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CRÍTICA: 'EL GATO MONTÉS' SALE POR LA PUERTA GRANDE  DEL TEATRO CAMPOAMOR. Por Rubén Martínez.

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Autor: Rubén Martínez
24 de mayo de 2013
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POR LA PUERTA GRANDE

Oviedo. Teatro Campoamor. 21/5/2013. Director musical: Oliver Díaz. Director de escena: Jose Carlos Plaza. Reparto: Saioa Hernández, Ángel Ódena, Andeka Gorrotxategi, Rubén Amoretti, Luis Cansino, Marifé Nogales, Milagros Martín. Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo. Orquesta Oviedo Filarmonía

       Hace apenas unos días que en Codalario comentábamos las funciones que, a principios de este mes de mayo, recalaban en el Maestranza de Sevilla de la que, junto a Don Gil de Alcalá, es probablemente la creación más popular del maestro Manuel Penella, El Gato Montés. Prácticamente sin solución de continuidad, toda la producción y elenco se han trasladado a Oviedo para, con apenas 10 días de ensayos, alzar el telón del Teatro Campoamor el pasado martes, 21 de mayo en la primera de las 3 representaciones que se ofrecerán de este espectáculo (23 y 24 de mayo).

      Las filias y fobias que despiertan este tipo de obras, con la presencia de tantos elementos de la llamada "España cañí" son muy personales y variadas pero, habitualmente, solemos encontrar posturas extremas. Dentro de la corriente actual en la que parecemos avergonzarnos de casi todo lo que suene a español y donde sólo crea un sentimiento de unidad la Selección de fútbol (cuando gana), Rafa Nadal (cuando gana) y Fernando Alonso (también cuando gana, faltaría más...) no es de extrañar que algunos se revuelvan ante las imágenes taurinas, los bailaores, gitanillos y bandidos estilo Curro Jiménez que pueblan la obra. Tópicos aparte y con independencia de si se es pro o antitaurino hay cuestiones culturales que son historia de un país y no deberíamos avergonzarnos de ello, así como no lo hacemos cuando presenciamos un Don Carlo de Verdi por muy antisistema que se pueda ser.
      Desde la exhumación que hiciera (cómo no) D. Plácido Domingo con ocasión de la Expo sevillana en 1992, grabación en estudio incluida (cuando aún se hacían esas cosas) para la Deutsche Grammophon y con producción del Teatro de la Zarzuela a cargo de Emilio Sagi, la partitura ha estado durmiendo otra larga siesta hasta que, de nuevo, el Teatro de la Zarzuela ha apostado por una nueva producción de la obra, confiada en esta ocasión a José Carlos Plaza, (y habiéndosele ofrecido el papel del bandido a Plácido Domingo, en plena carrera baritonal, cuya apretada agenda no le permitió abordar) viendo de nuevo la luz sobre ese escenario en febrero y marzo de 2012. En ese conjunto de funciones se alternaron varios elencos, como es costumbre en Madrid, una selección de los cuales ha vuelto a presentar la obra hace unas semanas en Sevilla y ahora en Oviedo.
      El mensaje que siempre ha querido transmitir José Carlos Plaza acerca de esta producción es el alejamiento de los tópicos españolistas e incluso del propio mundo de la tauromaquia al que pretende presentar no como fiesta nacional y elemento esencial del folclore español sino como el mito del minotauro y del destino prefijado del hombre. Según afirma el propio Plaza: "he intentado huir de la españolada y el folclorismo andaluz". Dejamos a la interpretación del lector juzgar si el término "españolada", de claras connotaciones peyorativas, es un vocablo especialmente feliz en labios del encargado de volver a dar vida sobre un escenario a una obra eminentemente española en toda su concepción.
