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CRÍTICA: FORMA ANTIQVA PRESENTA SU VERSIÓN DE LAS 'CUATRO ESTACIONES' DE VIVALDI EN EL AUDITORIO DE OVIEDO. Por Mario Guada

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Autor: Mario Guada
2 de mayo de 2013
El conjunto español ofrece un Vivaldi tremendamente teatral
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 IN FURORE

Oviedo. Auditorio "Príncipe Felipe". 30-IV-2013, 20:00. Entradas 23 y 18,50 €uros. Aitor Hevia [violín], Forma Antiqva - Aarón Zapico. Programa: Le Quattro Staggioni. Obras de Antonio Vivaldi y Georg Philipp Telemann.


      Siempre es difícil ser profeta en su tierra, más si se trata, como es el caso, de un conjunto de la desorbitada juventud entre sus miembros como sucede con Forma Antiqva, conjunto formado alrededor de los tres hermanos Zapico, que surgió hace ya algunos años en Langreo, una pequeña localidad minera asturiana. Sin embargo, la fulgurante carrera de este conjunto ha sido todo un ejemplo para los jóvenes conjuntos españoles dedicados a la música antigua.
       Así, se presentaban el pasado martes en el Auditorio "Príncipe Felipe" de Oviedo, organismo del que son conjunto residente, dentro de la temporada de Conciertos del Auditorio 2012/2013, con un programa que desgranaba el contenido de su último registro discográfico. Nada menos que una nueva versión de las celebérrimas Le Quattro Stagioni. A priori uno puede pensar, ¿otra vez Las Estaciones? En efecto, pero con una versión en la que todo tiene un sentido. Estamos, indiscutiblemente, ante la versión más personal que probablemente se haya realizado nunca de estos cuatro conciertos.

