Por David Yllanes Mosquera
Nueva York. 10-XII-2017. Carnegie Hall. Nadine Sierra, Anthony Clark Evans, Tamara Wilson, Tara Erraught, Anthony Roth Costanzo, Ekaterina Semenchuk, Pene Pati, Stephanie Blythe, Ailyn Pérez, Vittorio Grigolo, Rachel Willis-Sørensen, Matthew Curran, Patrick Carfizzi, Brenton Ryan, Andrew Stenson, Miembros de la orquesta de la Metropolitan Opera. New York Choral Society. Dirección musical: Nicola Luisotti. Obras de Giuseppe Verdi, Ruggero Leoncavallo, Giacomo Puccini, Gioacchino Rossini, Georg Friedrich Haendel, Alfredo Catalani, Georges Bizet, Johann Strauss (hijo) y Leonard Bernstein.
Como cada año desde hace ya más de cuarenta, la gala de la Fundación Richard Tucker es una cita ineludible para los operófilos neoyorquinos. La participación de miembros de la orquesta de la Metropolitan Opera asegura una buena base musical y la presencia de multitud de estrellas del panorama internacional supone un gran reclamo. No hay que olvidar que muchas de las grandes estrellas actuales son antiguos ganadores del premio Richard Tucker y que la fundación patrocina la carrera de muchos jóvenes cantantes con becas y premios menores, con lo que la cantera está asegurada. El resultado es un concierto en un ambiente festivo, con un público con ganas de disfrutar.
Por supuesto, en una gala de esta complejidad, las cancelaciones son siempre un riesgo y este año no podía ser menos: Javier Camarena y Bryn Terfel tuvieron que abandonar, este último el mismo día del concierto (por problemas vocales que lo han movido también a dejar la Tosca del Met). Afortunadamente, la fundación Richard Tucker tiene poder de convocatoria y logró suplir estas ausencias con jóvenes cantantes que, como veremos, resultaron más que satisfactorios. Sin embargo, estos cambios de última hora sí tuvieron consecuencias negativas en el programa. En efecto, si la elección de repertorio para esta gala ya es habitualmente conservadora, la falta de tiempo para ensayar obligó a rellenar con algunas piezas muy poco imaginativas.
La velada comenzó con la obertura de Nabucco, seguida de la reproducción de un fragmento de uno de los papeles insignia de Richard Tucker, el Riccardo de Un ballo in maschera. Sin duda una demostración de «Tucker power», en palabras de su hijo Barry Tucker, quien subió al escenario para presentar a la galardonada con el Premio Richard Tucker 2017 y primera solista de la tarde: la estadounidense Nadine Sierra.
Sierra es la más joven de la excelente hornada de sopranos belcantistas en la que podemos destacar también a Jessica Pratt o Pretty Yende. Entre sus logros pasados, cabe destacar el haber sido la más joven ganadora de las National Council Auditions del Met y del Premio Marilyn Horne. Desde entonces ha debutado ya en muchos de los grandes teatros internacionales. Sin duda, este premio supondrá el trampolín que le falta hacia la condición de verdadera figura que, creo, merece. A su facilidad para la coloratura y buen gusto aúna una credibilidad dramática difícil de encontrar en jóvenes cantantes (en particular las estadounidenses, que muchas veces demuestran una buena técnica pero poca profundidad interpretativa). Para la primera de tres intervenciones eligió el que es su caballo de batalla actualmente: la Gilda de Rigoletto. «Caro nome» es un aria arriesgada para cantar en frío y efectivamente en los primeros compasen se adivinó cierta inseguridad (quizás por los nervios de la ocasión). Sin embargo, rápidamente se recondujo y dio claras muestras de sus cualidades, consiguiendo incluso algunos atractivos trinos.
Siguió Anthony Clark Evans, receptor este año de una Richard Tucker Career Grant, quien abordó muy satisfactoriamente el «Si può, si può» de Pagliacci. Se trata de un barítono con un timbre muy bello y una técnica ya bastante aseada, aunque con alguna limitación en el registro agudo y un poco falto de potencia en el final. Sin duda un cantante muy prometedor. Continuando con la galería de beneficiados por la fundación, llegó el turno de Tamara Wilson, premiada el año pasado, quien se atrevió con la peliaguda «In questa reggia» de Turandot. Hizo gala de un centro robusto, en el que se basó para una contundente interpretación.
Otra joven cantante descollante, la mezzo irlandesa Tara Erraught, nos deleitó con una muy buena versión de «Nacqui all’affanno… non più mesta». Una gran demostración de agilidad, con excelentes agudos, aunque algo más pobre en el registro grave. Captura además el carácter de La cenerentola, transmitiendo el jubiloso espíritu del aria. Si acaso perdió algo de fuelle en la cabaletta, pero en conjunto creó grandes expectativas para su próximo debut en el papel. La siguió el contratenor Anthony Roth Costanzo, con una virtuosa «Rompo i lacci» de Flavio (una de las pocas obras del programa que se salían de lo más habitual).
