Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. David Geffen Hall. 25-V-2017. Temporada de abono de la Orquesta Filarmónica de Nueva York (NYPO). Augustin Hadelich, violín. Director musical: Jakub Hrusa. Concierto para violín en la menor, Op. 53; Danzas eslavas Op. 46, n° 1 – Op. 72, n° 2 y Op. 72, n° 7 de Anton Dvorak. Taras Bulba de Leos Janacek.
Este fin de semana hemos tenido un pequeño paréntesis dentro de la traca final de conciertos que la NYPO ha programado para despedir la titularidad de Alan Gilbert con todos los honores. Un programa con obras de Antonin Dvorak y Leos Janacek a cargo de Jakub Hrusa, el joven director checo llamado a ocupar el lugar de privilegio de nombres míticos como Vaclav Talich, Rafael Kubelik, Karel Ancerl o Vaclav Neumann y que recientemente “ha pertenecido” a Jiri Belohlavek. Director titular de la Orquesta Sinfónica de Bamberg, principal invitado de la Filarmónica Checa y de la Metropolitana de Tokyo, y desde la próxima temporada también Principal invitado de la Philharmonia londinense, a sus 35 años ha debutado con la práctica totalidad de las orquestas europeas de primer nivel. También ha pisado los fosos de Glyndebourne, Paris o Viena y en esta temporada está debutando con orquestas americanas como Boston, Chicago y ahora Nueva York.
El único concierto que le había visto hasta ahora –hace 8 años en el National Concert Hall de Dublin con la Filarmónica Checa– me pareció magnífico, y dada su juventud y la firmeza con la que había dirigido a una centuria de tal prestigio y nivel, pensé que era un director a seguir. La favorable impresión se ha visto refrendada estos días con este concierto.
La primera parte estuvo dedicada al Concierto para violín en la menor, op. 53 de Anton Dvorak. Compuesto inicialmente en 1879, y revisado varias veces a instancias del famoso violinista Joseph Joachim, quien iba a ser el dedicatario de la pieza, pero a quien no terminó de convencer, fue terminado y estrenado en 1883. Sin llegar al extraordinario nivel de su postrero Concierto para violonchelo, la obra es de gran calidad, bebe de fuentes populares - sobre todo en su tercer movimiento donde danzas como las “dumkas” y los “furiants” le dan a la obra un colorido innegable – y cada día mas, está entrando en el repertorio.
La parte solista estuvo encomendada al violinista italo-germano-americano Augustin Hadelich. Alumno de la Juilliard School y con una amplia carrera en los EE.UU. que en la actualidad está empezando a expandir su radio de acción a Europa, es la primera vez que le veía. Tiene el Sr. Hadelichuna técnica muy solvente y un sonido terso, amplio y brillante aunque un tanto agrio, y quizás le falta algo de poderío si lo comparamos con un Vadim Repim o un Leonidas Kavakos. Su versión delaobra fue de primer nivel. En el Allegro ma non troppo inicial, que la orquesta empezó con desajustes bastante evidentes que poco a poco se fueron corrigiendo, el Sr. Hadelich cantó y fraseó las melodías centrales con hondura y calor. El Adagio intermedio fue de nuevo muy musical. Su sonido dulce y rutilante quizás pecó algo de blandura, pero junto al buen acompañamiento de la orquesta, el resultado fue positivo. En el Finale, solista y orquesta acertaron con los ritmos de las danzas, consiguiendo una versión alegre y luminosa. Si algún reparo podemos ponerle a la versión, fue el “excesivo” cuidado que el Sr. Hrusa puso en no tapar nunca al solista. Por momentos la orquesta parecía que tocaba con “sordina”.
Tras los muchos aplausos, Hadelich optó por el virtuosismo, interpretando fuera de programa, el Capricho n° 1 de Paganini con una precisión y destreza tal, que pareciera que los arpegios de las cuatro cuerdas o las escalas descendentes en terceras son algo al alcance de cualquiera.
Las Danzas eslavas de Dvorak son piezas que normalmente oímos como propinas en conciertos con final feliz. Es difícil darse cuenta de la enorme calidad musical que atesoran hasta que las oyes en estas condiciones: al comienzo de la segunda parte del programa, y ensayadas y tocadas como una obra más del mismo. Deslumbrante la Primera, la Op. 46 n°1, un furiant tocado de manera alegre y brillante, donde el Sr. Hrusa consiguió un sonido denso y cálido de toda la orquesta, especialmente una excepcional segunda línea de las cuerdas. A continuación la Décima, la Op. 72 n°2, mucho máslírica, donde se lucieron violines primeros y segundos, cantando de manera emocionante sobre los pizzicati del resto de las cuerdas. Subió el nivel si cabe en la última, la Op. 72 n°7, penúltima del ciclo, llevada a toda velocidad donde la orquesta entera respondió a un altísimo nivel.
Lo mejor estaba aún por llegar: la Rapsodia Taras Bulba de LeosJanacek. Rusófilo convencido desde su juventud, la compone entre 1915 y 1918, cuando el horror de las batallas de la Primera Guerra Mundial está a la orden del día, y su Moravia todavía pertenecía al Imperio Austrohúngaro. La Rapsodia se compone de tres movimientos, cada uno de ellos basados en capítulos de la obra homónima de Nicolás Gogol sobre el héroe cosaco de la guerra entre Polonia y los cosacos ucranianos de Zaporozhia en el primer tercio del S. XVII. Taras Bulba muere a manos de sus enemigos polacos tras haber matado personalmente a uno de sus hijos por haberse pasado al enemigo por amor a una princesa polaca, y haber perdido al otro tras ser torturado y ejecutado por los polacos.
Jakub Hrusa y la orquesta dieron una versión vibrante e impetuosa de la obra del moravo. En la inicial “Muerte de Andrei” las texturas inconfundibles y los ritmos salvajes de las batallas estuvieron definidos con una claridad meridiana. Hubo intervenciones excelentes como la del organista, o la del excelente – una vez más – concertino Frank Huang. La calidez y vehemencia de cuerdas y maderas sobresalieron en la “Muerte de Ostav”. Finalmente, la propia “Muerte de Taras” aunó control y claridad orquestal, con una fogosidad y una exaltación propia de quien cree en esta excelente partitura como si fuera suya. Jakub Hrusa sigue subiendo peldaños y la entusiasta respuesta de los profesores de la orquesta, que le aplaudieron tanto o mas que el público, le augura un futuro enormemente prometedor.
Foto: Petra Hajská
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