Por Alejandro Martínez
25/04/14 Barcelona. Gran Teatro del Liceo. Angela Gheorghiu, soprano. Saimir Pirgu, tenor. Ramón Tebar, dir. musical. Orquesta Sinfónica del Gran Teatro del Liceo.
Desde aquella famosa Traviata con Solti que le catapultase a la fama en el Covent Garden, en 1994, han pasado ya veinte años. Y a tenor de lo visto en el Liceo, Angela Gheorghiu ya no es ni la sombra de lo que era, y no tanto por el puro deterioro de su instrumento, que aún guarda notas de interés, sino por la absoluta sinrazón de su personalidad como intérprete. La soprano rumana dio más bien en Barcelona un recital de tics, muecas, ademanes caprichosos, acentos afectados, remilgos y cursilerías varias, antes que un concierto lírico bien dispuesto. Quizá algo así se veía venir, pero no desde luego el bochorno creciente en que se fue instalando la velada. Vocalmente apenas cabe destacar algunos instantes de buen hacer por parte de Gheorghiu en la primera parte, en el “Pleurez mes yeux” de El Cid de Massenet, pieza donde junto a un fraseo muy esmerado, dejó entrever también las grandes limitaciones de su grave, totalmente áfono y fatigoso, amen de una constante tendencia a alargar a placer las notas cuando y cómo le place. De la primera parte destacó, por el indescriptible destrozo, el primer fragmento interpretado, el “Lascia ch´io pianga” de Rinaldo, donde Gheorghiu ofreció un sonido insistentemente falseado y una afectación infinita, en las antípodas de lo que una pieza de Händel como esta requiere. Tampoco consiguió un ápice de natural lirismo en los fragmentos de L´elisir d´amore. Qué lejos queda ya la Adina que bordase en Lyon, en 1996, junto a otro jovencísimo Alagna. Aquí todo sonaba rígido, fingido, afectado… Seguramente lo mejor de la velada fue el dúo de Roméo et Juliette de Gounod, el “Va, je t´ai pardonné” interpretado con Pirgu. Pudo entreverse ahí a la lírica pura de antaño, con sus remilgos y amaneramientos, sí, pero en posesión de un instrumento bien timbrado, nítido, homogéneo, sonoro y de un lirismo fácil y comunicativo. Pero fue cosa de unos minutos, apenas un espejismo. Le seguiría poco después una agridulce recreación de la canción de la luna de Rusalka. El enfoque, tan lento y ensimismado, convencía en buena medida, pero casi era preciso cerrar los ojos para que el desfile de muecas y ademanes de la soprano no distrajese al oyente del buen trabajo vocal que estaba firmando. De alguna manera, se diría que en el caso de Angela Gheorghiu el personaje, caprichoso y adornado de excesos e histerismos, ha fagocitado a la cantante, hasta el punto de que resulta ya complejo encontrar a la lírica pura que fue, con un repertorio afín y una personalidad reconocible. En el Liceo vimos a una soprano más preocupada de las cámaras y de ahuecar su vestido, de manera irritante y nerviosa, que de hacer justicia a las partituras del programa.
Saimir Pirgu es un tenor de cierto, aunque irregular, interés. Posee un instrumento de lírico con ribetes de ligero aquí y allá, manejado sin embargo con ambiciones de sonar quizá con más empaque del que posee por naturaleza. Su faena vocal fue bastante irregular en este concierto, con una primera parte bastante anodina, pasando sin pena ni gloria por el “Parmi veder le lagrime” de Rigoletto y por la “Furtiva lagrima” de L´elisir. Mucho mejor, desde luego, fue su trabajo con el “Ah!, léve-toi, soleil” de Gounod, donde mostró no sólo un registro agudo timbrado, brillante y fácil, sino también un fraseo medido e inflamado. Misma sensación nos dejó con el fragmento de L´Arlesiana de Cilea. Pirgu nos dejó también una sensación, quizá equivocada, de cierta imitación a Gedda, por la forma de resolver el pasaje y colocar el agudo. Incluso el timbre, por ese uso de los resonadores, revelaba la misma mezcla de sonidos nasales y de cabeza que cabía encontrar en el tenor sueco. En Pirgu, no obstante, no hay una técnica tan aquilatada y firme.
En la dirección musical, Ramón Tebar hizo lo que pudo, o más bien lo que la diva le dejó hacer. Educadísimo en sus formas, correcto y mesurado en su expresión, siempre atento a los intérpretes, nos pareció sin embargo, entreverle un tanto desquiciado aquí y allá con los caprichosos tiempos y acentos de Gheorghiu, a la que no era fácil seguir en muchos momentos. Tebar quizá no sea un director genial, pero posee una facultad notable con su batuta, y es que busca siempre un sonido equilibrado y trasparente. Y eso, incluso cuando una orquesta responde con tan irregular sonido como el que ofreció la formación titular del Liceo, capaz de lo mejor y lo peor en esa misma noche, depara algunos instantes de gran música, por escasos y recónditos que sean. Fue el caso de toda la introducción y acompañamiento durante el aria de Cilea y de las páginas de Masssenet y Dvorak. Buen trabajo, aunque nos gustaría verle al frente de alguna empresa más “normal”, sin menos condicionantes, como la Lucia que ya dirigió en Coruña y de la que dimos cuenta aquí.
En todo caso, fue la penosa sucesión de propinas lo que dejó sin duda el espectáculo más bochornoso de la noche. Quien firma estas líneas les confiesa haberse sentido secuestrado en su butaca por espacio de casi media hora. Era imposible salir de allí, créanme; y además había que quedarse para dar cuenta del sinsentido sin fin. Y no sólo por cuanto hace a los intérpretes, sino en referencia también a un público extrañamente enfervorecido por una faena populista y fácil, indigna de un coliseo con la altura del Liceo. Mucho ruido y pocas nueces, francamente. Todo comenzó cuando Gheorghiu decidió interpretar el “O mio babbino caro”, que atacó sin salir del escenario tras los aplausos que cerraron el programa oficial, sin duda para ahorrarse otro patético paseo embutida en un traje que no le dejaba dar dos pasos seguidos con normalidad. Le siguieron apenas unos instantes de protagonismo para Pirgu, interpretando “La mía letizia infondere” de I lombardi, con un traspiés notable en su comunicación con la batuta de Tebar, dicho sea de paso. Comenzó después la sucesión de propinas, ya excesiva, tanto por contenido como por formas. Ofreció Gheorghiu “La Spagnola”, una pieza cantada antaño por Gina Lollobrigida. Siguieron después dos canciones folclóricas rumanas, un patético “Non ti scardar di me” y un aborrecible “Granada”, partitura en mano. El pobre de Saimir Pirgu se dejaba hacer cual marioneta, convertido ya el recital en un show a mayor gloria de los histerismos de la diva. La sesión se cerró, demasiado tarde ya, con la repetición del “O soave fanciulla” de La Bohéme. En suma, una gala bochornosa, con constantes momentos de vergüenza ajena en las propinas, indigna de un teatro con la tradición lírica del Liceo y más propio de una gala navideña bajo el cuño de José Luis Moreno.
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