Por Pablo Sánchez Quinteiro / @psanquin
Concluía, justo hace un año, mi crónica para CODALARIO del Musika-Música 2018 expresando, más que mi propósito, mi imperiosa necesidad de retornar a la próxima edición del Festival. Y ese impulso se ha visto correspondido, con el disfrute una vez más de una experiencia única, difícil de resumir en el espacio habitual de una crónica musical. Única no sólo por lo estrictamente musical, sino también por lo mucho que el festival aporta en lo personal y en lo social.
Al acoger a más de un millar de músicos y a decenas de miles de espectadores, el Euskalduna se convierte en una especie de Palacio de Congresos Musical, donde, como en cualquier congreso, se reúnen y reencuentran músicos, cantantes, críticos, programadores, gerentes de orquestas, representantes, estudiantes y profesores de todas las procedencias. Pero a diferencia de cualquier congreso, a ellos se suman varias decenas de miles de espectadores que participan de forma activa, no sólo asistiendo a los conciertos, sino también aprovechando la oportunidad de charlar, conocer de cerca y compartir la experiencia de cada concierto con sus protagonistas musicales.
Estamos ante un festival multitudinario, hecho por y para el público. Son muchos y bien conocidos los atractivos que el festival le proporciona, pero por no extenderme, me centraré en uno especialmente importante, que en otras ocasiones no había comentado. En Musika-Música el público se convierte en programador, eligiendo entre la oferta de un centenar de programas aquellos que más le interesan, optando entre orquesta o cámara, repertorio contemporáneo, o clásico, o romántico, etc. Incluso en ocasiones puede elaborar sus propias escuchas comparadas. Por ejemplo, este año escuchando las Variaciones Enigma de Elgar a la Orquesta Sinfónica de Galicia y al día siguiente pudiendo escuchar la misma obra a la Orquesta de la BBC. Hay pocas ocasiones como esta de hacer realidad el sueño de cualquier melómano: Comparar estilos e idiosincrasias interpretativas, no con los CDs en el salón de casa ¡Sino teniendo a su disposición a las orquestas en vivo, en la misma sala y casi coincidiendo en el tiempo!
El viaje musical propuesto este año estuvo centrado en el eje «Londres-NuevaYork». Dos centros musicales de primer orden, a los que están ligados un tipo de compositores y de sonido muy definidos, vinculados -muy especialmente en el segundo caso- al siglo XX. Este es uno más de los muchos alicientes del festival: Su temática restringida da la oportunidad de profundizar en repertorios habitualmente inéditos. No es de extrañar que hubiésemos asistido a un buen número de estrenos en España de obras de Walton, Copland, Elgar, etc. La música de los citados, así como la de Britten, Vaughan Williams, Barber y Bernstein, fue mayoritaria en los programas. Estos contaron con varios grupos autóctonos de primera categoría: la BBC Philharmonic Orchestra con hasta este año director titular, Juanjo Mena, la prestigiosa Orpheus Chamber Orchestra de Nueva York, la Britten Sinfonia, el grupo de violas Fretwork. A ellos se sumaron otras formaciones foráneas: Las Dissonances con David Grimal, la Orquesta de Cámara de Munich y el Rubik Ensemble.
Del panorama orquestal español tuvimos la oportunidad de disfrutar y comparar en un repertorio muy afín a una nutrida representación de nuestras orquestas: la Orquesta Sinfónica de Bilbao, la Orquesta de Euskadi, la Orquesta Sinfónica de Galicia, la Orquesta Sinfónica de Navarra, la OSPA asturiana y la Orquesta Camera Musicae. Entre los solistas destacaron nombres como Asier Polo, Michael Chance, José Luis Estellés, Josu de Solaun, Olga Kern, Jennifer Pike, Ana Mª Valderrama, Isabel Villanueva, Rosa Torres Pardo, Judith Jáuregui, Aurelio Viribay y un largo etcétera.
Imposible, una vez más, hacer un recorrido exhaustivo por todo lo ofertado, pero no puedo dejar de dar una pincelada por los ocho conciertos a los que asistí a lo largo del fin de semana, todos sin duda reseñables. Y es que, otro detalle significativo de Musika-Música es la forma en que los intérpretes se contagian de la atmósfera de ocasión única que rodea al Festival. No existe un concierto rutinario. En todos se percibe una química especial entre músicos y público, entre el cual se suelen encontrar no pocos compañeros de otras orquestas que participan en el evento, así como alumnos de los propios profesores de la orquesta.
