dentro del Tutto Verdi? ¿Se repone este título por Nucci, o acaso quizá por las urgencias de liquidez en taquilla? ¿Qué pasara la próxima temporada, de confirmarse la supresión rumoreada de dos títulos? ¿Qué sentido tiene la presencia de Abbado o Chailly en el comité de honor del Tutto Verdi, si no van a pisar Bilbao en el transcurso de esta integral verdiana? ¿Por qué figuran también ahí Peter Gelb y Stéphane Lissner, directores artísticos del Met y la Scala, si no se presentan en Bilbao coproducciones con estos teatros?
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