       Comenzó la velada con un primer bloque protagonizado por la figura de Georg Philipp Telemann, del que se interpretó dos de sus Concerti Polonaise, en los que se observa la exquisita mezcla de estilo italiano y francés tan en boga en el momento. El primero de ellos [TWV 43:G7], alterna movimientos lentos-rápidos, tratando el conjunto a la manera del concerto grosso barroco; mientras que el segundo [TWV 43:B3] sigue la misma disposición pero introduciendo una polonoise en su primer movimiento, dejando claro el marcado carácter "europeo" de la pieza. Las obras fueron interpretadas con suma elegancia, dejando clara constancia del ir y venir en la elección del tempo de los distintos movimientos, mostrando ya el camino por el que íbamos a transitar durante el resto del concierto. Juego constante con lo rítmico y contraste absoluto en la dinámica y la agógica. Entre ambos concerti se introdujo una de esas pequeñas piezas para cuerda sin carácter solista que compuso el cura veneciano, concerti a quattro, que él mismo denominaba en sus autógrafos como concerti ripieni, y que se dividen básicamente en dos tipologías: concerti y sinfonie, obras que destacan por su claro perfil vanguardista. Para la ocasión se interpretó la Sinfonia RV 111a, que encontramos exacta -a excepción del movimiento intermedio- como sinfonia avanti l'opera en Il Giustino. Música "vivaldiana" en estado puro, con energía a raudales en los movimientos extremos y un lirismo deslumbrante en el movimiento lento central -que es de una belleza apabullante. La versión de Forma Antiqva siguió en esa misma línea de confrontacíon, marcando mucho ese carácter vital de los movimientos rápidos, dejando su lado más amable y ondulante para el segundo movimiento.
       Sin intermedio, hizo su aparición en el escenario, el también asturiano, Aitor Hevia, principal protagonista de este segundo bloque, en el que por fin saltaban a la palestra los Concerti Figurati ossia Le Quattro Stagioni. Obra de sobra conocida que parte, como es bien sabido, de unos sonetos escritos por el propio Antonio Vivaldi, y que parecen suponer el primer rastro de música programática de la historia, aunque este es un asunto que trae siempre consigo un enorme debate. No hablaremos sobre la pieza, porque la interpretación supuso en este concierto quizá un rasgo más definitorio que la propia música.
      Cuando alguien se arriesga a interpretar y a grabar una nueva versión de esta archiconocida obra, ya en pleno 2013, y cuando tenemos en nuestras fonotecas docenas de versiones historicistas de grandísima calidad, es que está muy seguro de que tiene algo realmente nuevo y diferente que ofrecer. Y así es, Forma Antiqva presenta la que para mí supone la versión más auténticamente personal que jamás haya escuchado. Las premisas son claras: la teatralidad por bandera, lo que no es de extrañar teniendo en cuenta que esa es una constante en sus interpretaciones y el terreno en el que mejor su mueven. Jugando con toda la materia prima compositiva y sonora de la pieza, Hevia, los hermanos Zapico y el resto del conjunto fueron sacando jugo a cada una de las líneas del los sonetos, como si de un guión se tratase, explotando cada registro del violín, utilizando el colorido tímbrico como un recurso de primer orden, manejando la antítesis como un elemento definitorio primordial, y llevando ese furore "vivaldiano" a las últimas consecuencias.
      Destacaron la variedad extrema de los matices, con algún pianissimo que hizo que prácticamente se oyese respirar a los instrumentos, para brotar un fortissimo al compás siguiente, dejando a los espectadores pegados a sus asientos. Era evidente, puro barroquismo. Hevia se mostró realmente solvente en lo técnico, resolviendo sin mayores problemas los no pocos escollos que había en el camino, y transitando de manera exquisita por todos los registros de su instrumento. El gusto en las ornamentaciones, aunque en cierto punto algo excesivas, no iba sino encaminado a remarcar esa afectación que ya hemos destacado. Despuntó el gran feedback surgido entre los intérpretes, que se consigue con muchas horas de ensayo y años de tocar juntos, como ellos mismos afirmaron, y que podía observarse en la manera en la que casi se pasaban -literalmente- de uno u otro las diversas líneas. Así, destacó la sonoridad de las cuerdas, de una limpidez interesante, con gran balance y hermosa sonoridad -mención especial para las exquisitas violas barrocas y para la gran labor del Jorge Jiménez como concertino. El continuo sigue siendo marca de la casa desde sus comienzos, con una omnipresencia sonora que no es fácil de encontrar en otros conjuntos -fabuloso el color que otorgó el órgano de Silvia Márquez, sobre todo en los movimientos lentos; las cuerdas graves, de contundencia sin igual y bello timbre, sobre todo el violoncelo barro de Diana Vinagre y especialmente el contrabajo de Vega Montero; sin olvidarnos, por supuesto, de la cuerda pulsada, siempre tan elegante y delicada en las manos de Daniel Zapico, a la tiorba, y Pablo Zapico, al archilaúd y la guitarra barroca.
      La dirección de Aarón Zapico, si bien no demasiado académica ni ortodoxa en el gesto, logró llevar la música por el camino de la definición lineal, del marcado claroscuro dinámico y de la innovación conceptual, siendo realmente bien respondido por los miembros del conjunto -realmente sorprendente algún crecescendo, descrecendo y sforzando.
       La apuesta fue arriesgada, pero fue recompensada por parte del público con recurrentes y más que sonoros aplausos y bravi, que se vieron recompensados con una extraña propina, encarnada en la pieza del compositor inglés John Johnsons, obra que sirvió para dar rienda suelta a la improvisación sobre una misma línea melódica. El bis del segundo movimiento de L'Inverno, dio clara muestra de la absoluta satisfacción con la que el público ovetense vio colmadas su exigencias.  
       Una apuesta por la innovación, por el historicismo entendido desde la visión de un intérprete del siglo XXI, en la que la partitura no es más que una pauta que marca el camino, pero que puede transgredirse en aras de una mejor compresión o una reinterpretación artística compleja, a pesar de tener como base un movimiento que precisamente defiende quizá lo contrario, al menos en lo tocante a la llamada música antigua. Una versión que probablemente haya dejado sin palabras a muchos, y con mucho que reflexionar a otros tantos, lo que es ya toda una garantía de éxito. Sin duda estamos ante uno de los conciertos que más dará que hablar en el panorama musical asturiano.
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