Cuando alguien se arriesga a interpretar y a grabar una nueva versión de esta archiconocida obra, ya en pleno 2013, y cuando tenemos en nuestras fonotecas docenas de versiones historicistas de grandísima calidad, es que está muy seguro de que tiene algo realmente nuevo y diferente que ofrecer. Y así es, Forma Antiqva presenta la que para mí supone la versión más auténticamente personal que jamás haya escuchado. Las premisas son claras: la teatralidad por bandera, lo que no es de extrañar teniendo en cuenta que esa es una constante en sus interpretaciones y el terreno en el que mejor su mueven. Jugando con toda la materia prima compositiva y sonora de la pieza, Hevia, los hermanos Zapico y el resto del conjunto fueron sacando jugo a cada una de las líneas del los sonetos, como si de un guión se tratase, explotando cada registro del violín, utilizando el colorido tímbrico como un recurso de primer orden, manejando la antítesis como un elemento definitorio primordial, y llevando ese furore "vivaldiano" a las últimas consecuencias.
Destacaron la variedad extrema de los matices, con algún pianissimo que hizo que prácticamente se oyese respirar a los instrumentos, para brotar un fortissimo al compás siguiente, dejando a los espectadores pegados a sus asientos. Era evidente, puro barroquismo. Hevia se mostró realmente solvente en lo técnico, resolviendo sin mayores problemas los no pocos escollos que había en el camino, y transitando de manera exquisita por todos los registros de su instrumento. El gusto en las ornamentaciones, aunque en cierto punto algo excesivas, no iba sino encaminado a remarcar esa afectación que ya hemos destacado. Despuntó el gran feedback surgido entre los intérpretes, que se consigue con muchas horas de ensayo y años de tocar juntos, como ellos mismos afirmaron, y que podía observarse en la manera en la que casi se pasaban -literalmente- de uno u otro las diversas líneas. Así, destacó la sonoridad de las cuerdas, de una limpidez interesante, con gran balance y hermosa sonoridad -mención especial para las exquisitas violas barrocas y para la gran labor del Jorge Jiménez como concertino. El continuo sigue siendo marca de la casa desde sus comienzos, con una omnipresencia sonora que no es fácil de encontrar en otros conjuntos -fabuloso el color que otorgó el órgano de Silvia Márquez, sobre todo en los movimientos lentos; las cuerdas graves, de contundencia sin igual y bello timbre, sobre todo el violoncelo barro de Diana Vinagre y especialmente el contrabajo de Vega Montero; sin olvidarnos, por supuesto, de la cuerda pulsada, siempre tan elegante y delicada en las manos de Daniel Zapico, a la tiorba, y Pablo Zapico, al archilaúd y la guitarra barroca.