Por Albert Ferrer Flamarich
19/XII/ 15. Barcelona. Palau de la Música Catalana. Orquesta Sinfónica del Vallés (OSV). Gilles Apap, violín y director. Obras de Mozart, Strauss, Saint-Saëns, Anderson y adaptaciones de música irlandesa.
Cuatro años después Gilles Apap ha vuelto a actuar con la Orquesta Sinfónica del Vallés, ahora en el tradicional programa navideño de valses. Su talante renueva el concepto de concierto encajando de lleno en los objetivos de la orquesta: desvincular los conciertos y los recitales como actos ritualizados porque “hacer música” es algo más vivo.
De aquí que la expectativa que originen sus programas sea el entusiasmo. Con una combinación de estilos, su transgresión no es sangrante y su posicionamiento nace de las ganas de compartir una visión experimental. Pero también nace de su libertad: la de escoger ser un atípico virtuoso del violín y la de una seriedad desacralizada. Como intérprete, Apap transita por las dificultades, las domina. Como director, concede autonomía a la orquesta y desaparece si conviene. No es un purista. Busca motricidad y el gesto de la música, no la perfección del conjunto. Lo importante no recae en la pulcritud sino en el carácter y el aliciente inesperado de la velada.
Por eso no son significativas las imprecisiones (como en Csárdas de Ritter Pásman de Strauss) o las abundantes licencias de tempo y recursos agógicos (Obertura de El ratpenat): el objetivo es reducir la escucha y la búsqueda estética habituales. Es devolver la pluralidad al arte. Una pluralidad que integra el juego y el goce incluso en la actitud de los músicos al tocar, así como la de los asistentes: más de mil quinientas personas coreando El noi de la mare apela emotiva e inevitablemente al inconsciente colectivo.
Y es que las sesiones de Apap entusiasman y establecen una actitud diligente, de descubrimiento y de enlace de repertorios: desde la Irish Suite de Leroy Anderson a las intervenciones jazzísticas y pseudoimprovisatorias de un Apap que silba, baila y se mueve por el escenario vehiculando heterodoxia, amenidad y originalidad. A destacar la entrada de la orquesta por toda la sala con la Marcha Haffner de Mozart en una escenificación en la que el público no captó que ya estaba en el concierto. Lo mismo que tocar en pie, una práctica recurrente de las últimas temporadas de la orquesta vallesana. El próximo año, por favor, un poco de Sir Malcom Arnold o de Ketelbey. Este año, no se lo pierdan. Un servidor repetirá en el Teatre de La Faràndula el próximo 2 de enero (19h.) o al día siguiente (11:30h).
Fotografía: Juanma Peláez
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