Crítica del concierto de La Filarmónica Checa con Semyon Bychkov y Augustin Hadelich en el ciclo de Ibermúsica
Las orquestas, los directores y… las giras
Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 6-III-2024. Auditorio Nacional de Música. Ibermúsica. Serie Barbieri. Orquestas y solistas del mundo. Concierto B9. Obras de Antonín Dvořák (1841-1904). Orquesta Filarmónica Checa. Augustin Hadelich, violín. Semyon Bychkov, director.
La Serie Barbieri de Ibermúsica ofreció el segundo concierto consecutivo en Madrid de la Orquesta Filarmónica Checa, -que se encuentra de gira- al frente su titular -desde 2018-, el experimentado director ruso Semyon Byschkov (Leningrado, 1952), con Dvořák como protagonista exclusivo, con bellas piezas menos frecuentadas, como Carnaval, obertura Op. 92. La celebérrima Sinfonía del Nuevo Mundo comprendió toda la segunda parte, y antes, en el final de la primera, el vistoso y complejo Concierto para violín, en la menor, Op. 53, a cargo del ya en sólida carrera, el violinista italiano -de doble nacionalidad, germano-estadounidense-, de padres alemanes, Augustin Hadelich (1984).
Empezando por este último, diremos acerca de su dificultad, que este concierto para violín fue rechazado -como rechazó, por cierto, otros conciertos para violín pensados para él, como alguno de Brahms o alguno de Schumann- por el famosísimo violinista alemán Joseph Joachim (1831-1907) por pretender él simplificar la escritura de la parte solista, muy nutrida de exigencias técnicas y virtuosistas, si bien ausente de las típicas cadencias de lucimiento exclusivo del solista que -como novedad en Dvořák- aparecen integradas en el corpus de la partitura.
Con una estructura en tres movimientos relativamente simple -Allegro, ma non troppo; Adagio, ma non troppo; Allegro giocoso, ma non troppo-, en los dos primeros movimientos, Hadelich participó con propiedad del intimismo y aplicó un elegante cantábile-legato a su instrumento -un Giuseppe Guarnieri de 1744-, resaltando técnicamente los momentos de dobles y triples cuerdas, la pulcritud en la afinación de las zonas más agudas así como los juegos con la trompa solista o los dúos de trompas.
En el tercer movimiento, el carácter se convierte en más rítmico -también en la orquesta-, reflejo y encuadre muy apropiados de danzas típicamente eslavas, por lo que tanto Bychkov como Hadelich estuvieron muy pendientes uno del otro, dado que se alternaron las interrupciones entre el instrumento y la orquesta. Siempre se mantuvo el adecuado balance de sonidos entre los tutti orquestales y las posibilidades del instrumento, si bien echamos en falta en los compases finales una mayor intencionalidad por parte de Hadelich para redondear una intensidad equiparable a la que sí se produjo en la orquesta.
El virtuoso instrumentista, muy aclamado por el público, no tuvo por menos que conceder sendas propinas, ambas arreglos del propio Hadelich: «Por una cabeza», famosísimo tango de Carlos Gardel (1890-1935) y «Wild fiddler’s Rag», del músico estadounidense Howdy Forrester (1922-1987), que nos transportó a los violinistas de las típicas agrupaciones en banda de la «América profunda».
Es de todos conocido que Dvořák supo cristalizar en su lenguaje musical la tradición teutona con variopintos ingredientes del acervo popular eslavo dando lugar a un estilo propio que, de alguna forma, se quiso replicar en Estados Unidos cuando fue invitado para que fuera director artístico y profesor de composición del Conservatorio Nacional de Música en Nueva York. Enseguida, se fijó en los ritmos negros -descendientes de esclavos- o en las músicas de los indios americanos como material que poder modelar y quintaesenciar. Como comentó repetidamente Leonard Bernstein a lo largo de su vida, la Novena sinfonía alberga importantes trazas de las rítmicas y de los colores musicales netamente norteamericanos, aunque la estructura formal y la esencia se encuentren más en Europa que en el Nuevo Mundo.
El primer movimiento, un Adagio-Allegro Molto, resultó en la mente de Dvořák ser un cuadro paisajístico coloreado y descriptivo de aquellas inmensas y vírgenes praderas que observara en Iowa. Con esta ambientación bien dibujada en la orquesta, mantuvo Bychkov un tempo más bien lento, en media, ya que se entretuvo o agilizó en función de su conveniencia y remarcó en su diseño sonoro dinámicas forte y mezzo-piano
El Largo, dirigido en este caso a un tempo de lentitud no exagerada, y comandado por el oboe -quizás demasiado anodino, o carente de alma, en esta ocasión-, se justifica plenamente porque sirve de excusa a los tres grandes silencios que contiene este movimiento que resultan de una impactante y efectista respiración, muy necesaria para renovar el cuerpo y el espíritu de la obra y del escuchante. A destacar, el trabajo realizado en la consecución de los pianissimi orquestales, si bien la calidad del bien templado sonido de la sección de trompas estuvo comprometida en más de tres ocasiones.
Distinto en la calidad de la ejecución fue el tercer movimiento, Molto Vivace. El maestro Bychkov aplicó ardiente denuedo en la sonoridad, el brillo y la intención, recatando y contemporizando clímax intermedios. Con estos antecedentes, se ejecutó un cuarto movimiento -Allegro con Fuoco- que se correspondió claramente con esa ‘volcánica’ acotación, aunque hubo algún que otro desajuste de la cuerda aguda. Impresionante estuvo la cuerda grave, que siempre se mostró transparente a la escucha. El acorde final -tenuto- en que finaliza la obra resultó apenas perturbador, casi plano, con un muy ligero regulador que no extinguió completamente el sonido orquestal, lo que creemos es mucho más efectista que el aplicado de forma cuasi-fija por Bychkov.
Nos encantó la versión de Bychkov de la primera obra del concierto, esto es, la Obertura Carnaval, de unos nueve minutos de duración, que cuenta con una nutrida orquestación, una de las obras elegidas para el debut de Dvořák en Norteamérica -Carnegie Hall, 1892-, del tríptico Naturaleza, Vida y Amor. Como reflejo de la segunda -la alternante Vida de cada uno-, a la que corresponde este festivo Carnaval, destacó por una ejecución brillantísima, vibrante y luminosa de las danzas, con una cuerda sedosa para vestir de forma excelente las atmósferas de quietud y parsimonia: lo bucólico, en suma. Impagable la intervención del arpa para reflejar atmósferas nocturnas o celestiales. El final de esta pieza fue, por descontado, apoteósico.
En suma, un concierto muy aplaudido por el público, que hizo repetir los saludos al director y forzó la dedicación de aplausos específicos a cada una de las secciones. Se concedió una propina. A veces son las obras más pequeñas, o las que se interpretan menos frecuentemente, las que más pueden llegar a gustar en un concierto. Desde el punto de vista crítico de la exigencia, una orquesta como ésta que alberga más de 127 años de existencia, cuyo repertorio natural obviamente comprende el de Dvořák -el propio compositor dirigió el primer concierto de Orquesta Filarmónica Checa-, y con un director tan afamado, reconocido y detallista como es Semyon Bychkov -como pequeño detalle al margen, creemos que se lleva su propio podio, totalmente construido en madera torneada, barandillas incluidas- hubiéramos esperado algo más de su versión de la Novena de Dvořák. Quizá debamos achacarlo al «efecto gira», efecto por el cual, y aun rayando a un muy alto nivel, una orquesta determinada no consigue dar el ciento por ciento de lo que es capaz sobre el papel.
Fotos: Petra Hajska / Ibermúsica
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