Por David Yllanes Mosquera
Cleveland. Severance Hall. 24-IX-2017. La zorrita astuta (Leos Janacek). Martina Janková (Bystrouška, la Zorrita), Alan Held (el Guardabosques), Jennifer Johnson Cano (el Zorro), Andrew Foster-Williams (Harašta), Daryl Freedman (Lapák, el Perro), Dashon Burton (Tejón/Sacerdote), David Cangelosi (Maestro/Mosquito), Sandra Ross (esposa del guardabosques/pájaro carpintero), Clarissa Lyons (Gallo/Búho), Brian Keith Johnson (Pásek), Marian Vogel (Sra. Páskova/gallina/arrendajo), Caroline Bergan (grillo/rana/Pepík), Miranda Scholl (saltamontes/Frantík). Dirección musical: Franz Welser-Möst. Dirección escénica: Yuval Sharon y Casey Kringlen.
La Cleveland Orchestra, una de las clásicas Big Five estadounidenses, celebra esta temporada 2017/2018 su centenario, mientras atraviesa un momento dulce que la lleva a figurar en todas las listas de las mejores orquestas del país. Para dar comienzo a las actividades del centenario, han decidido intentar recrear un gran éxito de su historia reciente reponiendo su producción de 2014 de La zorrita astuta, de Janacek.
Es, por supuesto, muy habitual en orquestas sinfónicas representar una o dos óperas cada temporada, pero normalmente estas se dan en versión de concierto. La diferente disposición de los auditorios sinfónicos respecto a los teatros y las razones presupuestarias suelen justificar esta decisión. Sin embargo, la Cleveland Orchestra lleva tiempo ofreciendo óperas escenificadas, o al menos experimentando con presentaciones alternativas. En este empuje operístico ha tenido mucho que ver el que es su director musical desde hace ya quince años, Franz Welser-Möst.
Desde luego, La zorrita astuta parece una buena candidata para una escenificación poco convencional. Se trata de contar en apenas hora y media multitud de aventuras de los habitantes de un bosque, humanos y animales, a menudo en situaciones superficialmente graciosas o casi infantiles. En estas condiciones, es fácil que una lectura simpática caiga en el ridículo y pierda el intenso fondo humano y emotivo de la obra. La solución adoptada en la producción de Yuval Sharon (dirigida en esta reposición por Casey Kringlen) resulta de lo más imaginativa. La orquesta está situada sobre el escenario, pero rodeada por tres grandes pantallas en las que se proyectan animaciones. Los personajes humanos generalmente se mueven en una pequeña plataforma situada detrás de la orquesta, enfrente de la pantalla central. Los animales, en cambio, son animados e interpretados por cantantes que asoman la cabeza por ventanucos distribuidos por las pantallas cuando tienen que intervenir (sus cabezas reales una prolongación de los cuerpos animados).
Esta descripción puede (quizá incluso debe) mover al lector al escepticismo, pero el resultado es sorprendentemente efectivo. Ayuda el estilo de la animación, superficialmente simplona con personajes y decorados con aspecto de recortes de papel, pero a la vez ingenioso y avanzado, con rápidos movimientos de cámara (a veces incluso en primera persona) y bien lograda sensación de tridimensionalidad e interacción entre los humanos de carne y hueso y su entorno animado. Esta conjunción de apariencia casi infantil pero mayor sofisticación bajo la superficie parece, por cierto, especialmente adecuada para La zorrita astuta. Pero sobre todo contribuye que Sharon no está tan apegado a su propia idea como para ser inflexible. En el momento en el que los cantantes «animales» realmente deben mostrar una mayor expresividad (el dúo amoroso entre la zorrita y el zorro), se les permite salir plenamente de la pantalla y actuar sobre el escenario. Al final de la obra, en un bien conseguido detalle, el guardabosques, que no sabe ya si vive en el mundo real o en un cuento de hadas, termina dando el paso contrario y fundiéndose con los dibujos. Globalmente, pues, una propuesta de lo más interesante, que nos recrea de manera simpática, viva y emotiva el mundo de la ópera, sin forzar ningún tipo de interpretación o simbolismo sobre el libreto. Menos exitoso es el vestuario, diseñado por Ann Closs-Farley, que resulta demasiado plano y uniforme, hasta el punto de que los personajes resultan difíciles de distinguir.