       La producción está plagada de claroscuros con una escenografía minimalista y que descansa en un pequeño número de elementos escénicos empleados como iconos: un olivo, un espejo barroco, unos cirios. La obra resulta teatralmente más atractiva y coherente a partir del segundo acto, con un tratamiento de la escena del pasodoble que, al menos, soluciona la papeleta con cierta originalidad y momentos logrados en el trabajo de iluminación. El tenebrismo general de la propuesta pretende sin duda atraer la atención sobre la fuerza del destino cuando viene exacerbado por pasiones humanas extremas así como sobre la figura central de Soleá que ha antepuesto a su verdadero amor por Juanillo la alternativa a la miseria que le ofreció Rafael. Esta permanente contradicción del personaje, en la que se enfrenta el instinto de escuchar a nuestro corazón y la lógica que nos dicta la razón, actúa como el verdadero imán que precipita el trágico final. Musicalmente la obra tiene mucho más que los dos únicos fragmentos que han alcanzado verdadera popularidad: el pasodoble y el dúo Rafaelillo/Soleá "torero quiero ser", que ha llegado a formar parte del programa de conciertos ofrecidos por divas tan mediáticas como la propia Anna Netrebko. La partitura está plagada de referencias puccinianas y en no pocas ocasiones de ese genuino olor de tragedia anticipada del que tan magistralmente supo impregnar su Cavalleria Rusticana el maestro Mascagni. A la batuta estuvo Oliver Díaz, (debutando por fin en el teatro de su ciudad natal) que supo incidir y poner en valor un buen número de estas pequeñas joyas diseminadas por la partitura, consiguiendo de la Oviedo Filarmonía una prestación de notable alto. Igualmente digno de elogio debemos valorar el desempeño ofrecido por la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo en un cometido harto exigente tanto en el aspecto vocal como escénico y al que han respondido favorablemente. A destacar el trabajo del coro infantil en "Salú p'a Soleá". El espectáculo estuvo aderezado por las coreografías de Cristina Hoyos, engranándose muy adecuadamente en el planteamiento escénico.
      En el reparto vocal hacían su presentación en el teatro Campoamor dos de las voces protagónicas: el tenor vizcaíno Andeka Gorrotxategi ofreció una material de indudable belleza en su registro central, con esmalte y sin asperezas, antojándose más rudo y muscular en los ascensos al agudo, no completamente liberado y donde surgen cierta crispación y signos de fatiga en momentos puntuales apreciándose oscilaciones en el color y en el brillo que inducen a pensar que está resuelto más a base de empuje (el "push" de los anglosajones y el "spinto" de los italianos) y resonancias torácicas que de verdadero empleo de las cavidades cráneo-faciales. Sus ataques al agudo denotan la juventud del cantante y siempre se agradece la generosidad asociada a ésta pero sería una pena que se arruinase prematuramente un material de semejante calidad, cuyas notas centrales son perfectamente comparables con las de un Jonas Kaufmann en términos de bruñidura y color. Sus cualidades le hacen especialmente afín al repertorio pucciniano, como lo demuestra el hecho de que sean el Cavaradossi de Tosca y el Pinkerton de Butterfly los roles que le están sirviendo de carta de presentación dentro y fuera de España.
       
