Gala Despedida del Director de la Staatsoper de Viena Ioan Holender conmemorativa de sus 19 años de dirección (1991-2010). 26 de junio de 2010 (18.30h-00.30h)
IST DIE OPER GESTORBEN?, ¿HA MUERTO LA ÓPERA?
El título de la presente crónica puede parecer un poco exagerado pero, después de más de seis horas de concierto, una desazón hacía que, tanto mi espíritu como mi cuerpo estuviesen más inquietos y preocupados por abandonar el tedio general que se vivió en el histórico coliseo del Opern Ring, con momentos -pocos- de interés e incluso alguno brillante (siempre a cargo de la orquesta de la Wiener Staatsoper), para correr a degustar las, ¡esas sí¡, históricas costillas y cerveza de las Katakombenkeller (hoy Ribs of Vienna) a escasos metros de Kartner Strasse; y lo curioso del asunto es que estaban varias de las más rutilantes "estrellas" de la ópera actual. ¿Quiénes creen Uds. que fueron los que se llevaron el gato al agua?; pues dos cantantes en edad de jubilación que siguen felizmente activos por méritos propios y por el yermo panorama que se cierne sobre el arte que dignificaron Nicolò Porpora y Manuel García (hoy también lo llaman ópera pero es otra cosa). En efecto Leo Nucci con un soberbio "In braccio alla dovizie" de I Vespri Sicilianni y el ubícuo Plácido Domingo que llegaba tarde de Londres y tuvo que ser escoltado por la policía desde el aeropuerto para llegar al teatro; quien cantó "Winterstürme" de De Walküre (después Domingo se apuntó a la lista de la "nueva ópera" cuando dirigió a un pálido Ramón Vargas el aria de Romeo del II acto).
La Gala tuvo como presentador al propio homenajeado y se repasaron en una pantalla instalada en el escenario momentos estelares de las producciones alumbradas en la era Holender (tres ausentes por enfermedad, Ildebrando D'arcangelo, el incalificable José Cura y Elina Garança que recibió, en ausencia, los abucheos del público ante unos comentarios jocosos de Holender sobre su supuesta enfermedad; al parecer días antes se había publicado un libro de memorias del Generaldirektor en el que la mezzo letona no salía muy bien parada).
En el lado del "haber" estuvieron Waltraud Meier, más por interpretación que vocalmente en una intensa Liebestod, Soile Isokoski en Der Freischütz; una solo correcta Barbara Frittoli en el Dove Sono mozartiano. Más que notable la reciente kammersänger, Krasimira Stoyanova en Le Villi, aunque con un final de dudoso gusto; Angela Denoke, ensoñadora interpretación en el famoso lied de Die Tote Stadt al lado de un errático Stephen Gould; Johann Bohta, impoluto en la narración del Grial del tercer acto de Lohengrin; Natalie Dessay, siempre extrovertida y gran artista aunque algo forzada en los agudos a partir del Do5 (quien lo hubiera dicho hace unos años); Violetta Urmana en La forza del destino por calidad vocal y por el incisivo metal de su kilométrico agudo conclusivo. Estupenda vocalmente la cada vez más mediática Anna Netrebko en la Gavotte de la Manon de Massenet; y una agradable sorpresa la vuelta después de unos años y una operación quirúrgica complicada de Stefania Bonfadelli, en Linda de Chamonoix, quien protagonizó un buen número de estupendas veladas en el coliseo del Ring (el firmante recuerda con especial cariño un Romeo et Juliette al lado de Neil Schicoff en 2000). Tres de los considerados heldentenor de la casa; Siegfried Jerusalem (el Herodes de Valencia) ya muy tocado y sin tiempo para calentar en Das Rheingold; Thomas Moser, muy desdibujado desde hace años, intervino en el conjunto del final del acto del concilio de Palestrina de Pfitzner y Peter Seiffert, ya con signos de decadencia en la parte menos exigente del dúo de Tristan junto con Petra Maria Snitzer y con una sorpresa no prevista, las réplicas de la Brangäne de Violeta Urmana.
Salvando este impás de más de una hora, en el "debe" estuvo todo lo demás, a criterio del cronista (nunca crítico) firmante de estas líneas. Sería muy pesado para el lector reproducir aquí la relación de todos los intervinientes (información que puede obtenerse fácilmente en internet), pero cabría destacar a un Thomas Quasthoff inaudible (no se le escuchaba) en Sir Morosus (Die Schweigsame Frau); Boaz Daniel secundario de Viena quien demostró que no debe salir de esos roles; Thomas Hampson en un Guillaume Tell que pedía a gritos nobleza; la también mediática Diana Damrau en La Sonambula, símplemente aburrida (es inexplicable que Damrau tenga ese respaldo en un teatro en el que ha reinado por más de 25 años Edita Gruberova y eso por no citar a otras cantantes anteriores del mismo repertorio); Ferrucio Furlanetto, con voz sonora pero carente de cualquier atisbo de legato, en la versión francesa de Don Carlos; los tenores Saimir Pirgu y Piotr Beczala (Gianni Schicchi el primero y Werther y Faust el segundo), con tan buena presencia física como carentes de presencia vocal o el también ídolo del Metropolitan de Nueva York, Simon Keenlyside con Macbeth (voz blanquecina y sin relevancia alguna).
Los directores fueron Zubin Mehta (rutinario de lujo pero muy solvente), Franz Welser-Möst (un pálido Generalmusikdirektor de la Ópera de Viena), Bertrand de Billy, Fabio Luisi (ambos con oficio en la ópera francesa y alemana, pero sin más), Marco Armiliato (con oficio, éste, en el repertorio italiano), Simone Young (de gesto autoritario pero poco efectivo), Michael Halász (habitual en las reposiciones y en las funciones de ballet en Viena), Antonio Pappano (de interpretación plana) y Peter Schneider (efectivísimo kapellmeister). También un español, el madrileño Guillermo García Calvo al que se le confió la dirección de Macbeth con Keenlyside.
En fin, este es el panorama que hoy nos encontramos en uno de los teatros de ópera más importantes del mundo. Menos mal que estaba la Orquesta de la Wiener Staatsoper (la Filarmónica de Viena en el foso de la ópera), con su jóven concertino femenina al frente (la primera mujer en estas lides en toda la historia de la Wiener Philarmoniker), Albena Danailova (quien, por cierto, interpretará con la Osigi el segundo concierto de Prokofiev la próxima temporada). Soberbia, como hemos dicho, la orquesta en casi todas sus intervenciones, con ese sonido plateado tan identificable; especialmente sobresaliente en las obras de Wagner y Strauss (escalofriante por su perfección el final de Die Frau Ohne Schatten), repertorio en el que la orquesta, cuando sus músicos están motivados, no tiene rival. Entre el público estaban leyendas como Ileana Cotrubas o Christa Ludwig; también estaba el saliente director del Teatro Real, Antonio Moral y al verle, recordé algunas conversaciones antiguas respectó a las orquestas y reflexioné, para mis adentros, cuál es la diferencia entre un teatro de primera y uno de segunda aún cuando ambos contraten a los mismos cantantes.
La ORF austriaca retransmitió el concierto por televisión y por pantalla gigante a los numerosos espectadores que poblaban la Herbert Von Karajan Platz.
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