La Metropolitan Opera de Nueva York programa por primera vez en su historia una ópera firmada por un compositor negro. Se trata de Fire Shut Up in My Bones (Un fuego ardiente metido en mis huesos, cita procedente del lamento de Jeremías) de Terence Blanchard, sobre libreto de la cineasta Kasi Lemmons, basado en las memorias de Charles M. Blow.
Vuelve el Met
Por David Yllanes Mosquera | @davidyllanes
Nueva York. Metropolitan Opera House. 01-X-2021. Fire Shut Up in My Bones (Terence Blanchard). Will Liverman (Charles), Latonia Moore (Billie), Angel Blue (Destiny/Loneliness/Greta), Ryan Speedo Green (Uncle Paul), Chris Kenney (Chester), Chauncey Packer (Spinner), Walter Russell III (Char’es-Baby), Donovan Singletary (Pastor/Kaboom), Brittany Renee (Evelyn). Dirección escénica: James Robinson y Camille A. Brown. Dirección musical: Yannick Nézet-Séguin.
La desolación causada por la pandemia en la actividad operística estadounidense ha sido casi absoluta. A diferencia de Europa —y en particular del caso español—, en donde se fueron apreciando brotes verdes desde el verano de 2020, en los EE. UU. la temporada 2020/2021 esencialmente no existió. Unas pocas compañías, generalmente de pequeño o mediano tamaño, se aventuraron con alguna función, en el mejor de los casos en escenarios improvisados al aire libre y con mucha amplificación, a menudo obras recortadas o incluso «autoóperas» que se veían desde el coche y escuchaban por la radio. Cabe destacar aquí la pionera iniciativa de la Atlanta Opera, que ofreció dos series de funciones en una carpa de circo. Hubo que esperar a la primavera de 2021 para ver las primeras, aisladísimas, funciones en teatros —óperas de un acto en Sarasota en abril, una Tosca abreviada en Filadelfia en mayo—.
Las principales compañías simplemente echaron el cierre, sin más plan que confiar en reabrir al 100% de capacidad en otoño de 2021 —una apuesta de lo más temeraria, pues se hizo antes de que hubiera vacunas—. En el caso de la Metropolitan Opera, aún administradas las vacunas la situación no era nada halagüeña, pues a la crisis sanitaria se sumó este verano un grave conflicto laboral, finalmente cerrado in extremis pero no sin secuelas. Y el Met no es una compañía cualquiera, sin el liderazgo y la publicidad que representa parecería muy difícil que se levantase el resto del sector en el país.
Por todo ello, el regreso al Lincoln Center tras 18 meses de cierre ha sido todo un acontecimiento. Pero es que además el hito ha sido doble, pues la temporada se ha inaugurado con la primera ópera firmada por un compositor negro que sube al escenario del Met. Se trata de Fire Shut Up in My Bones (Un fuego ardiente metido en mis huesos, cita procedente del lamento de Jeremías) de Terence Blanchard, sobre libreto de la cineasta Kasi Lemmons, basado en las memorias de Charles M. Blow. Multigalardonado trompetista de jazz y distinguido compositor cinematográfico, Blanchard estrenó su primera ópera, Champion, en el St. Louis Opera Theatre en 2013. En 2019 estrenó Fire Shut Up in My Bones con la misma compañía, de la que el Met presenta ahora una versión expandida, con mayor duración, un elenco más grande y un reparto estelar.
La obra empieza con el protagonista, Charles, contemplando una venganza y se desarrolla como una travesía por sus recuerdos para entender la dura vida que lo ha llevado a valorar la violencia. Vemos su niñez en la pobreza en la Luisiana rural, en donde «Char’es-Baby» es ya un niño marginado, al que su propia familia ve como un bicho raro. Y esto es antes de que un primo mayor abuse sexualmente de él. A partir de ahí seguiremos la exploración interior de Charles, aunque ni la religión, ni su paso por la universidad, ni sus difíciles relaciones amorosas o familiares son suficientes para librarse de sus demonios. Lemmons articula esta historia en un libreto muy conversacional —Charles a menudo discute con la Soledad y el Destino, personificaciones de su conciencia o, más bien, de sus traumas— y en general efectivo. Destaca el tratamiento de los muchos personajes, siempre creíbles y con sustancia. Falla, sin embargo, en el arco dramático global, muy redundante. Cada escena funciona bien y tiene impacto, pero se vuelve una y otra vez, usando diferentes recursos dramáticos y musicales, sobre la violación sufrida por Charles. El primer acto en particualr resulta muy largo. Quizás sea un efecto secundario de tomar una ópera intimista y sobredimensionarla para presentarla en el Met como un gran espectáculo.
