Crítica de Pedro J. Lapeña Rey del recital de Fazil Say en el Konzerthaus de Viena, con las Variaciones Goldberg de Bach en el programa
Una genuina experiencia
Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena. Konzerthaus. 17-IV-2024. Fazil Say. Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach
Últimamente se ha puesto de moda la palabra «experiencia». Cuando allá por los años 80 del pasado siglo hacías algo que «se salía de lo normal» -ibas a cenar a un restaurante de primera, a un viaje a Budapest, a un concierto de Bruce Springsteen o a un recital de Ivo Pogorelich por poner varios ejemplos- podías hablar horas y horas de ello, pero ahí se quedaba. Habías ido a una cena maravillosa, a un viaje increíble, o a una velada musical inolvidable. Ahora, no. Ahora has vivido una experiencia. Los reyes del marketing te tratan de vender cualquier nimiedad como una experiencia. Pero parafraseando al «viejo» Emilio Botín cuando dijo aquello -o quizás no lo dijo y todo fue cosa de la «sabiduría popular»- de «muchos dicen que son ricos, pero ricos de verdad somos muy pocos», podríamos decir que «muchos te venden experiencias, pero experiencias de verdad hay muy pocas». Y el miércoles 17 vivimos una de ellas.
No voy a descubrir aquí al turco Fazil Say. Artista polifacético que cabalga entre el piano, la composición, la vanguardia, el jazz o la música popular de su Turquía natal, es un artista de una personalidad y una creatividad irrepetible. Quizás el hecho de abarcar tantas “músicas distintas” le dé una amplitud de miras mucho mayor que la de un “especialista”. Bien es verdad que siempre que te alejas de los cánones, hay margen para la controversia. Y más allá de sus grandes medios técnicos, su manejo «libérrimo» del pedal, sus amplias dinámicas o su excepcional articulación con la que consigue una claridad casi de «clavicémbalo», cuando te enfrentas a sus versiones no cabe término medio: o te apasionan o las rechazas de plano.
Johann Sebastian Bach es uno de sus compositores de cabecera. Lo lleva tocando en vivo desde que saltara a la palestra a finales del siglo pasado, pero no ha sido así en cuanto a grabaciones. Hasta la reciente de las «Variaciones Goldberg», solo teníamos aquella de hace mas de 20 años con el «Concierto italiano» y una de las «Suites francesas». La parálisis de la pandemia le dio el tiempo y la tranquilidad necesaria para volver a sumergirse en esta obra hasta la médula. La grabación, como no podía ser de otra manera en un artista así, ha despertado mucha controversia, por lo que en su primera visita en solitario a la gran sala del Konzerthaus se mascaba el ambiente de las grandes ocasiones. Además, en el folleto mensual que edita la sala, el pianista turco decía lo siguiente referente a la obra de Bach: «La pandemia me dio el espacio para dedicar mucho tiempo a analizarla. Me ayudó el haber tocado muchas obras suyas, haber estudiado en detalle sus suites y haber analizado sus cantatas. Mi interpretación debe transmitir el canto, el baile y la historia únicos de cada variación».
Y efectivamente, Fazil Say no defraudó. Con una sala prácticamente repleta, el «Aria» inicial fue una declaración de principios. Empezó la melodía inicial pausado, dejándola respirar, con adornos discretos. Sin embargo, en la repetición empezó a “crear” incrementando la dinámica, el sonido y dando un tono luminoso muy atractivo, para después dejarse llevar poco a poco hasta casi difuminarla. En poco más de cuatro minutos, Say se alejó de los cánones y nos dejó todas las puertas abiertas. Una centelleante Variación 1, y una visión excelente del contrapunto de la 2, nos llevó a la 3, el «canon al unísono», único momento donde quizás la premura de atacarlo le jugó una mala pasada, emborronando el precioso y pulido sonido que había mantenido hasta el momento. Se relajó en la 4, para zambullirse en la 5 a tumba abierta, cruzando las manos sin parar, redescubriéndonos la melodía secundaria tantas veces tapada, todo ello con una claridad excepcional. El canon posterior, la número 6 fue un prodigio de variedad en el fraseo de sus dos secciones y sus dos repeticiones. Fazil Say ya nos estaba llevando a su huerto particular, canturreando de fondo, dirigiéndose con la mano izquierda cuando tocaba con la derecha, y levantando y moviendo la mano derecha al terminar cada variación como queriendo despejar el aire y que el sonido se marchara. Según iban avanzando estas, la exaltación musical iba subiendo de temperatura y Say pareció empezar a cantar, con una preciosa 7, una modélica 8, una lenta y reposada 9 de sonido casi mágico, y una exquisita 10. Con la número 11, complejísima y donde trinos y arpegios se suceden sin parar, nos encontramos al Say dominador del instrumento como pocos. Las siguientes hasta llegar a la «overture» fueron algo de no creer, cantadas de manera bellísima, y sin que florituras innecesarias arruinaran lo que estábamos viviendo.
Los acordes redondos y de sonido perfecto con los que arrancó la «overture» nos recordó por si alguien lo había olvidado lo adecuado que suena Bach en un piano cuando el que se sienta ante él tiene las ideas claras. De ahí hasta el final, Say nos terminó de hipnotizar con una musicalidad que ya nos había atrapado de manera inmisericorde, que crecía si cabe en luminosidad y en creatividad, desplegando todo tipo de matices, ayudándose de las mil posibilidades que el pedal le da a un virtuoso como él, y con puntos álgidos en las variaciones 20, 23, 26, 28 -increíble como solucionó los trinos continuos a esa velocidad y con esa claridad- y 29. Tras ellas, la 30, el célebre «Quodlibet» fue una especie de regreso al mundo terrenal que nos preparó para el éxtasis del Aria final.
No se contuvo el artista ni el público al final de esa última nota que pareció no irse nunca. Por fin pudimos liberar la tensión acumulada en los cerca de 78 minutos que le duró la interpretación completa y el público respondió con un calor y una vehemencia inusitada. En la segunda salida a saludar prácticamente todo el patio de butacas se puso en pie. Hubo hasta seis salidas en total, y el Sr. Say, con buen criterio no dio ninguna propina. Poco o nada se puede decir después de oír este monumento en estas condiciones. Toda una experiencia inolvidable, esta vez sí, que probablemente habrá disgustado a algunos puristas, pero que con su magia nos hizo tocar el cielo con las manos a los demás. Una versión muy personal de un artista único que desprendió hondura, profundidad, tensión, luminosidad y mucha verdad.
Fotografías: Carlos Suárez/Wiener Konzerthaus.
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