El viernes asistí al programa de la Sinfónica de Galicia, primero de los tres que la orquesta ofreció dirigida por el excelente director británico Rumon Gamba. No era una batuta nueva para los músicos de la OSG, pues estos ya habían contado con su presencia en la temporada de la orquesta en varias ocasiones; la más reciente con una interpretación inolvidable de la incendiaria Sinfonía nº 1 de Walton, pero también años antes con las Enigma de Elgar que precisamente ofrecían en este primer programa junto con la Guía de orquesta para jóvenes de Britten. Dos obras de auténtico lucimiento en las que la OSG pudo exhibir su excelente momento de forma actual, con unas cuerdas empastadas y rebosantes de carácter, unas maderas virtuosas y unos metales poderosos que llenaron la inmensidad del Auditorio Euskalduno sin mayor dificultad.
Al día siguiente asistí a la segunda interpretación del concierto inaugural. Un muy atractivo y exigente programa de la BOS con la suite de Porgy and Bess, Rhapsody in Blue y dos obras sinfónicas corales: In Honour of the City of London y la primera Marcha de Pompa y Circunstancia de Elgar. El director, Stefan Asbury, se mostró muy cómodo en este repertorio, dando vida a interpretaciones intensas e idiomáticas. Olga Kern está afincada desde hace muchos años en Estados Unidos, donde consiguió el mayor hito de su carrera; la medalla de oro en el Van Cliburn. Lleva por tanto interiorizada la obra de Gershwin de la cual hizo una recreación rebosante de ritmo y energía. Asbury tuvo asimismo el acierto de programar una obra sinfónica-coral de William Walton absolutamente infrecuente: «En honor de la ciudad de Londres». A pesar de su carácter conmemorativo es una prueba del fuerte compromiso del compositor de Lancashire, quien volcaba la máxima intensidad e inspiración en cada compás que componía, fuese el género que fuese. Los nutridos y abrumadores coralistas de la Sociedad Coral bilbaína estuvieron a la altura del reto, ofreciendo una interpretación convincente, con momentos sobrecogedores, como fue el caso del pasaje a capella que precede a la conclusión. Los prolongados aplausos se ampliaron en la versión coral de la pomposa y nada circunstancial marcha de Elgar, que cerró el concierto.
Casi sin descanso pasé a la sala A3 donde un numeroso público iba a disfrutar -al precio irrisorio de 6 €- de un mundo sonoro bien distinto: el del grupo de violas Fretwork y la mítica voz de Michael Chance. Considero oportuno hablar del precio de las entradas, absolutamente populares por no decir simbólicos: 5-6 euros en los conciertos de cámara y 10-12 en los sinfónicos. El timbre de la voz de Chance conserva toda su personalidad e incluso buena parte de su frescura. Junto a las 4 violas de Fretwork ofreció un atractivo repertorio minimalista -Kelterborn, Bryars, Nyman, etc.- junto a las Folk songs de Vaughan Williams. Una impagable terapia musical que se vio recompensada con una serenísima propina, inefable en la voz de Chance: If!
Salí transfigurado de la sala para volver al mundo sinfónico, en este caso de la mano de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, con su titular Rossen Milanov. Se trataba de un difícil programa, el segundo que la OSPA ofrecía en el Festival. Todo un mérito presentar programas tan complejos, pues la realidad es que la preparación de los mismos no suele exceder, en la mayoría de los casos, de una semana de trabajo. A esto se suma la dificultad de realizar apenas un par de ensayos durante el propio fin de semana, sin ser estos en el propio auditorio del concierto. Sin duda esto se reflejó en los desajustes que acompañaron a la difícil Danza de la venganza de la Medea de Barber. Fue mucho más convincente la interpretación del Adagio de Barber y todo un lujo disfrutar de la Sinfonía Jeremiah de Bernstein, una obra expresionista y densa, que contó con el atractivo de una emotiva interpretación por parte de la mezzo Rhinat Shaham quien transmitió a la perfección el desolador mensaje de la obra al público que una vez más llenaba al auditorio.
