Por Ovidi de Cardona
Barcelona. 24/I/16. Barcelona, L´Auditori. Gran misa en do menor n.º 17, K. 427 / 417a y Sinfonia núm. 40 en sol menor, K. 550 (W.A. Mozart). Intérpretes: The Monteverdi Choir y The English Baroque Soloists. Director musical: Sir John Eliot Gardiner.
El pasado 24 de enero, Sir John Eliot Gardiner y sus efectivos musicales, The Monteverdi Choir y The English Baroque Soloists, recalaron nuevamente en la capital catalana para ofrecer un programa mozartiano que tenia su plato fuerte en la celebérrima misa inacabada en do menor.
Debido a un cambio de programa de última hora, en lugar de la esperada Sinfonía núm. 40 en sol menor, durante la primera parte del concierto se interpretó la Sinfonía núm. 41 en do mayor, popularmente conocida como la “Júpiter” desde que el violinista y empresario Johann Peter Salomon así la bautizara. La capacidad y la opulencia orquestal del conjunto de instrumentos históricos que dirige el maestro británico se manifestó ya en el primer Allegro vivace, durante el cual se puso en relieve la brillante monumentalidad de la arquitectura mozartiana en todo esplendor; una claridad y precisión expositiva, marca de la casa, unidas a una vitalidad sonora y a un vigor expresivo realmente magistral. No obstante, el segundo y el tercer movimientos quedaron mucho más desdibujados, con intervenciones dubitativas de algunos instrumentos (oboe y fagot) y una tibieza discursiva que no levantó del todo el vuelo hasta el gran finale del cuarto. La prodigiosa ingeniería sinfónica del Mozart maduro brilló de nuevo en este último movimiento de forma apoteósica y con todo su vigor.
Lo mejor estaba por llegar, y se asomó, después del descanso, en los lacerantes compases iniciales del Kyrie que en seguida alcanzaron un vuelo de desesperación épica, delicadamente transmutada en una evanescente espiritualidad al dar paso al Christe. Si en el canto penitencial las voces del excelso coro británico, sin lugar a dudas una de las mejores formaciones de música antigua del planeta, hizo ya las delicias del público, en el colosal Gloria, la flexibilidad y la contundencia de su musculatura y su unción expresiva alcanzaron cuotas estratosféricas. El tenebrismo latente en el Qui tollis, sobre el ostinato punteado, o la imponente doble fuga bachiana del Cum Sancto Spiritu fueron resueltos con una intensidad dramática y una nitidez discusiva casi milagrosas. A ello cabe sumar las deliciosas voces solistas, entre las cuales brilló con luz propia (casi divina) la soprano Amanda Forsythe, quien nos regaló un subyugador Et incarnatus est que ya forma parte de los anales del auditorio catalán. Ella fue la gran revelación artística de la velada, al servicio de una música milagrosa como pocas que nos pone de camino al reencuentro con lo más profundo de la espiritualidad humana.
Todo ello gracias a la colosal sabiduría del veterano maestro británico y sus incomparables formaciones musicales que aun acabaron por regalarnos un Ave verum Corpus fuera de programa que elevó los ánimos entusiastas del público hasta la más ingrávidas cuotas de destilación espiritual posibles. In sæcula sæculorum.
Compartir