   En el papel de Soleá también debutaba en Oviedo la soprano madrileña Saioa Hernández, de acerado y peculiar instrumento, de aquéllos que no pasan desapercibidos. Poseedora de un verdadero color dramático recuerda por voz y por maneras a Ángeles Gulín aunque técnicamente nos ha parecido evidenciar ciertas carencias, tales como una afinación no siempre perfecta, sensación general de entubamiento así como dificultad a la hora de hacer entendible el texto. Algunas de estas premisas se asocian inexorablemente a voces de caudal importante, como la suya, que son difíciles de dominar a placer. Durante un tiempo estuvo anunciada como Lucia de Lammermoor en el reparto popular que de esta obra se ofreció en la pasada temporada lírica ovetense, rol que finalmente fue interpretado por Sabina Puértolas. Aunque no hemos realizado un seguimiento exhaustivo de su evolución vocal, el hecho de que los papeles asumidos al inicio de su carrera fuesen de soprano lírico-ligera (Gilda, Olympia) combinados con ciertos roles emblemáticos del belcantismo italiano (Imogene, Zaira) y que el año pasado abordase la Tosca pucciniana en Sabadell parece sugerir una rápida evolución hacia un repertorio de lírica pura que es el que, en nuestra opinión, le aconseja su actual status vocal.     
   El barítono tarraconense Ángel Ódena, habitual del coliseo ovetense tanto en su temporada lírica como en el festival de zarzuela, hace apenas unos meses que recogió el premio lírico Teatro Campoamor al mejor cantante de zarzuela en este mismo escenario. Ofreció una interpretación sobresaliente del bandido Juanillo, cuyo apodo pone nombre a la obra, sabiendo colorear su poderoso instrumento y consiguiendo medias voces donde su sonido adquiere cualidades especialmente aterciopeladas permitiéndole alejarse de ciertas rudezas y leñosidades que surgen en sus fortes. El instrumento de Ódena apabulla por poderío y es de auténtico barítono, sólido en todos sus registros, sin puntos débiles en su extensión. El agudo se proyecta de forma insultante aunque con cierta sensación de brusquedad mientras que el grave es sólido y rotundo. Cuando, como en esta ocasión, prima el refinamiento, las dinámicas y la dosificación de su generoso volumen Ódena es un artista muy interesante y aplaca otro de sus puntos débiles como es cierta oscilación en su instrumento. Como decía el ínclito Piero Cappuccilli, poseedor de un generoso y sonoro instrumento pero más que reconocido por su dominio de la media voz, "quando devi dare allora dai", haciendo referencia precisamente a que "la potencia sin control no sirve de nada".
   A destacar el Padre Antón ofrecido por el bajo burgalés Rubén Amoretti. Tras sus inicios como tenor y su admirable reconducción de su registro al de bajo por problemas relacionados con una excesiva secreción de hormona del crecimiento que modificó notoriamente sus cuerdas vocales, en los últimos años tiende a consolidarse como una apuesta más que segura en papeles de bajo cantante. En el rol de Antón la voz volvió a fluir con musicalidad intachable, sonidos aterciopelados y un color que en ciertos momentos nos ha recordado a uno de los mejores bajos que ha dado la cantera española, Carlos Chausson. En el caso de Amoretti sus posibilidades de repertorio son más amplias que las de Chausson, como lo ha demostrado en incursiones en Filippo II o en el Mephisto tanto en el Fausto de Gounod como en la Damnation de Faust de Berlioz, que ofreció en México con un legato y dicción francesa impecables.
      Una temporada de zarzuela que se precie no está completa sin Milagros Martín o Luis Cansino, y en esta ocasión se contó con la presencia de ambos, interpretando a Frasquita y Hormigón respectivamente. Éstos, veteranísimos por experiencia, que no por edad, son siempre eficaces en sus roles. Martín otorgó credibilidad y tablas a su Frasquita mientras que Cansino lució su habitual desparpajo escénico y esa seguridad vocal asociada a una emisión que, aunque si se analiza con detalle puede parecer en cierto punto engolada, lo cierto es que se proyecta con insultante facilidad por la sala y siempre viene emitida con notoria seguridad.
      A gran nivel y luciendo una enorme frescura vocal agradecimos contar con Mª Fe Nogales como gitana, con acentos más juveniles de los que estamos acostumbrados a asociar al papel y desenvuelta en el plano escénico. Correcto el Pezuño de Román Fernández-Cañadas, musical y bien proyectada la voz de Maite de la Cal como Pastorcillo y solventes Rubén Díez como Caireles, Pablo Romero como Vendedor (con algún apurillo en "al jazmin"), Axier Artetxe como Alguacilillo, Manuel Lobo como Recalcao, Yolanda Fernández como Lolilla y Pablo Moras, Alberto Magan y Enrique Rozada como Peones.
      Como resumen destacar la percepción de un trabajo global que funciona, donde se apreció que viene ya muy rodado y en el que existe química entre los personajes sin puntos débiles que destacar en el elenco artístico elegido. Un trabajo de conjunto que en términos generales el público valoró positivamente y recompensó con abundantes aplausos.
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