Terminé la jornada musical en la sala A1, llena a rebosar para disfrutar del que sería uno de los grandes momentos del festival: la doble interpretación de las Cuatro estaciones desde sus dos perspectivas más célebres: la veneciana de Vivaldi y la porteña de Piazzolla. Intérpretes de lujo: David Grimal y su grupo Les Dissonances. En este punto se encuentra uno sin palabras para describir lo que representa ver a este grupo de músicos extraordinarios, absolutamente volcados con el genial violinista francés. Me resulta difícil citar un ejemplo similar de integración e interacción entre un solista y sus músicos. Por supuesto los más historicistas podrán alegar todo tipo de reticencias ante una interpretación enormemente libre, en la que incluso la afinación en no pocos momentos parece un aspecto aleatorio. A un virtuosismo difícil de encontrar, incluso en el panorama actual rebosante de grandísimos violinistas, se une la generosidad física y espiritual de la interpretación de Grimal. Al final del concierto el público compartía unánimemente el mismo sentimiento: ¡¡Cómo obras tan archiconocidas y trivializadas han podido sonar como si fuese la primera vez!! Con esto creo que está todo dicho.
Al día siguiente tuve por fin la oportunidad de escuchar uno de los cuatro programas que a lo largo del fin de semana la BBC Philharmonic ofreció con Juanjo Mena ¡Ni más ni menos que cuatro programas distintos! Pero de todos es bien conocido el altísimo grado de profesionalidad de las orquestas británicas el cual les permite abordar en un corto espacio de tiempo repertorios variadísimos con un número casi mínimo de ensayos. La orquesta de Manchester estuvo a un excelente nivel, exhibiendo ese músculo y carácter igualmente típico de las orquestas británicas. Tal vez en algún momento se echó en falta una mayor expresividad, y ¿Por qué no decirlo?, sentimentalismo, pero lo cierto es que la orquesta se mostró como pez en el agua en un repertorio que lleva grabado en su ADN musical. El programa se abría y cerraba con dos impulsivas obras de Edward Elgar: la para muchos inédita Sevillana op.7 y la más popular Cockaigne op.40. Ambas recibieron interpretaciones ideales para una orquesta que es puro músculo. El precioso y preciosista Concierto para viola de Walton, se mueve por unas coordenadas bien distintas. El solista Steven Burnard, viola principal de la orquesta, ofreció una interpretación sensible y sensitiva, pero siempre marcando una cierta distancia entre la partitura y la intensa vida interior del joven compositor ante su primera gran obra. Estamos ante un concierto que conjuga armonía y virtuosismo de una forma tan subyugante que sin duda pronto se convertirá en una referencia en el repertorio. Toda una fortuna poder disfrutarla en Musika-Música, donde por cierto, una gran viola española valedora de este concierto, Isabel Villanueva, ofrecía casi al mismo tiempo un concierto de cámara.
El Concierto para cello de Elgar, obra obligada en el Festival, recayó en las prodigiosas manos de Asier Polo. Una vez más nos ofreció una verdadera cátedra de sensibilidad, un auténtica recital de bel canto cellístico, acompañado por la Orquesta Sinfónica de Navarra dirigida por Nicholas Milton. Por si este concierto tuviese pocos alicientes, la segunda parte nos permitió disfrutar de la enérgica respuesta sinfónica-coral de Aaron Copland a las burdas acusaciones del maccarthismo. Su Canticle of Freedom supuso una nueva lección de canto de la coral bilbaína. En una exhibición de vigor y en perfecta conjunción con la orquesta, dieron vida a la perfección al genuino sonido americano que caracterizó a los años más populistas de la producción de Copland.
Me despedí de Musika-Música 2019 como empecé, con la Orquesta Sinfónica de Galicia y Rumon Gamba, acompañados en esta ocasión por uno de los mejores pianistas del panorama español, Josu de Solaun. Tras unas impactantes Danzas sinfónicas de West SideStory, el Concierto para piano en fa mayor de Gershwin fue una auténtica gozada, con una efusiva orquesta, que nunca tapó a un Solaun que extrae del piano un sonido brillante y poderoso. Fantástica su recreación en el Allegro de los desenfrenados ritmos del Charleston. En el Adagio-Andante disfrutamos del nostálgico blues de la trompeta, y el Allegro agitato final fue efusivo, abrumador. Una magnífica despedida del festival.
Y hasta aquí mi crónica de Musika-Música 2019, sólo una pequeña parte de un todo fascinante e inabarcable, con sus orquestas sinfónicas y de cámara, la música de cámara, las orquestas de jóvenes, las mesas redondas, etc. Una exitosa edición que una vez más se reafirmó como una visita obligada en el panorama clásico español.
Fotos: Pablo Sánchez Quinteiro
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