De los cantantes jóvenes pasamos a los consolidados con la intervención de Ekaterina Semenchuk. Una gran voz de mezzo que funciona bien en todo el registro y sobre la que la rusa mantiene completo control. Cantó «O mio Fernando» en la versión italiana de La favorita. A pesar de algunas dificultades iniciales (probablemente culpa de los lentos tempi orquestales) nos llevó con gran distinción desde el melancólico inicio al fiero final (aunque recordando la reciente interpretación de Jamie Barton en el Teatro Real se podría echar de menos un remate algo más brillante).
Volvió la homenajeada Sierra con «Ah forse lui… Sempre libera» de La traviata, la primera vez que cantaba este pasaje de gran lucimiento y no menor dificultad. Esta falta de rodaje se notó en una aproximación algo superficial, pero demostró el potencial para alcanzar una Violetta memorable en el futuro. Sin duda está a la altura de la agilidad exigida por el papel y su coloratura enloqueció al público, que la recompensó con una enorme ovación, con buena parte de la platea en pie (para sorpresa de la cantante). Stephanie Blythe le dio el relevo con «Aure, deh, per pietà» en la que la veterana cantante aprovechó su rico grave.
Ailyn Pérez brilló con «Ebben? Ne andrò lontana» de La Wally. Segura, capaz de recoger la voz y también de soltarla para generar momentos impactantes, demostró que puede abordar un repertorio más amplio del que le conocemos hasta ahora. Más tarde volvería con «Un bel dì vedremmo» de menor interés (aunque he de decir que era una de las adiciones de última hora al programa).
Superado ya el ecuador de la velada, llegamos a uno de los momentos más discutibles, con la aparición de Vittorio Grigolo. Este tenor, de privilegiadísimos medios, es siempre una incógnita. Si se modera es capaz de interpretaciones sentidas e interesantes (caso de sus recientes Contes d’Hoffmann o Werther). En esta ocasión, en cambio, vimos la versión en la que el showman anula totalmente al cantante. Entró en escena con maquillaje de payaso y un taburete y pañuelo a modo de atrezzo y se lanzó a un lamento de Canio en Pagliacci en el que su única preocupación pareció ser la de sobreactuar lo más posible y volver loca a la orquesta. Afortunadamente, con la vuelta de Semenchuk y Wilson en el dúo «Fu la sorte dell’armi» de Aida el nivel musical se restauró con creces.
Tras un «Va pensiero» en el que la New York Choral Society, habitual participante en estas galas, tuvo su momento de protagonismo pasamos a una de las más agradables sorpresas con Pene Pati, quien acudió en sustitución de Javier Camarena. El joven tenor neozelandés, premiado en Operalia y miembro del programa de jóvenes cantantes de la San Francisco Opera, ya había apuntado maneras acompañando a Sierra en el pasaje de La traviata. Para su momento solista, ante la imposibilidad de ensayar por su llegada de última hora, eligió «La donna è mobile», que ya había cantado con el mismo director. Era su debut en Nueva York y se lanzó con total entrega (hasta el punto de que casi se le va de las manos su potente agudo final). Una voz de gran calidad y un artista que conviene seguir.
Ya acercándonos al final, llegó el momento más sonado cuando Blythe regresó para cantar la habanera de Carmen. Una versión muy personal a la que se podrían poner pegas (como un francés problemático), pero muy adecuada para el ambiente de una gala. Si bien su voz se ha deteriorado en cierta medida, posiblemente por incursiones fuera de su tesitura, aquí sonó potente, resonante y rica. Para deleite del público, acompañó su interpretación con profusión de gestos, ora seductores ora amenazantes, al director de orquesta, a quien llegó a agarrar del brazo izquierdo, para luego «seducir» al concertino. Arrancó carcajadas del público, que se puso en pie prácticamente en su totalidad para rendirle una enorme ovación.
La última intervención solista corrió a cargo de Rachel Willis-Sørensen, nuevamente un reemplazo de última hora que resultó muy satisfactorio. Nos brindó las czardas de Die Fledermaus, con gusto y un atractivo juego de tempi, quizás algo falta de potencia. La siguieron Sierra y Grigolo con un «Tonight» de West Side Story francamente irregular y que, para ser una pieza de las que los estadounidenses llamarían crowd-pleasing, dejó bastante frío al público.
Finalmente, como broche se nos ofreció el genial final de Falstaff, «Tutto nel mondo è burla», con la mayor parte de los solistas en escena, reforzados por Matthew Curran como Pistola. Por desgracia, aquí el maestro Nicola Luisotti no fue capaz de concertar con la delicadeza necesaria y la orquesta cubrió a los cantantes. No fue el único punto en el que la dirección dejó que desear. En efecto, los tempi fueron con frecuencia demasiado parsimoniosos, hasta el punto de descolgarse de los cantantes, y la obertura de Nabucco sonó al chun-ta-ta que con frecuencia esgrimen los detractores del primer Verdi. Sorprendente en un director que conoce bien todo el repertorio del programa.
Así terminaba una gala irregular pero disfrutable, con muchos momentos de gran nivel. Me quedo sobre todo con la sensación de que hay buena cantera operística, siempre y cuando los muchos jóvenes cantantes prometedores que pudimos ver profundicen en sus papeles y no se dejen llevar por el camino más fácil.
Foto: Fundación RT
Compartir