Con tan solo 25 años, ha debutado en el Carnegie Hall, creado un sello discográfico, dirigido importantes orquestas sinfónicas españolas… ¿Cómo puede con todo?
Nunca me ha gustado abordar la música de manera unívoca. Desde que empecé a tocar el piano comencé a interesarme al mismo tiempo por otras disciplinas muy distintas, como la música sinfónica y el mundo vocal.
Ya de pequeño desterré la idea de focalizarme únicamente en un instrumento, por lo que a los 17 años tomé la decisión de compaginar el estudio del piano con el de la dirección de orquesta. Desde entonces, las dos disciplinas han formado parte de mí, me han acompañado y apasionado por igual.
El piano puede llegar a ser un instrumento muy absorbente, pero en cierto sentido creo que este enfoque dual me ha llevado a plantearme las cosas de un modo distinto al que suele ser habitual. Es precisamente el hecho de no estar concentrado en única rama lo que me ha permitido abrirme a otros mundos, estudiar en Varsovia, París y Londres entrando en contacto con distintas escuelas técnicas y en definitiva abordar la interpretación desde la perspectiva más abierta posible.
Creo que diversificar mi tiempo en disciplinas distintas me ha enriquecido mucho musicalmente y humanamente, y que si me hubiera encerrado con el piano desde niño habría obtenido menos resultados, porque sencillamente me habría saturado muy pronto. No obstante y curiosamente, siempre suelo tener la sensación de que he de seguir luchando para aspirar a llegar cada vez más lejos, sin mirar atrás y sin agobiarse por lo que vendrá por delante. Lo único que existe es el instante presente: esa es la gran lección que nos da siempre la música.
Hábleme de su sello Orpheus. ¿Por qué lo ha creado y con qué finalidad?
Grabar discos es una de las grandes pasiones de mi vida. Mis primeras experiencias en este campo llegaron a los 17 años, cuando grabé como solista un concierto para piano y orquesta del compositor francés Charles Bordes, y cuando dos años más tarde grabé el álbum “Himno a la luz” de piano solo con el sello Verso.
Ya en la adolescencia me fascinó la idea de grabar discos, porque sencillamente permiten dejar una huella en el tiempo de nuestro trabajo como intérpretes, al igual que pueden hacer los artistas plásticos. Obviamente, la música en directo es irremplazable por su carácter vivo y natural, pero los discos pueden también ser una expresión natural de uno mismo, al igual que lo eran hace algunas décadas antes de que la edición se impusiera en este mercado.
Es por eso que se me ocurrió crear el sello Orpheus, para gestionar en primera instancia mis propias grabaciones con la mayor libertad, favoreciendo en la medida de lo posible el registro de obras grabadas en vivo. Así lo he hecho con el disco dedicado a Franz Liszt, en el que incluyo piezas de un recital en directo, como Mephisto Waltz. Al margen de ello, a medida que otros músicos de mi entorno se enteraron de la creación de Orpheus y manifestaron su interés en grabar con él, se me ocurrió la idea de abrirlo a otros intérpretes y creadores.
El ideario de Orpheus es bastante particular: apuesta por un gran abaratamiento de los costes de producción sin renunciar en absoluto a la calidad del producto final, por la distribución internacional (tanto física como digital), por apoyar especialmente a los intérpretes y creadores contemporáneos jóvenes, por proteger la totalidad de los derechos del artista y por favorecer la música grabada en directo siempre y cuando el intérprete así lo quiera.
Los próximos proyectos de Orpheus, tanto míos propios como de otros músicos internacionales, verán la luz muy pronto. El sello tiene ya sede en Madrid capital, y espero y deseo poder ayudar desde aquí a otros músicos a poder materializar este sueño apasionante que puede constituir la grabación discográfica.
¿Cree que podrá compaginar su trabajo como pianista y como director de orquesta a un primer nivel? ¿No llegará el momento en el que tendrá que elegir?
