Por F. Jaime Pantín
Oviedo. 8/II/16. Auditorio Príncipe Felipe. Jornadas de piano “Luis G. Iberni”. FazilSay (piano). CamerataSalzburg. Obras de F.Say y W.A.Mozart.
La velada del pasado lunes presentaba en el Auditorio de Oviedo el doble interés que suponía por un lado el reencuentro con la Camerata de Salzburgo - que tan inolvidable recuerdo dejó aquí en el concierto que ofreció con Leonidas Kavakos- y por el otro la presentación de Fazil Say en su triple vertiente de compositor, pianista y director, si bien de esto último hubo bien poco, más allá de su presencia testimonial en la búsqueda de la complicidad con unos planteamientos interpretativos difícilmente compatibles con las características de una formación de sólidas raíces clásicas y excelsa depuración estilística, acuñada tras décadas de trabajo con los mejores directores y solistas de los últimos tiempos.
El pianista turco ofreció un Mozart desdibujado, nervioso e inestable. Su pianismo, lleno de tics y exabruptos, no se adapta bien a las exigencias mozartianas, sobre todo si se trata de un concierto como el K 414, de clara vocación camerística y que sigue los dictados del estilo galante, rehuyendo de manera deliberada los grandes contrastes y las tensiones dramáticas presentes en algunos de sus conciertos posteriores.
Fazil Say subraya lo turbulento por encima de lo lírico, antepone la vertiginosidad a la transparencia y transforma en bufo lo luminoso a través de una versión basada en tempi extremados y en contrastes dinámicos violentos, en la que ni siquiera los aspectos puramente técnicos llegan a funcionar del todo bien, aunque la falta de claridad en los pasajes rápidos pudiera deberse en parte al hecho de tocar en un piano sin tapa, algo totalmente innecesario dada la colocación del instrumento y la práctica ausencia de dirección.
Un cambio total y espectacular se produjo con la interpretación de la Sinfonía nº 29 K. 201 por parte de la formación salzburguesa, de precisión cuartetística sin necesidad de director más allá del magnífico concertino, Gregory Ahss. Fraseo minucioso, transparencia absoluta, variedad articulatoria infinita, dinámica en fluidez constante que no sobrepasa nunca determinados límites, perfecto equilibrio de planos, el canto que no cesa… Mozart en estado puro, servido por unos músicos que disfrutan a plenitud porque lo sienten como suyo y que creen en él y en todo lo que representa.
Las dos obras de Fazil Say incluidas en el programa nos muestran a un compositor imaginativo que utiliza como fuentes de inspiración básica los elementos descriptivos y narrativos así como el folklore y los ritmos autóctonos de su Turquía natal. La búsqueda tímbrica y la vitalidad rítmica son aspectos esenciales en una música de indudable atractivo y de poder hipnótico a veces subyugante.
En el Concierto para piano y orquesta de cuerda op. 4, Silk Road, escrito a su medida, Fazil Say realiza un impresionante despliegue pianístico que con frecuencia trasciende del ámbito del teclado para actuar en la caja del piano utilizando objetos diversos y sus propias manos para conseguir la alteración de los componentes armónicos naturales en una búsqueda de determinados timbres que a veces contribuyen a potenciar las posibilidades percusivas del instrumento y otras a transformarlo directamente, creando así la sugestión de nuevas sonoridades. La orquestación es creativa y original, a veces la percusión de la madera de los instrumentos se convierte en protagonista, el ritmo se intensifica hasta lo paroxístico y las patadas y taconeos del pianista colaboran en el conjunto. En el otro extremo, la sensualidad, la magia sonora y la sensibilidad a flor de pies seducen al oyente en una obra que se apoya en dos constantes: el bajo pedal de un contrabajo ubicado fuera del conjunto orquestal y el canturreo permanente del propio solista.
La Chamber Symphony op. 62, recientemente estrenada y con la que se abrió la velada, posee clara vocación nacionalista, abundando las referencias a los ritmos de danza y tonalidades del más profundo acervo autóctono y sirvió para mostrar una vez más la extraordinaria calidad y precisión de una Camerata de Salzburgo que fue, sin lugar a dudas, lo mejor de este concierto.
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