Por Raúl Chamorro Mena
Después de una terrible enfermedad nos ha llegado la noticia del fallecimiento de Gerard Mortier. Descanse en paz. El que firma estas líneas se sumió ayer respetuoso al minuto de silencio previo a la función de Alceste. Un minuto que no fue interrumpido ni por una leve tos y en el que el público de Madrid, tantas veces zarandeado por el propio Mortier con acusaciones de "poca inteligencia", demostró su gran nobleza y gallardía. Lo cortés no quita lo valiente. Y como pensamos que él mismo estaría en contra del dicho "Y te llegará el día de las alabanzas", no está de más ofrecer aquí una opinión distinta y, por tanto, complementaria de la ya expuesta en esta revista y como muestra de su pluralidad.
No se puede dudar el protagonismo que ha tenido el belga como director artístico en el panorama lírico mundial de los últimos 40 años, pero algunos pensamos que globalmente ha sido negativo y pernicioso para el género. Indudable, su carácter iconoclasta, provocador de látigo de la "tradición" o el conservadurismo lírico y su confianza en sí mismo junto a una gran capacidad de lucha para llevar sus ideas hasta el final, que se ha reflejado en su serena actitud ante la enfermedad y la muerte, producto de su gran cultura, educación y fondo humanístico.
Hablar a finales del Siglo XX de la ópera como controlada por una "burguesía"acomodada" y pasarse una vida como supuesto látigo de la misma, resulta un tanto fuera de lugar. Ir de rebelde, de fustigador bien entrado en la senectud y con una sociedad tan distinta y alejada de esos elementos decimonónicos, como es la actual, resulta un tanto infantil y difícilmente escondía una mentalidad sectaria y con grandes dosis de de egolatría. Más bien podríamos decir, que la ópera actual está en manos de una especie de "estulticia filosnobista" que se sentía muy cómoda con los postulados del Sr. Mortier. Salir siempre mal de los sitios donde ha estado, se explica más por su hablar más de la cuenta que por oscuros complots de no sé que estamentos. También explica su enemistad con tantos cantantes (incluidos insultos que le han valido querellas), registas y directores musicales, algunos de ellos con los que empezó llevándose muy bien, pero terminó mal.
Uno cumple este mes más de 25 años yendo a la ópera y poco tiene que ver con ninguna burguesía ni aristocracia. Hijo de un trabajador, iba a hacer su cola desde una de las ciudades dormitorio del cinturón metropolitano de Madrid, fichando tres veces al día durante una semana para ver la temporada que entonces se desarrollaba en el teatro de La Zarzuela y escuchar cantar a Alfredo Kraus, Plácido Domingo o Montserrat Caballé. Asimismo, se ha pasado noches enteras en un autobús, con un bocata y alojándose enuna fonda para ver una función que le interesara. Desde esa perspectiva, con todo respeto a la figura y recuerdo de Don Gerard Mortier, paso realizar un repaso a su periplo como director artístico del Teatro Real, una balanza con lo favorable y lo negativo.
Como programador, su desempeño se ha basado en el desprecio de amplios sectores del repertorio, toda la ópera italiana preverdiana, además de Puccini y la verista. No nos parece admisible y sí una muestra de sectarismo, por cuanto es un repertorio clave, que contiene muchas bellezas y que ama gran parte del público. Otro punto negativo ha sido la constante repetición de títulos ya vistos con el único argumento de endosar una producción, supuestamente genial. Asimismo, su afán vanguardista y por querer "ser moderno y provocador a toda costa", ha desequilibrado las programaciones llenando el abono de "perfomances", espectáculos claramente ajenos a la ópera y una programación sin mesura ni parangón en otros teatros, de obras contemporáneas. Si resulta aplaudible la programación de "La conquista de Méjico", "Moses und Aron" (aunque fuera en concierto) o sobre todo, "Sant François d'Assise" de Messiaen, uno de los indudables aciertos del belga (otra asunto es colocarlo en un polideportivo para que entrara la cúpula de la producción, que como siempre lo mediatizaba todo) que no se había visto en Madrid representada, (sí en concierto), menos comprensible lo es la programación de "Ainadamar", "Choeurs", "La vida de Marina Abramovic" etc... Lo cierto es que la caída de abonados ha sido muy clara y no se ha visto compensada por la entrada de aficionados nuevos como ha sido su argumento. Hay un público que ha podido ir al Real a ver el espectáculo de Abramovic, pero no vuelve. Es decir, se echa a los habituales , pero no se compensa su pérdida con nuevos y fieles aficionados.
Otro aspecto favorable de la gestión de Mortier es la ostensible mejora de coro y orquesta. Su visión de la ópera tenía muy claro (y con mucha razón) que los cuerpos estables son la base central de un teatro. Contrario a la figura de un director titular, ha combinado directores discutibles, pero de interés como Currentzis o Cambreling, con alguno mediocre como Alejo Pérez. También a destacar las visitas de un estupendo Ingo Metzmacher, como del gran Riccardo Muti, otro de los puntos a celebrar con entusiasmo de la gestión del Belga.
Su filosofía basada en que todo gira entorno a la escena y su discutible criterio respecto a las voces han sido otros de los elementos más controvertidos. Resulta curioso que con esos postulados, el mayor éxito de público de su período en Madrid haya sido una ópera en concierto (Roberto Devereux de Donizetti) de un autor por él considerado como "de segunda" y sostenida por una legendaria diva de más de 66 años de edad (Edita Gruberova), cuya contratación ha sido otro de los aciertos del belga.
La proyección internacional del Teatro Real es otro de los logros que todo el mundo atribuye a la gestión de Mortier. No de puede dudar, aunque de qué le vale al aficionado madrileño esa proyección, si se aburre en su butaca. Escasos han sido los éxitos, muchas las protestas, así como la fuga de abonados y las flojas entradas, en lo que también ha conribuido la crisis económica, todo hay que decirlo. Si analizamos las representaciones vistas, "Lady Macbeth del distrito de Mtsenk" de Shostakovich con dirección de Haenchen y gran actuación de la soprano Eva Marie Westbroeck ha sido el único espectáculo verdaderamente redondo y emocionante de estos años. Asimismo, las propuestas escénicas no se han caracterizado por su brillantez y no ha compensado con ello, por tanto, el nivel paupérrimo de los cantantes que nos han visitado estas temporadas, verdadero talón de Aquiles de esta etapa y comprensible, desde la perspectiva operística de su responsable.
Fotografía: Javier del Real
Compartir
Aviso: el comentario no será publicado hasta que no sea validado.