Yo siempre he creído firmemente que las dos disciplinas son perfectamente compatibles y pueden aliarse. No digo ni siquiera complementarias, porque más que complementarse, manan en realidad de la misma actitud interpretativa: al ser el piano un instrumento polifónico, presenta exactamente la misma problemática que una orquesta. En todo momento, los parámetros que entran en juego son los mismos: la relación entre las distintas voces, el balance entre los planos sonoros, la articulación de los ataques, la dinámica, la construcción de la forma, etc.
A pesar de ello, en la dirección de orquesta entran además en juego otros parámetros fundamentales: hay que ser capaz de comunicar las ideas de la manera más clara posible (tanto gestualmente como verbalmente en los ensayos), y sobre todo ser capaz de mantener un diálogo con la orquesta en todo momento. El director nunca ha de mandar todo el tiempo, tiene que responder constantemente a lo que recibe de la orquesta. Sergiu Celibidache decía que no se debe batir nunca en contra de la orquesta, y eso es una gran lección: es una actitud empática fascinante.
Para mí, la sensación orgánica de estar envuelto por el sonido de todos los instrumentos orquestales es sencillamente indescriptible. La dirección me apasiona, por lo que estoy luchando y lucharé sin duda por esta disciplina tanto como por el piano. No creo que en ningún momento vaya a tener que renunciar a alguna de las dos.
¿Qué profesores han sido importantes para su carrera? ¿Qué le ha aportado cada uno de ellos?
La lista de maestros que me han marcado y que han dejado huella en mi manera de concebir la música es muy larga y por desgracia no puedo citar a todos ellos aquí. Con Gustavo Díaz-Jerez empecé a trabajar en mi adolescencia y aprendí muchísimo de su admirable naturalidad musical, de su sonido y de su técnica.
A los 19 años comencé mi etapa de estudios fuera de España y mi primera parada fue la escuela Frédéric Chopin de Varsovia, un centro con mucha tradición pianística al que acudí para profundizar el repertorio chopiniano, que marcó toda mi infancia. En Varsovia estudié piano con Jerzy Sterczynski, un pianista alumno del mítico Jasinski, el gran pedagogo de la escuela polaca de todos los tiempos. Aquí tuve la ocasión de comprender de cerca la tradición interpretativa de las obras de Chopin y, además, tuve la suerte de aprender dirección de orquesta con Antoni Wit y Tomasz Bugaj, dos grandes directores.
Al año siguiente me fui a París, una ciudad en la que residí cuatro años y que adoro. Aquí estudié con un buen número de pianistas franceses de renombre, pero sin duda la que dejó una honda huella en mi manera de conocer la música fue Brigitte Engerer, la gran dama del piano francés que nos dejó hace muy poco. Brigitte me enseñó a amar la escuela rusa, particularmente el repertorio de Tchaikovsky que me fascina en la actualidad. Además, de ella aprendí de cerca la técnica rusa, que es la que más me interesa desde entonces, basada en la relajación muscular total y en el control absoluto del peso del brazo.
Más tarde, continué mis estudios de master de piano y dirección de orquesta en la Royal Academy of Music de Londres, en la que trabajé con Pascal Nemirovski, un gran pedagogo.
Además, ha habido un buen número de maestros con los que he trabajado particularmente. El caso de Alicia de Larrocha es particularmente significante para mí, porque trabajé con ella al final de su vida y la he idolatrado desde muy niño. Por sus discos empecé a tocar el piano, siempre he profesado una admiración incondicional por su increíble talento, su suma humildad y su respeto sincero hacia el texto original de los grandes compositores. Cada vez que toco en público las obras de Albéniz que trabajé con ella me viene a la cabeza su recuerdo, que resulta enormemente emocionante para mí.
¿Cómo han sido sus experiencias al frente de conjuntos como la Sinfónica de Bilbao, OSPA o Sinfónica de Extremadura?
Trabajar con una orquesta es siempre el proyecto musical más estimulante que puedo tener entre manos, porque como antes he dicho es lo que más me apasiona.
Mi debut como director con la Orquesta Sinfónica de Bilbao (BOS) fue hace dos años en el Euskalduna, y fue memorable para mí: los músicos fueron encantadores conmigo y disfruté muchísimo. Igualmente, mi experiencia con la Sinfónica de Asturias y la de Extremadura fue enormemente positiva. Sentí a ambas orquestas muy involucradas.
