Por Javier del Olivo
Si hay un personaje que ha suscitado más odios y ha sido protagonista indiscutible de la leyenda negra española, ése es el Duque de Alba, casi que por encima de Felipe II. Fernando Álvarez de Toledo, III Duque de Alba de Tormes, fue un militar que sirvió tanto a las órdenes de Carlos V como de su hijo y sucesor, Felipe II. Considerado en su tiempo el dirigente militar más importante de España, fue una pieza clave en la política bélica de los dos monarcas. Siempre estuvo en primera línea de los Consejos Reales, pero ambos reyes, aunque dependían de él como estratega y general, desconfiaban del Duque como persona. Y es que Alba, considerado por sus contemporáneos culto y educado (fue amigo de Garcilaso que le dedicó varios composiciones), no podía reprimir un genio fuerte y agresivo y una altivez que le provocó más de un disgusto. Aún así recibió responsabilidades de primer nivel: Su cargo más relevante, y por el que ha pasado a ser protagonista de la llamada leyenda negra española de la que hablábamos, fue el de gobernador de los Países Bajos. Este territorio perteneciente a la Corona tenía una pujante economía (comercializaba la mayor parte de la lana proveniente de Castilla) pero también era uno de los focos protestantes del Imperio, especialmente las provincias del Norte, lo que hoy conocemos como Holanda. Felipe II nombró al Duque gobernador cuando la política conciliadora de su hermana Margarita de Parma, la anterior gobernadora, no logró los resultados que él deseaba: doblegar a los herejes y restar poder a la nobleza del país. Alba no se anduvo con miramientos en ambos sentidos. Desde el principio consideró, con el apoyo real, que la mano dura era el único camino. Estableció el Tribunal de los Tumultos para dar validez jurídica a sus acciones. Aunque la represión aumentó el descontento de la población flamenca, fue el establecimiento de nuevos impuestos y la dirección de los asuntos nacionales de los Países Bajos por extranjeros lo que finalmente llevó a muchas ciudades al lado rebelde. Esa mano dura se extendió no sólo a la nobleza sino también a las ciudades que se negaban a pagar uno de los impuestos establecidos por el Gobernador. Éste no demostró clemencia y su fama sanguinaria ha llegado hasta nuestros días. La familia noble de los Orange, de origen alemán pero con dominios en Holanda, fue la catalizadora de ese malestar. Guillermo de Orange capitaneó la revuelta apoyándose en todos aquellos que buscaban sus mismos fines como los llamados “Mendigos del Mar”, calvinistas con base en Inglaterra y que fueron los primeros en atacar a las tropas españolas. Pero cuando se analiza la época, si bien los métodos de Alba fueron atroces, no fueron excepcionales. En la vecina Francia, por ejemplo, hay que recordar la terrible “Noche de San Bartolomé” donde los hugonotes (calvinistas franceses) fueron diezmados. En las llamadas “guerras de religión” que, con distintas denominaciones, se extendieron por la Europa de los s. XVI y XVII , todas las facciones mostraron una crueldad inusitada y fanática.
No es de extrañar que todos estos acontecimientos influyeran en los creadores posteriores. Pese a su pésima fama (o quizá por eso) el Duque de Alba es protagonista de varias óperas. Más abajo haremos un repaso somero de todas ellas, pero la más famosa es la que lleva su nombre y que fue un encargo de la Ópera de París en 1839 a Gaetano Donizetti. Éste contó con el libreto de Eugene Scribe y Charles Duveyrier. Donizetti nunca llegó a completar la obra y sólo orquestó la mitad de la ópera, dejando el resto simplemente esbozado. Curiosamente, el libreto fue vendido a Verdi, que lo utilizó, cambiando el Flandes del XVI por la Sicilia del XIII, para Les vêpres siciliennes. No sería hasta 1882 cuando se estrenaría la versión en italiano de la obra de Donizetti terminada por su discípulo Matteo Salvi ayudado por Amilcare Ponchielli, Antonio Bazzini y Cesare Domeniceti. Habrá que esperar hasta 2012 para que sea recuperada la versión original en francés, completada por el compositor Giorgio Battistelli para la Ópera Flamenca de Amberes. Las comentaremos por separado.
