Davídico Schumann
Por José Antonio Cantón
Granada, 9-VII-2021. Palacio de Carlos V de la Alhambra. LXX Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Gürzenich-Orchester Köln. Solista: Isabelle Faust (violín). Director: François-Xavier Roth. Obras de York Höller y Robert Schumann.
Si hemos de atender a los criterios de valoración estética que Robert Schumann publicó en su famosa revista musical Neue Zeitschrift für Musik, el concierto ofrecido por Gürzenich-Orchester Köln, una de las orquestas más antiguas de Alemania -ya que la fecha de su fundación la encontramos en 1827 con la creación de la Sociedad de Conciertos de Colonia-, bajo la dirección de su actual titular, el maestro francés François-Xavier Roth, tenemos que aseverar la autenticidad estilística alcanzada por este támden musical siguiendo los criterios “schumannianos”. Esto ha supuesto un plus de calidad a la ya de por sí excelencia técnica de esta prestigiosa orquesta colonesa que se ha visto acrecentado por la intervención de la violinista alemana Isabelle Faust, conocedora hasta el más mínimo detalle de la estructura del Concierto para violín y orquesta en re menor, WoO 23 del gran músico nacido en la ciudad sajona de Zwickau.
De su faceta pedagógica como profesora de violín en la Universidad de las Artes de Berlín surge seguramente esa atención bipolar de su personalidad musical en el que el conocimiento inductivo y el deductivo se funden intrínsecamente en cada nota que surge de su instrumento al ponerse simultáneamente en el lugar del compositor y en la función instantánea de recreación del intérprete, lo que significa toda una experiencia de escucha si proyectamos ésta muy acertada actitud musical nada más y nada menos que a la música que contiene esta obra, en la que Schumann, sin salirse de los cánones expresivos románticos, anticipa intrincados tratamientos temáticos por cierto abigarramiento en su desarrollo. Con tal planteamiento se pudo escuchar con desgranada articulación esa música interna, no escrita, que destilan las obras sustanciales del gran compositor sajón que necesariamente ha de ser vislumbrada por la violinista, en este caso, si quería adentrarse y ser fiel con el sinuoso soplo musical de su inspiración, todo ello sacando siempre la mejor sonoridad de su ‘La bella durmiente’, nombre por el que es conocido su esplendoroso violín realizado por Antonio Stradivari en 1704, que en sus manos, desde hace casi veinte años, adquiere un valor estético diríase absoluto.
Entrando propiamente en la actuación de Isabelle Faust hay que decir que, en cuanto al primer movimiento, asumió la forma sonata con la fluidez que pide el autor destacando especialmente en su parte central, donde Schumann no entra en el contenido de un desarrollo a modo del trío habitual y sí plantea una reelaboración temática que la violinista destacó con sentido didáctico, rompiendo el juicio no demasiado certero que sobre este pasaje tenía el mítico violinista Joseph Joachim, dedicatario de la obra. Su paso por el segundo tiempo fue todo un ejemplo de delicadeza hecha sonido con notable carga emocional. Finalmente supo exponer con tensión dinámica y gran musicalidad ese esquivo tempo de chacona que contiene el último, destacando en el cambio de tonalidad antes de entrar en el pasaje en el que aparecen recuerdos de temas anteriores que le sirven al compositor para dejar un sentido unitario a este conceptualmente difícil y no menos hermoso concierto, todo un ejemplo de los postulados davídicos que recogía Schumann en su famosa revista crítica antes mencionada. La recreación de esta violinista siguiendo tales principios quedará seguramente dentro de esta edición del Festival como de obligado recuerdo. Su exquisito bis, tocando un pequeño pasaje de exhibición técnica de marcado estilo barroco italiano, lo reforzará seguramente.
El maestro François-Xavier Roth, que había compartido plenamente los criterios interpretativos en la obra concertante, continuó en esa línea con su versión de la Segunda sinfonía en do, Op. 61, permitiendo en plenitud el lucimiento de su orquesta desde la introducción del Allegro inicial, enunciado con acentuada solemnidad. Gravedad que quedó diluida en el desarrollo realizado con una desenvuelta exposición estimulada por la formidable sección de metal y los timbales, que contagiaban favorablemente al resto de la orquesta. El director hizo suyo el Scherzo dándole esa impronta saltarina que se percibía favorecida por la flexibilidad cinética que desprende su figura, destacando del conjunto el contrastado aire camerístico dado al segundo trío. Hizo todo un alarde de pasión contenida en el Adagio, que tuvo como elemento desencadenante al oboe implementado por los demás instrumentos de madera que se convertían en verdaderos elementos energizantes de toda la orquesta. Como si fuera un último estado emocional planteó el Allegro final, de modo especial después del recogimiento que desprende el Adagio central que inserta Schumann con un muy definido sentido contrastante. La brillantez de su conclusión ponía término a un concierto en el que se pudo disfrutar de esa esencia davídica (La Cofradía de David) que tanto defendía el compositor sajón frente a la equivocada praxis, según él, de “filisteicos” músicos contemporáneos.
El sustancial romanticismo de esta velada sinfónica vino precedido de una pequeña fanfarria para la sección de viento-metal titulada Entrée für Blechbläser que el compositor alemán York Höller ha escrito por encargo de esta orquesta de Colonia en la que se refleja el impacto de la pandemia y parece anunciar el deseo de regularización posterior de una nueva vida. La disposición de los músicos en la galería superior del patio del palacio carolino determinó una expansión de su sonoridad que favorecía la claramente pretendida intrigante expresividad de la obra, que en su parte final recoge los sones de unos esperanzadores motivos vocales del gran músico protobarroco veneciano Giovanni Gabrieli.
Foto: Fermín Rodríguez
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