Con la Sinfónica de Extremadura interpretamos el Cascanueces de Tchaikovsky, un ballet que ha marcado una buena parte de mi vida, porque como antes he dicho la música de Tchaikovsky es una de mis predilectas. Por ese motivo, este concierto fue muy simbólico y emotivo para mí, al igual que lo fue el interpretar el Concierto nº 1 de Tchaikovsky con la Sinfónica de Euskadi.
¿Qué pianistas del pasado admira y por qué?
Anteriormente he citado a Brigitte Engerer y Alicia de Larrocha. He de añadir a dos mujeres más: María Joao Pires y Martha Argerich.
De María Joao Pires me fascina su espiritualidad, la belleza de su fraseo y la manera única que tiene de conducir la energía con su discurso musical. Tiene una manera de tocar completamente aérea muy hermosa. Lo que ella ha hecho con las sonatas de Mozart o los nocturnos de Chopin lo encuentro realmente inigualable.
Por otro lado, el caso de Martha Argerich es muy especial para mí. Cuando era muy pequeño llegó a mis manos su versión de Gaspard de la Nuit de Ravel, una obra que me ha acompañado ya muchos años y que forma parte de mi repertorio habitual. Pues bien, esos vídeos, al igual que todos los de Martha que vi después, todos sus discos y los conciertos a los que he asistido, cambiaron mi vida para siempre.
Por la música de Martha Argerich siento una sensación indescriptible y que sólo me ocurre con todo lo que ella toca. Es como si para mí, esas obras no pudieran ser de otra manera. Interpreta con tanta espontaneidad, pasión, naturalidad y emoción… tiene todos los atributos que me fascinan en un intérprete. Además, creo de verdad que está envuelta de un aura magnética que nadie más tiene y que entra dentro del terreno de lo inexplicable.
Ella me ha acompañado siempre desde la distancia, ya que nunca he osado acercarme a ella y a pesar de que he tenido la oportunidad. Es demasiado importante para mí como para hacerlo, pero su música me acompaña e inspira día a día, allá donde voy.
He de citar también a un buen número de intérpretes masculinos de la escuela rusa por los que profeso una gran admiración, como Kissin, Richter y cómo no, Horowitz. Creo también que Horowitz es realmente único, que constituye el último pianista realmente romántico de los pies a la cabeza y que es una pena que en la segunda mitad del S. XX hayamos perdido el vínculo con lo improvisatorio y la libertad en el fraseo, con este dogmatismo interpretativo que ha caracterizado las últimas décadas.
¿Qué opinión le merecen los concursos de piano?
Siempre he pensado que la música de verdad está alejada de cualquier mentalidad competitiva o deportiva. No obstante, hoy en día creo que los concursos a menudo son necesarios, por distintos factores.
En primer lugar, porque ayudan a adquirir experiencia y a medirse en una situación de mayor presión a la de un recital habitual. En segundo lugar, porque suelen ser importantes para empezar una trayectoria profesional sólida y, en tercer lugar, porque pueden abrir muchas puertas.
Sin ir más lejos, gracias a los concursos he podido conocer a personas musicalmente muy importantes en mi vida, y he tenido la oportunidad de actuar en salas muy emblemáticas (Carnegie Hall de Nueva York, Palau de la Música de Barcelona, Wigmore Hall de Londres, etc.), a las cuales no habría podido acceder de otro modo.
¿Cuáles son sus próximos compromisos?
En este momento estoy ofreciendo una serie de recitales vinculados a mis últimos proyectos discográficos. En diciembre, tocaré el día 3 de diciembre en el Instituto Francés de Madrid, el día 5 en el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián, el día 12 en el marco del festival Gustavo Díaz-Jerez de Tenerife, el día 14 en la Fundación Philomuses de París y el día 19 en el Auditorio Nacional de Madrid, en el seno de la presentación de la Fundación Più Mosso. A partir de enero del 2015, continuaré tocando en varias regiones francesas, como París, Bretaña y Burdeos.
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