Por Gonzalo Lahoz.
Madrid. 13/10/15. Teatro de la Zarzuela. Barbieri: Galanteos en Venecia. José Antonio López (Don Juan). Sonia de Munck (Laura). Cristina Faus (Condesa Grimani). Carlos Cosías (Conde Grimani). Antonio Torres (Andrés). Juan Manuel Padrón (Pablo). Fernando Latorre (Marco), entre otros. Dirección musical: Cristóbal Soler. Dirección de escena: Paco Mir. Escenografía: Juan Sanz y Miguel Ángel Coso. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela.
Barbieri, férreo defensor de la resurrección de la zarzuela y de la creación de un género propio español, estableció como juez en el proceso al público, mientras introducía “no solamente el espíritu de nuestros cantos nacionales, sino todos los adelantos literarios y musicales consignados por los grandes maestros y la juiciosa crítica” para alcanzar la “deseada ópera nacional” a la que dotar de “todo el desarrollo compatible con nuestro escaso talento”. La ironía del compositor no quedaba sólo en sus escritos (ya no tanto por lo de “escaso talento” sino por aquello de “juiciosa crítica”) sino que era también trasladada al pentagrama y al volver de su revelador primer viaje a París, en una velada reivindicación de sus intenciones hacia una línea más afrancesada mientras se alejaba de formas y ecos a la italiana (aunque le resultara difícil, tal y como señalaban algunos, incluso Falla), en una “bofetada de quiero y puedo”, de libertad creadora; en una demostración por hacer ver que no se ataba a ninguna corriente y para demostrar sus facultades, estrenó estos Galanteos, en los que trasladó la acción de los caballeros españoles y sus músicas a la mismísima Corte veneciana, alternando así en la misma partitura formas italianas y españolas.
¿Cómo podría resistirse Paolo Pinamonti, veneciano de nacimiento para más señas, a programarla en el Teatro de la Zarzuela, máxime tras aquella necesaria y reveladora Trilogía de los fundadores que cerró la temporada 13/14? Para ello se ha contado con la dirección de escena de Paco Mir, en una búsqueda quizá por repetir el éxito de la memorable producción de Los sobrinos del Capitán Grant, seguramente la más rodada de los últimos tiempos del Teatro. La estructura de la obra reduce los márgenes de acción a que todo aquel que pretenda revisarla respetando su hic et nunc, pero Mir es un hombre de recursos y desde los mismos, siempre reconocibles, envuelve la acción del XIX en una falsa retransmisión en directo, de forma tal que los condes y caballeros se ven acompañados de regidores, iluminadores o figurinistas. Un tanto de metateatro, en parte, una vez más. En este amable acompañamiento que no injiere en la acción, Mir se juega toda la partida en hacer recaer la parte cómica constantemente en un solo personaje: Pepín Tre, que hace tanto de regidor, como de criado o grumete, con el peligro que ello conlleva: que este no tenga la suficientes tablas como para ser capaz de sobrellevarlo. Pero no, Pepín Tre es el auténtico hombre de mundo, de humor y de mundo (sobre sus hombros también el éxito de aquellos Sobrinos). Tanto, que ahora sí, caemos en el segundo peligro: nos olvidamos de todo lo que sucede a su alrededor cuando aparece sobre el escenario, pero eso pasa con todos los grandes.
Ya en la trama propia de Galanteos, la mano de Mir se difumina prácticamente por completo a excepción de tres o cuatro momentos creados para esta producción, que cuenta con la majestuosa escenografía de Juan Sanz y Miguel Ángel Caso, que hará las delicias de propios y extraños de la zarzuela, respetando siempre los escenarios pensados originalmente por Luis Olona, quien por otro lado nunca fue el más excelso de los libretistas posibles, algo extraño dado el cuidado que Barbieri siempre ponía en la palabra, aquí revisada por Esther Borrego, sin terminar de resultar homogénea en los términos empleados y dando la sensación de que algo falla en la métrica o la prosodia en algún momento, tal vez por la forma de afrontarlo de los cantantes. Muy cuidada la parte musical, con algún cambio en el orden original, examinada con mimo por Víctor Sánchez en la que supone la primera recuperación desde que se estrenó e hizo las Americas en el XIX – “se dice fácil, pero resultaba todo un hito”, nos recordaba José Luis Temes al recoger su Premio Codalario 2015 a mejor Producto editorial por su libro El siglo de la zarzuela - y en la que Cristóbal Soler demostró un trabajo más fino que en ocasiones anteriores; si bien la orquesta sigue adoleciendo de carencias llamativas. Ensoñador y sugerente desde la Introducción del primer acto y realmente disfrutables los coros y números de conjunto, como no podía ser de otra manera tratándose de Barbieri. Sensacional, en este sentido, el Coro del Teatro de la Zarzuela, atento, redondo.
En cuanto a los solistas, convenció la concepción de conjunto, en la que triunfaron de nuevo las buenas maneras de parte del equipo que ya se reunió para dar vida a Los Diamantes de la Corona (también de Barbieri) la temporada pasada: La sutileza de Sonia De Munck, quien regaló dos bellos momentos solistas, la mezzosoprano Cristina Faus y el tenor Carlos Cosias como los Condes Grimani, o el barítono Fernando Latorre como Marco. A ellos se han de sumar las voces de José Antonio López como Don Juan y Juan Manuel Padrón como Pablo.
Queda, por encima de todo, la música de Barbieri, cómo no, y la mano de Paolo Pinamonti detrás, quien ha dibujado una temporada de órdago para despedirse de la que ha sido su casa durante un breve periodo de tiempo, pasando a hacerse cargo desde ahora del Teatro San Carlo de Nápoles. Con una temporada como la planteada, Pinamonti se marcha por la puerta grande. Da igual cómo de bien lo haga Bianco ahora porque vamos a echar de menos al italiano sí o sí. Esperemos que cuando el nuevo intendente deje su cargo, les echemos de menos a los dos.
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