En la versión italiana, el primer cambio respecto a la versión no estrenada de Donizetti viene impuesto por la venta del libreto original a Verdi. Éste utilizó los nombres originales para sus Vísperas, por lo que en el estreno de 1882 los protagonistas ficticios pasaran a llamarse Amelia di Egmont y Marcello di Bruges. En el primer acto aparecen los dos enemigos enfrentados: el pueblo flamenco y el ejército español. Es curioso cómo se destaca en el texto que los flamencos quieren que se vayan los invasores y su rey. Realmente los Países Bajos consideraban a Felipe II su monarca legítimo y siempre le acusaron de abandono por no volver a visitarlos desde que se marchara en 1559 (había pasado unos años allí como mandatario antes de acceder al trono de España). En 1573, cuando se sitúa la acción de la ópera, se seguía pidiendo esa visita, que si bien estuvo en la mente del rey, nunca se realizó. Volviendo al libreto, en la plaza de Bruselas aparece, saliendo de una cervecería en la que está refugiada, una joven que es la hija del recién ajusticiado Lamoral, Conde de Egmont (resulta chocante que la hija de un conde del s. XVI fue protegida por un cervecero). Éste es otro de los personajes históricos documentados (y que también fue protagonista, junto al Duque, de varias óperas). Nos vamos a extender un poco en su figura porque es muy representativa de la época histórica de la que se ocupa la ópera. Gran general flamenco de las tropas de Felipe II, guió las ejércitos reales de su país en las conocidas batallas de San Quintín y Gravelinas que afianzaron el poder del rey español en Europa. Coincidió en varias campañas con Alba y eran viejos conocidos. Así lo recibió cuando éste llegó a Flandes en agosto de 1567 para hacerse cargo de la gobernación, aunque la tensión entre ambos ya era evidente porque Egmont era uno de los nobles que más se había destacado en la defensa de las libertades flamencas y en contra del autoritarismo del cardenal Granvela, que dirigía la política en Flandes. Esta presión provocó la caída de Granvela (y por ende de la gobernadora, más moderada, Margarita de Parma) pero también la llegada del Duque. Egmont fue uno de los primeros objetivos de Alba, que pensaba que arrestando a los líderes se apaciguarían las protestas. Curiosamente, Egmont tenía muchos admiradores entre los nobles españoles. Henry Kamen, en su excelente biografía sobre el Duque de Alba, indica que hasta su propio hijo ilegítimo, Hernando Álvarez de Toledo (del que luego hablaremos), advirtió al Conde de su inminente detención, pero no escuchó el consejo. Ese mismo día fue arrestado junto a otro destacado noble rebelde, el conde de Horne. Ambos fueron ejecutados meses después, concretamente el 5 de junio de 1568, cinco años antes de lo que nos dice la ópera. Como referencia final a Egmont, su vida inspiró a Goethe la obra del mismo nombre, y ésta la música incidental para su representación creada por Beethoven. También abordan esta relación Alba-Egmont obras como Egmont, drama lírico en 4 actos con música de Giuseppe Dell’Orefice y libreto de Graziano Fulina, estrenada en el San Carlo de Nápoles en la temporada de 1877-78.
Entrando otra vez en la ficción, Amelia de Egmont acaba de perder a su padre la noche anterior y llora su pena delante del lugar donde ha sido ajusticiado. Llega el Duque en litera (nada se dice en el libreto de la gota que torturaba al verdadero Álvarez de Toledo y que le obligaba muchas veces ha ser porteado por sus criados) y se introduce en el palacio. Un soldado obliga a Amelia a cantar y ésta, indignada, aprovecha el momento para lanzar un cántico patriótico, al que se unen el resto de flamencos, lleno de veladas referencias a la tiranía española. Aparece en la puerta del palacio Alba y, cual si fuera el demonio, el gentío se dispersa. Sólo queda Amelia y su cervecero protector. Llega el amante de Amelia, Marcelo de Brujas, que acaba de ser liberado. Sin percatarse de la presencia del Duque, habla de la opresión y mal gobierno de éste. Pese a ello, Alba le perdona por su talante noble pero le insta a entrar en el ejército español. Marcelo se niega y es detenido. En el segundo acto Marcelo aparece, libre otra vez, en la taberna donde Amelia y otros flamencos planean la rebelión. Alba le ha revelado a Marcelo que por los datos que le ha dado sobre su pasado él es su padre. Cuando los conspiradores son descubiertos y van a ser detenidos, Marcelo pide clemencia para ellos a cambio de reconocer al Duque como su progenitor. Todo se desata en el tercer acto. En el puerto de Amberes, donde Álvarez de Toledo se dispone a regresar a la Península, Amelia pide a Marcelo una prueba de amor asesinando al Duque, pero el joven se niega. Será entonces Amelia quien intentará matarlo, pero en ese momento se interpondrá Marcelo, recibiendo la puñalada mortal. Ambos enamorados se despiden mientras el Duque maldice la tierra que abandona.
