Por José Amador Morales
Peralada. Auditorio Parque del Castillo. 29-VII- 2018. Jules Massenet: Thaïs. Ermonela Jaho (Thaïs), Plácido Domingo (Athanael), Michelle Angelini (Nicias), Jean Teitgen (Palémon), Elena Copons (Crobyle), Lidia Vinyes Curtis (Myrtale), Marifé Nogales (Albine), Sara Blanch (La encantadora), Cristian Díaz (Un sirviente). Coro y Orquesta del Teatro Real de Madrid (Andrés Maspero, director del coro). Patrick Fournillier, dirección musical. Versión en concierto. Festival Castell de Peralada.
El gesto de Pafnucio (Athanael) era tan horrible, que, al pasarse la mano sobre el rostro, sintió su fealdad (Anatole France, “Tais”).
Así finaliza el relato sobre el que Jules Massenet compuso su ópera Thaïs en 1894, la extraordinaria historia del anacoreta iluminado y la cortesana convertida narrada en un impresionante cruce de progresiones dramáticas: él hacia la condenación y ella hacia la redención. El trasfondo exótico, la controversia intrínseca de la narración y la fuerza de los dos personajes principales conquistaron al compositor francés. La estupenda adaptación del libreto operístico sigue fidelísima al original si bien condensando los elementos más importantes de la trama, centrándolos más si cabe en el desarrollo de los dos personajes principales, y otorgando una unidad y coherencia teatral extraordinarias. Ciertamente el personaje de Athanael pierde la mirada irónica, a veces casi cínica, con la que es tratada por parte de Anatole France, con lo que se disipa su feroz crítica al fanatismo religioso acrítico; en cambio, el personaje de Thaïs gana en definición psicológica y, particularmente, en erotismo y voluptuosidad. No es de extrañar que el propio France se admirara del resultado: Le has dado a mi pobre Thaïs el estatuto de heroína lírica. Eres mi gloria más serena. Estoy encantado (…). El aria de Eros, el dueto final, todo es de una belleza cautivadora. Me siento feliz y orgulloso de haberte suministrado el tema sobre el que has desarrollado las frases más inspiradas. Estrecho tus manos con alegría (Anatole France: carta a Massenet). Al margen de la indudable capacidad musical y teatral de Massenet, el resultado, en definitiva, está impregnado de ese erotismo fin de siècle que, enfrentado a una moral principalmente de carácter religioso, eclosionaría en el plano operístico en la Salomé de Richard Strauss, pero de la que tampoco está muy lejos de La regenta de Clarín o La gracia o El pecado de Romero de Torres por poner ejemplos cultural y geográficamente cercanos.
La presente edición del Festival Castell de Peralada ha contado con la colaboración del Teatro Real de Madrid, plasmada significativamente en el concierto ofrecido por el tenor Jonas Kaufmann y la presente versión en concierto de la ópera Thaïs que comentamos. Ambos eventos tuvieron días antes sus respectivos precedentes en el propio coliseo madrileño y como tales reseñados en Codalario. En lo que respecta a la ópera de Massenet, aquí de entrada sorprendió muy gratamente la organización en términos puramente musicales de la velada en general y las condiciones acústicas tanto del escenario como de la grada en particular; esto último evitó la utilización de amplificación e indudablemente favoreció una audición que en ningún momento echó en falta lo contrario.
A nivel artístico, qué duda cabe, el reclamo de Plácido Domingo era evidente… y justo. Es cierto que notamos al tenor madrileño menos seguro que en otras ocasiones (tres semanas anteriores sin ir más lejos en una inolvidable versión del Macbeth verdiano junto a Anna Netrebko y Daniel Barenboim en Berlín) y necesitó tirar de una partitura a la que lleva tiempo sin acercarse (año y medio desde su versión en el cercano Liceo barcelonés). Además, dos días después debutaría como director de la orquesta del Festival de Bayreuth dirigiendo Die Walküre en el mítico foso de la colina verde y es de suponer que habrá intercalado estos conciertos y su preparación correspondiente entre los ensayos del festival wagneriano. Sea como fuere, nada más pisar el escenario ya “vimos” a Athanael habida cuenta de la capacidad de Domingo de meterse en la piel del personaje desde el primer segundo y a despecho del presunto vestuario convencional que suele presidir una versión concertante. Esto, el carisma, la personalidad, la entrega y la autenticidad escénica es lo que en definitiva mantiene vivo, y de qué manera, el fenómeno Plácido Domingo: algo que sublima y hasta compensa los cambios de tesitura, los - a priori - repertorios inadecuados o pasajeros accidentes u olvidos como aquí durante el primer acto. Pero es que a ello debemos añadir que, cercano a las ochenta primaveras, la voz mantiene un poderoso centro, de potencia y proyección que ya quisieran más de uno, amén de un esmalte y color que, al menos en esa franja, no ha perdido atractivo ni personalidad. Todo ello dio lugar, una vez más, a una creación no sólo audaz y creíble, sino conmovedora.
Aunque si hablamos de comover, Ermonela Jaho, ciertamente de medios vocales nada suntuosos, posee una insólita capacidad para comunicar emociones y conectar con el público a través de ellas. De ello dio buena cuenta esta Thaïs a la que la soprano albanesa supo dotar también de una conveniente simbiosis entre musicalidad y sensualidad, rematando un retrato eficaz de la cortesana recreada por Massenet. La química con Domingo fue enorme y en sus dúos, en especial el último, alcanzaron grandes dosis de intensidad.
Muy competentes Michelle Angelini como Nicias y Jean Teitgen como Palémon, tal vez con voces algo bisoñas para sus respectivos cometidos: y fantásticas Elena Copons y Vinyes Curtis en la pareja de esclavas, así como la convincente Albine de Marifé Nogales y la sensual Encantadora de Sara Blanch.
La dirección de Patrick Fournillier atinó a organizar con acierto los conjuntos e imprimir una adecuada agilidad, pero se dejó por el camino gran parte de la carga sensual y preciosismo tímbrico que contiene la partitura. Bajo su batuta la orquesta sonó mate y deshilachada, tendiendo a confundir intensidad con efecto o ruido.
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