Por supuesto, la más imaginativa producción no sirve de nada si el apartado musical no está a la altura. Pero aquí la Cleveland Orchestra ha alcanzado, con creces, las expectativas que generaban su gran reputación y la preciosa partitura de Janacek. Tocando con una cohesión increíble en un conjunto de tan gran tamaño, supieron cubrir el amplio abanico de texturas musicales que nos ofrece el compositor de manera totalmente impecable. El trabajo de las cuerdas, en particular, se me antojó impresionante. Franz Welser-Möst, que parece dar lo mejor de sí cuando juega «en casa», demostró en todo momento un control y cuidado exquisitos y supo mostrarnos los muchos efectos con los que Janacek nos dibuja su colorido bosque. Merece especial mención su atentísimo acompañamiento a los cantantes (e incluso al coro, que en varias ocasiones apareció por el segundo piso del auditorio). El control del volumen orquestal, siempre delicado cuando la orquesta está sobre el escenario, resultó muy satisfactorio, moviéndose entre partes vocales e instrumentales con fluidez, sin tapar las voces ni anular la riqueza y matices de la orquestación. En definitiva, un muy convincente alegato por la excelencia de la centenaria Cleveland Orchestra.
El reparto vocal, sin llegar al relumbrón de la orquesta, resultó muy sólido. Seguramente el triunfador de la tarde haya sido Alan Held, quien encarnaba al guardabosques que primero captura a la zorrita y luego la pierde e intenta recuperar. El bajo-barítono norteamericano nos crea una versión muy humana de un personaje melancólico, que se lamenta por su vejez y la marcha de sus amigos y reflexiona sobre el ciclo de la naturaleza. Con una voz resonante, pero algo cansada, transmite gran sentimiento particularmente en la bella escena final de la ópera (que, recordemos, el propio Janacek pidió que se interpretara en su funeral).
La checa Martina Janková, miembro de la ópera de Zurich, interpretó a la zorrita «Orejas Afiladas» con gran agilidad y buen resultado sobre todo en las escenas más simpáticas, pero con una voz algo pequeña. Su amado zorro corrió a cargo de Jennifer Johnson-Cano. Esta mezzosoprano es habitual en papeles secundarios en grandes compañías: ha frecuentado el Met y el pasado junio consiguió destacar en el pequeño papel de Wellgunde en el fantástico Rheingold con el que Alan Gilbert se despedía como director de la NY Philharmonic. En esta ocasión ofreció la mejor interpretación vocal del reparto, segura en todo su registro, con agudos especialmente bien resueltos. En su dúo amoro, Jankova y Cano, bien compenetradas, fueron siempre convincentes y sentidas, sin quedarse solo en los aspectos simpáticos.
Del resto del reparto podemos destacar al bajo Dashon Burton (tejón y sacerdote), con una voz rica y poderosa. Quizá algo menos convincente resultó el cazador furtivo de Andrew Foster-Williams, menos matizado que otros personajes. En general, todos los animales (y humanos comprimarios) rindieron a un nivel más que correcto y, elevados por el gran acompañamiento de la orquesta, nos dibujaron un bosque de lo más vivo. Muy bien los Cleveland Orchestra Chamber Chorus y Children Chorus.
En conjunto, la gran riqueza musical creada por Janacek en esta deliciosa ópera ha tenido una representación a la altura. Gran éxito de público, que llenaba el Severance Hall y que rio y se emocionó con igual intensidad durante toda la función. Entusiasta ovación para Welser-Möst en los saludos (de quien, por cierto, vimos primero una versión animada, hasta que el director asomó su cabeza por un agujero, como habían hecho los cantantes). Visto lo visto, es fácil entender por qué la Cleveland Orchestra ha elegido esta Zorrita astuta para su minigira europea del próximo octubre (la ópera se podrá ver en Viena y Luxemburgo).
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