Final tremendista para esta ópera que poco tiene que ver con la realidad histórica, pero que tiene con ella alguna coincidencia. El duque de Alba no tuvo un hijo ilegítimo en Flandes, sino en España, antes de casarse y heredar el título. Fue Hernando Álvarez de Toledo y fue nombrado por su padre, que tenía ese privilegio, prior de la Orden de San Juan en Castilla. Acompañó a su progenitor en muchas de sus expediciones y, como hemos señalado más arriba, estaba con él cuando gobernó Flandes, siendo uno de los que advirtió a Egmont su inminente detención. Los orígenes de este hijo, nacido de los amores del Duque con una molinera de La Aldehuela (Ávila), también dieron para que Lope de Vega lo hiciera protagonista de su comedia “Más mal hay en la Aldegüela de lo que suena”.
Vayamos ahora a la versión en francés estrenada en 2012, Le Duc d’Albe. Aquí aparecen los originales nombres de los protagonista Helene de Egmont y Henri de Bruges. Básicamente el argumento es el mismo. Los cambios más notables se incorporan en el plano musical. Una de las aportaciones historicistas que ha hecho el compositor Giorgio Battistelli ha sido sustituir el aria del tercer acto “Angelo casto e bel” compuesta por Ponchielli para el estreno de 1882 por un aria original de Donizetti, proveniente de una ópera nunca estrenada (El ángel de Nisa) pero sí utilizada en La favorita (otra ópera histórica de ambiente español y mucho más conocida que nuestro Duc D’Albe). No sólo de estos títulos de Donizetti se ha servido Battistelli, también le han inspirado Il paria de 1829 o Pía de Tolomei.
Otro fecundo compositor de óperas (más de ochenta títulos) del s. XIX es el siciliano Giovanni Pacini. Las representaciones de sus obras son ahora muy escasas pero en su época era un autor muy conocido y también dedicó una ópera a nuestro Duque. Fue un encargo de La Fenice de Venecia para la temporada de Carnaval de 1842. El primer libretista elegido fue Giovanni Peruzzini pero sólo completo el primer acto. Después se llamó a un escritor en nómina del teatro desde hacía poco: Francesco María Piave. El que sería libretista de varias óperas de Verdi firmó su primer libreto representado (había escrito otro, Don Marzio, pero nunca vio la luz) con las andanzas del Duque de Alba. Por cierto que Pacini, en sus memorias, califica la representación de “poco exitosa”. También firma Piave otro libreto que tiene que ver con Álvarez de Toledo. esta vez con música del irlandés Michael William Balfe, considerado el más destacado compositor operístico británico de la época victoriana. El título de la obra es Pittore e Ducca y narra (de forma ficticia, claro) la relación que unió al pintor de corte Antonio Moro y al Duque de Alba. Moro, que pintó retratos de los personajes más importantes de la época, incluido el Duque, y que era flamenco, siempre fue protegido por el noble español y por amigos suyos como el cardenal Granvela. Esta ópera, estrenada en Trieste en italiano en 1854, tuvo una versión en inglés con distinto libretista en 1882, teniendo cierta repercusión en el mundo anglosajón con el título de Moro, Painter of Antwerp. Alba también es el personaje malvado (como no) de Il Conte de Rysoor de Riccardo Rasori, también estrenada a finales del S.XIX en Milán. Esta ópera comparte protagonistas con Patria! de Émile Paladilhe, estrenada en París en 1886 y que contiene la famosa aria “Pauvre martyr obscur” que bordaba el canadiense George London. Hay más óperas en la que nobles (hombres y mujeres) y burgueses se enfrentan al poder omnímodo del Duque de Alba, por ejemplo La contessa di Mons de Lauro Rossi, estrenada en Turín en 1874. Hasta el gran Verdi se encontró con Álvarez de Toledo. Por problemas con la censura tuvo que cambiar, para la edición milanesa de Ricordi, los personajes de La battaglia di Legnano, que narraba las luchas de los italianos del S. XII por la libertad contra el emperador alemán Federico Barbarroja, por la de los flamencos del s. XVI contra el duque de Alba. La obra se renombró como L’assedio di Arlem. La Italia posterior a la revolución de 1848 no permitía tanta exaltación patriótica.
Como hemos visto, el mundo operístico se ha hecho eco, de manera destacada, de la figura en negro del Duque de Alba dibujada por sus enemigos. Era fácil para los libretistas y compositores coger este malo de manual y situarlo como enemigo del pueblo que quería ser libre. Y más en la Italia del XIX, en donde cualquier ocasión era buena para proclamar las ganas de unidad, independencia y libertad del pueblo italiano. Fernando Álvarez de Toledo no fue un santo, está claro. Fue un militar más que un político y como tal actuó, siempre a las órdenes de su rey. Quizá con exagerado rigor pero no más del que era habitual en una época tan cruel.
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