Blanchard plasma todo esto en una partitura ecléctica y original. La influencia del jazz es obvia, pero la música se mueve con fluidez y virtuosismo entre diferentes estilos. Hay lugar, además, para una rica exploración de la cultura afronorteamericana, incluyendo un bautizo góspel y un elaborado —y ovacionadísimo— número de stepping, género de baile zapateado colectivo muy característico de las fraternidades universitarias negras. El tratamiento de la voz es efectivo y directo, como corresponde a la temática naturalista, y bien integrado con la partitura orquestal, que arropa a los cantantes sin taparlos. Aún así se echa de menos más creatividad en la escritura vocal en algunos momentos. Globalmente, la ópera, a pesar de su excesiva longitud, es un éxito y auguro que tendrá bastante vida más allá de estas primeras producciones.
La lista de personajes es muy larga y aún así varios de ellos tienen bastante enjundia dramática y vocal. Empezando, por supuesto, por el propio Charles, encarnado aquí por el barítono Will Liverman con total arrojo. Liverman tarda un poco en liberar la voz pero, sobre todo a partir del segundo acto, completa una interpretación conmovedora de un personaje profundamente torturado, con un bello timbre, aunque se echa en falta más volumen y cuerpo. En el triple papel de Soledad, Destino y Greta —una novia de Charles a quien este confiesa su secreto, sin que le sirva de mucho— Angel Blue cumple con creces. De hecho, podríamos decir que está desperdiciada, pues estos personajes habrían sido la mejor ocasión para ofrecer algo más de fantasía en la escritura vocal, máxime contando con una soprano tan capaz.
Es, sin embargo, Latonia Moore quien se hace con la función en el difícil papel de Billie, la madre de Charles. Difícil porque es un personaje con varias facetas, a veces en conflicto. Ejercita su vena dramática como sufrida esposa que tiene que criar y mantener a cinco hijos con un marido desaparecido, y como madre con una relación compleja con Charles. Pero además debe protagonizar momentos que parecen propios de un personaje muy diferente, como cuando se enfada con su marido y se pasea por el escenario empuñando una pistola y profiriendo chuscas amenazas. Sale airosa de todo ello y nos deja la frase que resultará clave para Charles: «sometimes you gotta just leave it on the road» («a veces no hay más que dejarlo por el camino»). Moore tiene además lo más parecido a un aria tradicional en esta ópera tan conversacional, que borda.
El Met ha hecho un claro esfuerzo por completar los muchos papeles secundarios sin fisuras. Vocalmente destaca Ryan Speedo Green como Uncle Paul y dramáticamente los dos principales villanos: el crápula marido de Chauncey Parker y el abusador primo Chester de Chris Kenney. Los dos son personajes negativos —o directamente odiosos en el caso de Chester— pero que al mismo tiempo se tienen que presentar con cierto encanto o gracia social para camelarse a sus víctimas. Ambos resultan muy convincentes y ofrecen un adecuado contraste con la torpeza social de Charles.
En un registro muy diferente, Donovan Singletarry demuestra gran presencia escénica en dos papeles más estereotipados pero efectivos: el pastor que oficia el bautizo y el veterano de la fraternidad que, a modo de sargento instructor, tiraniza a Charles y a los demás novatos.
La orquesta del Met, aun falta de rodaje y habiendo sufrido bajas durante el cierre, aumentada con una sección rítmica jazzística, consigue un gran sonido bajo la batuta de Yannick Nézet-Séguin, director que demuestra una vez más su afinidad por la música contemporánea.
Cabe, pues, felicitar al Met por su exitosa apertura de temporada. Al mismo tiempo, Fire es un elemento más en la sucesión de nuevas óperas presentadas por el Met con mucho bombo, pero que ya se habían estrenado años antes —como The Exterminating Angel o Marnie. Por un lado, es positivo que las óperas contemporáneas que tengan cierto éxito se repongan y promocionen desde un escenario tan importante como el Met —y su serie de directos en cines, que incluye Fire Shut Up in My Bones el próximo 23 de octubre—. Por otro, estar abonado al unamuniano «que inventen ellos» en lugar de arriesgarse con estrenos mundiales no deja de ser decepcionante. Con este modelo, el Met puede ir eligiendo óperas comercialmente seguras pero pierde la oportunidad de crear obras realmente adaptadas a su enorme escenario y abdica de su responsabilidad de liderazgo para potenciar realmente la nueva creación.
Foto: Metropolitan Opera
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